Yo nac¨ª, perdonadme, con Su¨¢rez
Esa ¨¦pica de la concordia que ejerci¨® de z¨®calo afectivo de nuestra democracia se ha ido mellando. Mitificada y desmitificada la Transici¨®n, bien har¨ªamos en volver a resta?arle el pan de oro
Al hablar de la ¨¦poca en la que vino al mundo, Ronald Knox escribe: ¡°Solo quienes nacimos bajo la reina Victoria sabemos lo que es asumir, de modo natural, que Inglaterra es la primera de las naciones, que los extranjeros importan poco y que, si ocurre lo peor, lord Salisbury mandar¨¢ los barcos¡±. Quienes nacimos durante la Transici¨®n espa?ola no est¨¢bamos destinados a tanta facundia, pero el futuro s¨ª nos hab¨ªa previsto un lugar seguro: una Espa?a que ya no ten¨ªa por qu¨¦ helarnos el coraz¨®n y que, de hecho, se iba a convertir, despu¨¦s de mucho tiempo, en uno de los lugares m¨¢s afortunados en l...
Al hablar de la ¨¦poca en la que vino al mundo, Ronald Knox escribe: ¡°Solo quienes nacimos bajo la reina Victoria sabemos lo que es asumir, de modo natural, que Inglaterra es la primera de las naciones, que los extranjeros importan poco y que, si ocurre lo peor, lord Salisbury mandar¨¢ los barcos¡±. Quienes nacimos durante la Transici¨®n espa?ola no est¨¢bamos destinados a tanta facundia, pero el futuro s¨ª nos hab¨ªa previsto un lugar seguro: una Espa?a que ya no ten¨ªa por qu¨¦ helarnos el coraz¨®n y que, de hecho, se iba a convertir, despu¨¦s de mucho tiempo, en uno de los lugares m¨¢s afortunados en los que aterrizar a la vida. Llevamos tanto tiempo sin hacer el retrato al pastel de la Transici¨®n que resultar¨ªa tentador hacerlo ahora, pero no cabe enga?arse. ETA mataba. Los sables hac¨ªan ruido. Y si la natalidad ca¨ªa no era solo por el n¨²mero de televisiones en las casas, sino por los efectos de una crisis econ¨®mica perfecta. Pero los cinco millones de espa?oles ¡ªunos miles arriba o abajo¡ª que nacimos entre la muerte de Franco y la victoria de Gonz¨¢lez ¨ªbamos a vivir durante varias d¨¦cadas en una Espa?a que quiz¨¢ no podemos mirar como un para¨ªso perdido, pero que s¨ª fue al menos una tierra de promisi¨®n ¡ªde promesa¡ª.
Estos 20 a?os ¡ªla mitad de nuestra vida¡ª de ciudadanos de una Hispania felix tambi¨¦n debieran entrar dentro del mandato del poeta: ¡°Recu¨¦rdalo t¨² y recu¨¦rdalo a otros¡±. El ingreso en las comunidades europeas cumpl¨ªa con la aspiraci¨®n intelectual de generaciones. Am¨¦rica no interesaba como nostalgia imperial o destino migratorio sino como comunidad cultural y mercado natural. Nos desquitamos con el AVE hasta terminar pregunt¨¢ndonos si no habr¨ªamos hecho AVE de m¨¢s. En fin, incluso las ventas cervantinas, que tanto hab¨ªan espantado a los viajeros europeos, se iban convirtiendo en hoteles con encanto. Izquierdas y derechas dudaron pero acertaron: hoy es imposible pensarnos en un espacio que no sea el atlantismo de la OTAN, aunque Gonz¨¢lez, en materia de barcos, se limitara a la Numancia de Marta S¨¢nchez y sus Soldados del amor. En pleno aniversario de la Expo y de los Juegos Ol¨ªmpicos, recordar 1992 es invocar una cifra m¨¢gica, nuestro norte magn¨¦tico, pero nada termin¨® ah¨ª. Gonz¨¢lez pensaba Europa con Kohl como los gobiernos de Aznar ense?ar¨ªan disciplina presupuestaria a los luteranos. El carisma del hoy em¨¦rito, entonces en sus mejores a?os, val¨ªa por una diplomacia p¨²blica. Aquella Espa?a estaba cargada de futuro.
¡°Las elecciones de 2000¡å, escribe el propio Aznar, ¡°vienen a cerrar definitivamente la ruptura abierta por la Guerra Civil¡±. Es demasiado f¨¢cil quejarse de nuestra ligereza tuitera de hoy, pero algo nos sorprende al recordar gestos que, ayer mismo, mostraban una s¨®lida conciencia de la historia. Gonz¨¢lez va a misa en la Brunete cuando la gente del loden a¨²n tem¨ªa a la gente de la pana. Aznar llega a La Moncloa meditando a Aza?a y recitando a Cernuda. Quiz¨¢ esto nos lleve ahora a una sonrisa de suficiencia, pero llama la atenci¨®n hasta qu¨¦ punto los actores pol¨ªticos ten¨ªan presente un inter¨¦s superior aun cuando se opusiera a sus propios instintos. No es angelismo: en menos de un lustro, el socialismo espa?ol pasa del marxismo a unas medidas ¡ªreconversi¨®n industrial, ortodoxia econ¨®mica¡ª que hubieran podido firmar algunos tories. Y la derecha desempolva el principio de subsidiariedad para que su alma liberal y su alma conservadora acepten la descentralizaci¨®n pol¨ªtica. Qu¨¦ decir de Su¨¢rez, Calvo-Sotelo y el PCE.
