¡®Thinking sex¡¯
Si queremos proteger bien a las mujeres debemos mantener con rigor los l¨ªmites precisos de qu¨¦ es una agresi¨®n machista. Si no, cuando todo es una violaci¨®n, lo que ocurre es que nada es una violaci¨®n
Recientemente, una pol¨¦mica ha sacudido esa parte de nuestro pa¨ªs que habita las redes sociales. El Xokas, un streamer con un mill¨®n de seguidores, fanfarroneaba ante sus seguidores contando c¨®mo sus amigos consiguen ligar cuando las chicas han bebido unas copas y ellos no. Un pat¨¦tico influencer presum¨ªa de tener unos amigos ¡°muy cracks¡± cuyas grandes haza?as eran beber zumos para que las mujeres ¡°les pusieran un siete en vez de un cuatro¡± y se fueran a casa con ellos por estar ¡°colocadas¡±. Es evidente que en este mundo el ego est¨¢ mal distribuido. Nada como el machismo para conseguir que delirios ¨¦picos tan grandes quepan en personajes tan peque?os y eso se merece, sin duda, una buena carcajada feminista. Y no lo digo en absoluto en broma; ojal¨¢ muchas streamers y youtubers hagan unas buenas parodias, porque queremos contrarrestar esos ejemplos, porque hace falta que El Xokas no sea un referente deseable para nadie, porque necesitamos dar contra el machismo una inteligente y eficaz batalla cultural.
Ahora bien, lo que pas¨® merece una reflexi¨®n. La reacci¨®n ante el v¨ªdeo de El Xokas fue que cientos o miles de usuarios de Twitter y unas buenas decenas de analistas de opini¨®n, por no hablar ya de cargos pol¨ªticos e institucionales, al ver a El Xokas vieron, no a un enanito que intentaba fardar de que las mujeres le elijan, sino a un criminal que hab¨ªa cruzado la l¨ªnea entre el flirteo machista y la violaci¨®n. No hay nada en el v¨ªdeo de El Xokas que permita establecer que ¨¦l o sus amigos han conseguido irse con esas chicas en contra de su voluntad, pero no hace falta, todos lo hemos asumido, todos lo damos por hecho o, lo que es peor, a todos ese peque?o detalle (o sea, ellas y lo que ellas han querido) nos empieza a dar igual. As¨ª es c¨®mo las redes se llenaron de tuits que identificaban un delito sexual, los an¨¢lisis en los medios vieron una clara incitaci¨®n a ¡°violar a mujeres inconscientes¡±, y, ya puestos, se lleg¨® incluso a pedir la intervenci¨®n de oficio de la Fiscal¨ªa y, por supuesto, la cancelaci¨®n de la cuenta del personaje en cuesti¨®n.
Como ha se?alado la feminista Laura Macaya, en numerosas ocasiones el avance de los discursos punitivos ¡ªla tendencia a ver delitos por doquier y convocar constantemente la intervenci¨®n judicial y penal¡ª tiene como reverso necesario la exacerbaci¨®n de los discursos patriarcales de la vulnerabilidad, debilidad, pasividad sexual e infantilizaci¨®n extrema de las mujeres. En los marcos del terror sexual, es decir, cuando pensamos el sexo como un campo de insuperable peligro, pasan dos cosas: los Xokas no pueden ser nunca pat¨¦ticos fanfarrones machistas de los que nos debemos re¨ªr y a los que debemos criticar, sino que pasan a ser siempre peligrosos delincuentes sexuales que debemos encarcelar o silenciar. Y las chicas de los bares a los que El Xokas y sus amigos van a ligar no pueden ser mujeres que, despu¨¦s de beber unas copas, han sido quienes han decidido si se van o no a casa con los amigos de El Xokas (por mucho que ellos vean el m¨¦rito donde no lo hay), sino que son, inevitable e inexorablemente, v¨ªctimas absolutas sin agencia ninguna en esa negociaci¨®n sexual.
