Salud mental en tiempo de crisis
Con la pandemia la humanidad sinti¨® un miedo c¨®smico. Aplacado, se cierne el dolor de la masacre en Ucrania y la amenaza nuclear. Dif¨ªcil lograr el equilibrio solo con nuestras reservas espirituales. Aunque es el principal recurso que nos queda
No hace mucho, en uno de los debates entre los candidatos presidenciales en Colombia, Ingrid Betancourt, la ¨²nica mujer en la contienda, le espet¨® a Gustavo Petro, el candidato de la izquierda, con el prop¨®sito de desmentirlo: ¡°Yo creo que t¨² tienes alzh¨¦imer¡¡±. Y enseguida a?adi¨®, ya no dirigi¨¦ndose a ¨¦l sino a los dem¨¢s: ¡°De hecho, cuando fui a visitar a Gustavo, me acuerdo que ¨¦l estaba en una gran depresi¨®n, tirado en el piso, sin poder moverse¡±. Este comentario, tra¨ªdo a cuento sin saberse por qu¨¦, despert¨® una indignaci¨®n generalizada, no solo porque Betancourt destap¨® en p...
No hace mucho, en uno de los debates entre los candidatos presidenciales en Colombia, Ingrid Betancourt, la ¨²nica mujer en la contienda, le espet¨® a Gustavo Petro, el candidato de la izquierda, con el prop¨®sito de desmentirlo: ¡°Yo creo que t¨² tienes alzh¨¦imer¡¡±. Y enseguida a?adi¨®, ya no dirigi¨¦ndose a ¨¦l sino a los dem¨¢s: ¡°De hecho, cuando fui a visitar a Gustavo, me acuerdo que ¨¦l estaba en una gran depresi¨®n, tirado en el piso, sin poder moverse¡±. Este comentario, tra¨ªdo a cuento sin saberse por qu¨¦, despert¨® una indignaci¨®n generalizada, no solo porque Betancourt destap¨® en p¨²blico un episodio ¨ªntimo, sino porque evidentemente lo us¨® para estigmatizar a su adversario. La candidata puso as¨ª en evidencia que, todav¨ªa hoy, hay muchas personas ¡ªincluso cultas¡ª que para descalificar a alguien o mostrarlo como d¨¦bil o incompetente lo acusan de sufrir una enfermedad mental.
El estigma, el desconocimiento, el prejuicio y el miedo han rodeado siempre la enfermedad mental, que en casi todas partes es, adem¨¢s, la cenicienta en los servicios de salud. La pandemia, sin embargo, parece haberla sacado, por fin, del oscuro rinc¨®n donde estuvo confinada, visibiliz¨¢ndola al menos parcialmente. Ahora ya no pareciera ser, como tantos cre¨ªan, s¨®lo el oscuro mal de una minor¨ªa que sigue llevando su sufrimiento como un secreto ¡ªpara poder conseguir un trabajo, ser aceptado en una Universidad o lograr amor o amistades¡ª, sino algo que muchos que se consideraban normales experimentaron en carne propia durante los dos ¨²ltimos a?os y que sigue mostrando sus secuelas. Y no s¨®lo las m¨¢s obvias, como los retrocesos en los comportamientos infantiles o la depresi¨®n de los que han sufrido p¨¦rdidas, sino otras, imprevisibles, y hasta extra?as, como las que han enumerado algunos expertos: aumento de los siniestros viales por exceso de nerviosismo, frustraci¨®n o rabia; en pospandemia, agorafobia: miedo a volver al mundo o deseo de perpetuar el aislamiento, e insomnio, ansiedad y hasta alucinaciones en algunos de los que han tenido covid.
Pero ?qu¨¦ pasaba con la salud mental antes de la pandemia? Muchos soci¨®logos y fil¨®sofos han hecho reflexiones al respecto. El m¨¢s popular de ellos, Byung-Chul Han, ha escrito sobre lo que ¨¦l llama ¡°la sociedad del cansancio¡±, en la que el individuo, en aras del rendimiento, se autoexplota hasta el agotamiento y la depresi¨®n. Franco Bifo Berardi, por su parte, examina tambi¨¦n ampliamente la salud mental, y lo hace, como el pensador coreano, desde la perspectiva del sistema capitalista. ¡°Una epidemia de infelicidad se est¨¢ extendiendo por todo el planeta, al mismo tiempo que el absolutismo del capital reafirma su derecho a controlar nuestras vidas sin ning¨²n tipo de restricci¨®n¡±, escribe en H¨¦roes. Asesinato masivo y suicidio, uno de sus libros m¨¢s particulares y m¨¢s hondos. En ¨¦l examina, entre otras muchas cosas, la vulnerabilidad mental de la primera generaci¨®n educada en la era virtual y los efectos perniciosos de la mutaci¨®n cognitiva que el entorno digital est¨¢ produciendo, entre ellos ¡°una patolog¨ªa respecto a la empat¨ªa (una tendencia al autismo) y la sensibilidad (desensibilizaci¨®n a la presencia del otro)¡±. Los hikikomori, por ejemplo ¡ªretra¨ªdos, asexuados, al¨¦rgicos al contacto social, que pasan meses sin salir de casa, pegados a las pantallas y encerrados en sus habitaciones, de las que no salen ni siquiera para comer¡ª ser¨ªan resultado de la sociedad hiperdigitalizada, y tambi¨¦n los asesinos en masa contempor¨¢neos, muchos de ellos adolescentes, en los que Berardi ve no s¨®lo frustraci¨®n, baja autoestima, huellas de bullying, sino una tendencia al espect¨¢culo, pues, seg¨²n estudios, la mayor¨ªa lo que est¨¢n buscando es hacerse famosos por unas horas, incluso cuando optan por el suicidio. Que es una alternativa a la que acuden muchos otros j¨®venes ¡ªes la segunda causa de muerte en ellos, despu¨¦s de los accidentes de tr¨¢fico¡ª como una forma de huir de las presiones de la sociedad, de sus exigencias de ¨¦xito, y tambi¨¦n de la violencia familiar o de las pocas oportunidades de realizaci¨®n laboral despu¨¦s de muchos esfuerzos para educarse.