Hemos sido orfebres de la cr¨ªtica con cuestiones pac¨ªficas en el debate de la ¨¦poca: la transparencia de las instituciones o el reparto electoral. No estar¨ªa de m¨¢s apreciar otras que s¨ª estaban en su cultura pol¨ªtica, porque antes de doblar el cambio de siglo, los espa?oles pod¨ªamos ver im¨¢genes que hoy no creer¨ªamos. Por ejemplo, un ministro liberal conservador en pose alegre con los sindicatos tras firmar un pacto, o las pintadas de la huelga masiva que la izquierda sindical mont¨® a la izquierda gobernante. Por ejemplo, un Ejecutivo que muchos supon¨ªan hijo de la derecha militarota, pero que impuls¨® la profesionalizaci¨®n del Ej¨¦rcito. O un presidente socialista que devolv¨ªa la bandera espa?ola a ayuntamientos vascos sin temor a la palabra facha.
En el a?o 2005 se acu?a otra palabra: mileurismo. Por entonces, nadie pod¨ªa pensar que, en un tiempo muy breve, quien fuera mileurista iba a poder considerarse afortunado. A los hijos de la prosperidad, la crisis se encarg¨® de demostrarnos que buena parte de las promesas con las que nos hab¨ªamos criado quedar¨ªan incumplidas. El picado fue brusco: de so?ar con el G-8 y creernos Alemania a que la propia Alemania nos pusiera en vigilancia. Ahora, a medio camino de cobrar la pensi¨®n, la sensaci¨®n de que la Espa?a contempor¨¢nea se ha encargado m¨¢s de los mayores que de los j¨®venes ya no nos ha de abandonar. Pero est¨¢bamos destinados a desenga?os m¨¢s cercanos. Tras ser la primera hornada que estudi¨® el mapa de las autonom¨ªas, vimos c¨®mo esa hermandad hisp¨¢nica, vivida con tanta naturalidad, se pon¨ªa en riesgo con el proc¨¦s: todo, despu¨¦s de creer que ¨¦ramos una generaci¨®n libre de afrontar Espa?a como drama; que el problema de Espa?a era fatalismo noventayochista, cosa de los manuales de literatura. Si con la crisis econ¨®mica, una izquierda iba a cargar contra el cerrojo del 78, con la crisis del proc¨¦s otra derecha iba a decidir que a ellos tampoco les val¨ªan los consensos de la Transici¨®n. As¨ª se ha ido mellando esa ¨¦pica de la concordia que ejerci¨® de z¨®calo afectivo de nuestra democracia. Mitificada y desmitificada la Transici¨®n, bien har¨ªamos en volver a resta?arle el pan de oro.
Del prestigio tecnocr¨¢tico de cierto felipismo a los a?os en que fue de moda ser ratista, diversos gobiernos han cogido la bandera de la reforma. Tambi¨¦n cuando dejamos de ser una joven democracia, con un Zapatero que quer¨ªa incidir en la moral p¨²blica y un Rajoy que tuvo que sortear la crisis econ¨®mica. Y es notable que, aun con la recesi¨®n y los populismos, todav¨ªa tardamos en darnos a la declinolog¨ªa: no han faltado propuestas de mejora en todo lo que va de la mochila austriaca al fin de las diputaciones provinciales. El propio concepto de regeneraci¨®n ha llegado a estar m¨¢s presente que durante el regeneracionismo. Es ir¨®nico pensar que los cambios al final sobrevenidos ¡ªdel adi¨®s al bipartidismo a la generalizaci¨®n de las primarias¡ª ni han sido numerosos ni han dejado de tener ambivalencias.
Al pensar en los sue?os de una generaci¨®n, amarga constatar que ni siquiera hemos reducido la convergencia ¡ªconcepto omnipresente en los noventa¡ª con Europa: como para pensar en asaltar el cielo. Quiz¨¢ nuestra generaci¨®n est¨¦ teniendo m¨¢s suerte con sus cronistas que ¡ªRivera, Iglesias, Casado¡ª con sus pol¨ªticos. El novelista Anthony Powell habla de ¡°el mundo de la aceptaci¨®n¡±: tal vez nos neguemos a entender el futuro como la administraci¨®n de una derrota, pero nuestra mayor esperanza reside en que la historia no est¨¢ escrita. Hijos de una grandeza a la que no hemos sabido dar continuidad, nacimos en la mejor Espa?a para volver ahora al reproche m¨¢s hiriente: ese que dice que Espa?a siempre est¨¢ empezando.