Cosas que desear
La primera dosis no es igual que la segunda, ni la segunda igual que la tercera, pero como el ser humano es idiota, insiste en seguir buscando el placer de la primera vez si se trata de droga, o abandona en busca de otra experiencia si se trata de amor
Alexis de Tocqueville, en su libro La democracia en Am¨¦rica, dio cuenta de una particularidad del car¨¢cter estadounidense: construye una casa y la vende antes de que se ponga el techo, planta un jard¨ªn y lo deja cuando los ¨¢rboles empiezan a crecer. Ese libro y esa observaci¨®n de Tocqueville, la de buscar una vida mejor con ¡°ardor febril¡±, lo referencian los cient¨ªficos Daniel Z. Lieberman y Michael E. Long en Dopamina (Pen¨ªnsula, 2021) un ensayo sobre la mol¨¦cula que condiciona de qui¨¦n nos enamoramos, con qui¨¦n nos acostamos y qu¨¦ nos deparar¨¢ el futuro.
Lieberman y Long recuerdan que el neurocient¨ªfico John Douglas Pettigrew vio que el cerebro gestiona el mundo exterior, dividi¨¦ndolo en regiones separadas: lo peripersonal (lo que est¨¢ al alcance de la mano) y lo extrapersonal (todo lo dem¨¢s: el ¨¢mbito de lo posible). Es interesante: como todo lo que no est¨¢ cerca exige tiempo, lo que hagamos respecto a eso lo haremos en el futuro. Y en el cerebro, seg¨²n averigu¨® Pettigrew, evolucionaron de forma separada las sustancias qu¨ªmicas y los circuitos: ¡°Cuando miras hacia abajo, unas sustancias qu¨ªmicas relacionadas con el aqu¨ª y ahora controlan el cerebro. Pero cuando el cerebro interact¨²a con el espacio extrapersonal, una sustancia ejerce m¨¢s control que todas las dem¨¢s, la sustancia asociada a la expectaci¨®n y la posibilidad: la dopamina¡±. Las cosas que a¨²n no tenemos (el melocot¨®n que est¨¢ en una fruter¨ªa, un puesto de trabajo, el hombre o la mujer que nos gusta) no se pueden usar o consumir: s¨®lo desear. Del mismo modo, los circuitos cerebrales que usamos cuando queremos una casa no son los mismos que te permiten disfrutar de ella cuando es tuya. O sea, la primera dosis no es igual que la segunda, ni la segunda igual que la tercera, pero como el ser humano es idiota, insiste en seguir buscando el placer de la primera vez si se trata de droga, o abandona en busca de otra experiencia igual de potente como los primeros meses si se trata de amor. Es curioso c¨®mo, al menos en el segundo caso, el cerebro activa otros resortes para convertir el combustible del encanto de los primeros tiempos (dopamina) en un amor en el que prevalecen otras mol¨¦culas, y sus correspondientes ejemplos con animales promiscuos que, tras ser inyectados, prefieren pasar su vida con una sola pareja (topillos macho, concretamente).
Termin¨¦ el libro este martes mientras desayunaba por primera vez en el lugar en que desayunar¨¦ muchas m¨¢s veces dentro de poco. Llevaba semanas pasando por delante y fantaseando con la carta, pero sab¨ªa que prolongar el estado de deseo har¨ªa a¨²n mejor el momento en que entrase. Los huevos benedictinos con salsa holandesa y salm¨®n ahumado sab¨ªan exactamente como la dopamina me dijo que sabr¨ªan, y al cruzar la puerta para salir a la calle pens¨¦, tambi¨¦n, que aquella era la primera despedida de muchas. Que cuando se terminase el efecto de lo deseado, vendr¨ªa el de lidiar con la rutina hasta que me cansase de ella, y buscase otro lugar en el que desayunar, incluso otro barrio en el que vivir, sin ser yo especialmente esclavo de la dopamina en, al menos, situaciones que exijan mudanzas.
Lo m¨¢s curioso del libro de Lieberman y Long es que concluye que Estados Unidos es una naci¨®n de inmigrantes, y en su mayor¨ªa dopamin¨¦rgicos: gente que deja todo a medias para buscar todo el rato algo mejor, de ah¨ª la b¨²squeda incesante de lo que hablaba Tocqueville. Tambi¨¦n gente que lo posee todo o casi todo. Los autores se preguntan qu¨¦ pasa si da igual la felicidad, si lo ¨²nico que te importa es el ¨¦xito. No importa, sentencian, porque la dopamina no puede lograr nada sin la materia prima del aqu¨ª y ahora. O lo que es lo mismo: para esculpir La piedad, Miguel ?ngel necesit¨® un bloque de m¨¢rmol.
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