?Gobernar o cambiar la historia?
Quienes han querido modificar el rumbo de sus pa¨ªses en Latinoam¨¦rica por lo general han acabado despreciando la democracia y a?orando el poder popular. Los procedimientos parlamentarios y la divisi¨®n de poderes son un freno a las visiones personalistas de los caudillos
Si la grandilocuencia de los gobernantes latinoamericanos s¨®lo fuera un ornamento o una simple estrategia electoral, el asunto no ser¨ªa tan problem¨¢tico. Lo grave es que muchas veces las promesas de remover los cimientos de los pa¨ªses, de refundarlos o redefinirlos no son meros esl¨®ganes, sino una manera de entender el ejercicio del poder en Am¨¦rica Latina. Parecer¨ªa que a muchos presidentes de la regi¨®n no les interesa ¡ªo no los excita, o no los exalta¡ª gobernar. Como si aquella fuera una actividad mediocre y burocratizada, apegada a la realidad y alejada de la ¨¦pica, la descartan en favor de una que s¨ª est¨¢ a la altura de su intelecto y de sus ambiciones: cambiar la historia.
Para la flam¨ªgera imaginaci¨®n caudillista, someterse al control democr¨¢tico, fortalecer las instituciones y apuntalar proyectos que en el mediano plazo mejoren las condiciones de vida de las personas ha sido siempre un anatema. El designio de un verdadero l¨ªder latinoamericano ha sido darle un titular a la humanidad. Ninguno se ha conformado con proyectos que carezcan del fragor revolucionario o que no supongan ubicarse a la vanguardia de la vanguardia y ofrecerle una lecci¨®n de justicia, misericordia o progresismo al mundo entero. Desde los tiempos de Vicente Huidobro, el genial poeta chileno que despach¨® la democracia ¡ªdespu¨¦s se arrepentir¨ªa¡ª como ¡°un colch¨®n de papeles in¨²tiles¡±, el forjador de pueblos ha querido acelerar el tiempo, azuzarlo a bofetadas y aprovechar el fervor de las masas para dejar su firma en la historia. A lo largo del siglo XX abundan los ejemplos, pero para qu¨¦ remontarse al pasado si el presente ofrece ejemplos paradigm¨¢ticos.
Nayib Bukele, por ejemplo, el aspirante a d¨¦spota que preside El Salvador, no se ha contentado con avasallar militarmente al Congreso, perseguir a la prensa y limitar los derechos civiles; todo esto ha sido parte de una coreograf¨ªa pol¨ªtica destinada a materializar sus intuiciones m¨¢s osadas. Bukele ha conseguido que El Salvador, uno de los pa¨ªses m¨¢s pobres de Am¨¦rica Latina, sin industria ni un sistema financiero s¨®lido, se convierta en un pionero mundial en el uso de bitcoins. Antes que Estados Unidos, Alemania o China, El Salvador se ha entregado a la incierta aventura de apostar por el bitcoin como moneda de reserva y divisa de curso legal. Aunque el experimento, como se ha podido comprobar en los ¨²ltimos d¨ªas con el desplome de su valor, dejaba expuesto al Estado a los altibajos de una divisa de gran volatilidad, Bukele cree ser un visionario y no le importa jugar con el futuro de su pa¨ªs. A pesar del riesgo de quiebra y de las recomendaciones de organismos internacionales, no recula; sigue apostando por una enso?aci¨®n futurista en lugar de gobernar.
Y ah¨ª no acaba todo. Siguiendo el legado de los m¨¢s delirantes utopistas latinoamericanos, Bukele quiere materializar su visi¨®n redentora erigiendo Bitcoin City, una urbe al pie del volc¨¢n Conchagua alimentada por energ¨ªa geot¨¦rmica y destinada a ser un refugio para la libertad econ¨®mica. Su proyecto se parece a Olinka, otra ciudad libertaria que alumbr¨® en la imaginaci¨®n de un artista mexicano, el Dr. Atl, tambi¨¦n destinada a levantarse sobre un el cr¨¢ter de un volc¨¢n. La diferencia es que el pintor so?aba con un refugio para el talento creador, mientras el caudillo sue?a con un santuario para los inversores en criptodivisas. Es decir, con una utop¨ªa mucho m¨¢s pedestre y ordinaria: un para¨ªso fiscal.