Querr¨ªa referirme a un ¨²ltimo punto de los examinados por Berardi, y que ¨¦l enuncia as¨ª: ¡°La deuda es el grillete al que est¨¢ encadenado el futuro de la generaci¨®n del nuevo milenio¡±. Algo que describe muy bien Anya Kamenetz, citada por Berardi: ¡°Preocupados y sin dinero. El com¨²n denominador de los miembros de esta generaci¨®n es una sensaci¨®n de permanente impermanencia. No se puede formar una familia, ni comprometerse con la comunidad, tener un trabajo o un plan de vida cuando no se sabe c¨®mo va a ganarse uno la vida, si va a poder casarse por fin o liberarse de la deuda¡±. Es posible que esto suceda en muchos pa¨ªses, pero lo pude comprobar en mis viajes por China y Jap¨®n, donde era frecuente o¨ªr a la gente joven quejarse de que los arriendos eran cada vez m¨¢s caros, por lo cual, despu¨¦s de casarse y tener hijos, ten¨ªan que seguir viviendo con sus padres, e incluso con sus abuelos, en espacios estrechos, muchas veces dedicados a ¡°trabajos de mierda¡±, con las correspondientes secuelas de depresi¨®n, rabia y deseos de autodestrucci¨®n.
Estas formas de vida desoladoras a las que est¨¢n sometidos los j¨®venes ¡ªy tambi¨¦n los viejos¡ª en sociedades como Jap¨®n han sido recreadas, por ejemplo, en las novelas delicad¨ªsimas de Hiromi Kawakami, llenas de personajes solitarios, sometidos a rutinas decepcionantes y a trabajos anodinos. O en la extraordinaria novela de Am¨¨lie Nothomb Estupor y temblores, que si bien transcurre en los a?os noventa del siglo pasado, da cuenta con humor de algo que sigue teniendo vigencia en el Jap¨®n contempor¨¢neo: la rigidez jer¨¢rquica en los trabajos y la alienaci¨®n de los empleados sometidos a humillaciones recurrentes, tareas repetitivas y ¨®rdenes absurdas.
La pobreza, el desplazamiento, la inseguridad y la violencia y el abandono estatal existentes en tantos pa¨ªses son tambi¨¦n factores que van minando las fuerzas mentales de muchos. De hecho, los suicidios afectan gravemente a ciertas comunidades apartadas, como las de la Amazonia, y son cada vez m¨¢s frecuentes entre los migrantes que huyen del hambre o de la guerra, y que entran en duelo o zozobra al abandonar sus pa¨ªses, o caen en manos de traficantes que los roban, los violan o los abandonan a su suerte.
Con la pandemia la humanidad sinti¨® lo que podr¨ªamos llamar un miedo c¨®smico, apocal¨ªptico: la naturaleza nos envi¨® el mensaje de que, por nuestros atropellos ambientales, podemos llegar a desaparecer como especie. Algunos pensaron que esa conciencia nos har¨ªa mejores. Por supuesto que no. Aplacado ese miedo, ahora se cierne sobre nosotros no s¨®lo el dolor de ver c¨®mo Rusia masacra a Ucrania ¡ªconstataci¨®n eterna de la capacidad del hombre de hacer el mal¡ª sino tambi¨¦n la amenaza de otra guerra nuclear. ?C¨®mo no vivir ansiosos y desesperanzados? Seg¨²n la OMS, la salud mental es un estado de bienestar en el que la persona realiza sus capacidades y es capaz de hacer frente al estr¨¦s normal de la vida, de trabajar de forma productiva y de contribuir a su comunidad. Dif¨ªcil, en un mundo como este, lograr el equilibrio echando mano tan s¨®lo, como individuos, de nuestras reservas espirituales. Aunque, por lo visto, ese es el principal recurso que nos queda.