Antropom¨®rfica
No quiero comer alimentos que me gui?an el ojo ni discutir con los restos de canelones que se me han quedado en los molares
?Desde cu¨¢ndo en los parvularios se dibujan paisajes iluminados por un Sol sonriente? A las estrellas les salen patitas y calzan zapatones. En el Paleol¨ªtico superior ya hay figuras de animales antropomorfizados como el Hombre Le¨®n de Alemania. Los dioses y las diosas son antropom¨®rficos: en Furia de titanes, Zeus adopta la fisonom¨ªa de Laurence Olivier. Caza, religi¨®n y arte recurren a las personificaciones y dotan de rasgos humanos a la naturaleza y las cosas. La rob¨®tica elige modelos antropom¨®rficos y el furry, t¨¦rmino nacido en la ciencia ficci¨®n, aglutina a quienes adoran fan¨¢ticamente las personificaciones de animales: grandes peluches de osos o tortugas toman las calles, y el animalismo pone el grito en el cielo porque esa pirueta antropom¨®rfica desvirt¨²a y enrarece hasta el horror los comportamientos de los animales. Piensen en series de animaci¨®n como Tom y Jerry, o en la mascota Curro, el engendro m¨¢s raro que se pueda imaginar. Los ¨¢rboles en el bosque tienen ojos y garras. En la ¨¦tica y la est¨¦tica antropom¨®rficas existe una necesidad de controlar lo incontrolable: quiz¨¢ por esa raz¨®n una borrasca se llama Filomena y terminar¨¢ siendo rubia y residente en Alcantarilla. Antropomorfizamos para entender lo inc¨®gnito, para dominar y conseguir que el hombre ¨Dno la mujer¨D sea la medida de todas las cosas. Complementariamente, animalizamos para poder decir como perros o zorras lo que nunca nos atrever¨ªamos a decir como seres humanos. Cipi¨®n y Berganza son hombres convertidos en perros a causa de un hechizo. Hombres-perro o perros-hombre que a¨²n practican el arte de dialogar.
Veo la televisi¨®n y los kiwis entrenan para escapar de los dientes que quieren devorarlos porque est¨¢n muy dulcecitos; los aguacates sonr¨ªen cuando el cuchillo los parte por la mitad; los caramelos de chocolate van a la psicoanalista porque se sienten atrapados dentro de una tableta; los cereales de los desayunos son una especie de bicho, macarrota y bizarro, que eructa y se tira a la leche salpicando para dejarlo todo sucio a m¨¢s no poder. No quiero entender las razones que hacen de una acelga un alimento deseable por su er¨®tica capacidad de gui?ar un ojo. La gula y el sexo. ¡°C¨®meme¡±. ¡°Dev¨®rame otra vez¡±. Soy una pescadilla, soy una mujer y deseo que dejes en mi cuerpo la marca de tu mordedura en la manzana. Yo no quiero comer alimentos que me gui?an el ojo ni discutir con los restos de canelones que se me han quedado en los molares. El antropomorfismo de los alimentos en la publicidad nos prepara para un escenario en el que bien podr¨ªamos ser can¨ªbales. Normalizamos la hip¨®tesis de que el d¨ªa menos pensado tendremos que comer seres, no solo dotados de una cierta inteligencia y sensibilidad, sino con el don de la sonrisa y la palabra. La ret¨®rica crea un estado de conciencia en el que pronto ciertas im¨¢genes no nos resultar¨¢n escandalosas: no sentiremos pena por las absurdas lechugas con ojos y, sin embargo, en los jardines de infancia, ni?os y ni?as se matar¨¢n a mordiscos ante la intuici¨®n de que la carne humana pueda saber a chocolate. Crecer¨¢n el sadismo, la falta de empat¨ªa y la obesidad infantil. Otros nenes se quedar¨¢n literalmente en los huesos. Pero volver¨¢ a prevalecer la ley del m¨¢s fuerte y quiz¨¢ no solo el cultivo de transg¨¦nicos solucione el problema del hambre en el mundo.
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