En su influyente ensayo Thinking sex. Notes for a Radical Theory of the Politics of Sexuality, la antrop¨®loga feminista y lesbiana Gayle Rubin defiende que, durante ciertas ¨¦pocas de la historia, los seres humanos entramos en periodos de reordenaci¨®n de la esfera sexual, momentos que producen leyes, instituciones y normas que rigen la sexualidad durante las siguientes d¨¦cadas. La escritora y periodista de The New Yorker Masha Gessen tra¨ªa a colaci¨®n recientemente a Rubin para sugerir que el avance actual de normas y discursos que pretenden combatir la violencia sexual en el actual contexto norteamericano puede ser la evidencia de que estamos hoy en uno de estos periodos de transici¨®n y que no se trata precisamente de una transici¨®n hacia un escenario m¨¢s emancipador. Estados Unidos es, y sigue siendo, una sociedad profundamente puritana, algunas de cuyas pol¨ªticas aparentemente feministas ¡ªque redefinen la noci¨®n de consentimiento en nombre de la seguridad de las mujeres¡ª pueden estar asentando un giro conservador. ¡°En la actual conversaci¨®n estadounidense, las mujeres son tratadas cada vez m¨¢s como ni?os: indefensas, incapaces de consentir, siempre a punto de ser v¨ªctimas¡±, dice Gessen. El caso es que en la actual conversaci¨®n espa?ola cada vez m¨¢s tambi¨¦n. La expansi¨®n de los discursos del peligro importados del contexto anglosaj¨®n y la esencializaci¨®n de una feminidad que s¨®lo podemos pensar como retra¨ªda, pasiva y victimizada est¨¢n estrechando cada vez m¨¢s nuestro deseo, nuestra agencia y nuestra capacidad de consentir. Porque s¨®lo asumiendo que las mujeres no son nunca las que desean activamente ni las que eligen con qui¨¦n se van a casa despu¨¦s de salir, s¨®lo asentando la mirada de que nosotras somos siempre pasivamente conseguidas por ellos y nunca las que los conseguimos y las que usamos ¡ª?por qu¨¦ no!¡ª estrategias para ligar, puede acabar dici¨¦ndose (como se dec¨ªa aquellos d¨ªas) que tratar de ligar con mujeres que han bebido es un abuso de poder. El reverso de esa afirmaci¨®n es, obviamente, que las mujeres cuando bebemos no podemos consentir, una parad¨®jica manera de volver a la decencia y castidad femenina y a esos tiempos en los que las mujeres que se hac¨ªan respetar no beb¨ªan. ?Y todo ello en nombre de nuestra protecci¨®n!
Para combatir la violencia sexual hace falta, para empezar, no usar el nombre de la violaci¨®n en sentido laxo. Si queremos proteger bien a las mujeres, tenemos que conservar con rigor los l¨ªmites precisos de lo que es una agresi¨®n sexual porque si no, cuando todo es una violaci¨®n, lo que ocurre es que nada es una violaci¨®n. Por supuesto, tener sexo con personas cuya voluntad est¨¢ anulada (por inconsciencia por el alcohol u otras sustancias qu¨ªmicas o cualquier otra circunstancia) debe ser un delito, y queremos que las leyes puedan identificar muy bien cu¨¢ndo las mujeres son incapaces de consentir. Pero generalizar la imposibilidad del consentimiento bajo el argumento siempre extensible del abuso de poder ¡ªque en este caso ha tomado como forma haber bebido en vez de no beber¡ª camina en la direcci¨®n inversa a la ampliaci¨®n de nuestra libertad sexual. Los l¨ªmites los empujamos haciendo a las mujeres tanto sujetos deseantes como sujetos cuya voluntad (y su capacidad, por tanto, para decir que no) no est¨¢ sistem¨¢ticamente anulada o mermada, sino que puede hacerse valer. Decir que El Xokas ha cruzado la l¨ªnea que separa ligar de violar es habernos confundido nosotros y mucho, y eso es especialmente preocupante en un contexto actual en el que est¨¢ siendo debatida para su aprobaci¨®n una ley de libertades sexuales que pretende delimitar los atentados contra la libertad sexual. Por otra parte, es preciso que, como sociedad, seamos capaces de ver el machismo, criticarlo y combatirlo sin ver siempre delitos, porque solo as¨ª nuestra batalla contra el patriarcado no estar¨¢ permanentemente secuestrada por el marco judicial y cabr¨¢n, por tanto, muchas otras pol¨ªticas que poner en marcha m¨¢s all¨¢ de lo penal.
En el contexto espa?ol hablamos constantemente de ¡°consentimiento¡±, pero lo hacemos bajo el paradigma de unos marcos que est¨¢n instal¨¢ndonos en los discursos del peligro y de la amenaza constante de poderes que nos anulan. Y eso, lejos de defender el consentimiento de las mujeres, est¨¢ en realidad relativizando su centralidad. Si esa va a ser la perspectiva dominante en una ¨¦poca en la que quiz¨¢s, de nuevo, se est¨¢ fraguando una nueva pol¨ªtica sexual, estaremos reordenando la sexualidad, como dec¨ªa Gayle Rubin, pero muy probablemente en un sentido reaccionario y conservador.
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