No muy lejos de all¨ª, en M¨¦xico, Andr¨¦s Manuel L¨®pez Obrador tambi¨¦n lleg¨® a la presidencia convencido de que su designio era cambiar la historia. Su Cuarta Transformaci¨®n, un proyecto que compara en importancia a la independencia, la reforma y la revoluci¨®n, hitos en la historia de M¨¦xico, ha sido un pretexto para perpetuar viejas peleas contra el mercado, las empresas extranjeras, la prensa y los sectores cr¨ªticos, y para emprender colosales proyectos de infraestructura como el Tren Maya o la refiner¨ªa de Dos Bocas. Despu¨¦s de tres a?os en el poder, las expectativas se han reducido y aquel cambio hist¨®rico se ha limitado a darle protagonismo al ej¨¦rcito en la vida p¨²blica. Esa ha sido la riesgosa f¨®rmula de L¨®pez Obrador para garantizar la continuidad de sus obras: vincular a los militares al control de las mismas, una decisi¨®n que no supone un cambio hist¨®rico sino un regreso al pasado, a los a?os veinte, cuando no eran los pol¨ªticos ni las instituciones, sino los caudillos y sus pistolones, los que determinaban las pol¨ªticas del Estado. El primer presidente de izquierdas de M¨¦xico ser¨¢ recordado, parad¨®jicamente, por su menosprecio del movimiento feminista y su indiferencia ecol¨®gica, por el deterioro que ha infligido a la democracia y por su alianza antinatura con los militares.
Los profetas del cambio y de la refundaci¨®n de la patrias no se agotan en Bukele y L¨®pez Obrador. El peruano Pedro Castillo tambi¨¦n lleg¨® a la presidencia como un enviado de Cl¨ªo para acabar con 200 a?os de prejuicios raciales en el Gobierno. El resultado ha sido la obvia comprobaci¨®n de que la honestidad no depende del color de piel, sino del control democr¨¢tico sobre el poder. Hoy, Per¨² es una taberna de truhanes e incompetentes, donde Castillo y sus antiguos rivales, los congresistas de ultraderecha, se amangualan para repartir cargos entre aliados y legislar en favor propio.
Pero entre todos los populistas contempor¨¢neos, nadie cree m¨¢s en su predestinaci¨®n hist¨®rica que Gustavo Petro, el candidato presidencial que parte con m¨¢s opciones para ganar las elecciones colombianas del pr¨®ximo 29 de mayo. Como L¨®pez Obrador, tambi¨¦n quiere ser el primer presidente de izquierdas que gobierne su pa¨ªs; como Castillo, tambi¨¦n promete la inclusi¨®n del pueblo en el proyecto de naci¨®n; como Bukele, tambi¨¦n tiene una visi¨®n transformadora que convertir¨¢ a Colombia en la vanguardia de la vanguardia, en un ejemplo para la humanidad. Con una coalici¨®n que lleva el predecible nombre de Pacto Hist¨®rico, Petro quiere que su pa¨ªs sea una ¡°potencia mundial de la vida¡±.
Detr¨¢s de estas palabras grandilocuentes y pomposas anida la fantas¨ªa de convertir a Colombia en un referente que gu¨ªe a la humanidad en la lucha contra el cambio clim¨¢tico. Petro quiere entablar desde el d¨ªa uno de su Gobierno una guerra contra los combustibles f¨®siles, convencido de que esos ingresos fiscales los podr¨¢ reemplazar fortaleciendo la agroindustria y el sector del turismo. No parece advertir que el sacrificio de un pa¨ªs peque?o como Colombia puede contribuir m¨¢s bien poco a la humanidad, y, en cambio, s¨ª agravar los problemas de inequidad y pobreza que inexorablemente desembocan en m¨¢s violencia y muerte.
Los prop¨®sitos de Petro est¨¢n apuntalados en un lodazal de buenas intenciones, donde tambi¨¦n zozobran chispazos peregrinos como convertir al Estado en empleador de ¨²ltima instancia para todo aquel que no encuentre empleo, darle voz a la sociedad en la direcci¨®n del Banco de la Rep¨²blica, o el ¡°perd¨®n social¡± generalizado que promovi¨® despu¨¦s de leer un libro de Derrida. Estas ocurrencias, m¨¢s propias de un redentor que de un estadista fiable, nos llevan al verdadero problema. A corroborar que quienes han querido cambiar la historia de sus pa¨ªses por lo general han acabado despreciando el Gobierno democr¨¢tico y a?orando el poder popular. Los procedimientos parlamentarios y la divisi¨®n de poderes, prensa incluida, son un freno a las visiones personalistas de los caudillos y benefactores de la patria, y eso explica que todos ellos, tarde o temprano, acaben apelando a la opini¨®n, al sentimiento o a la voluntad del pueblo para burlar las reglas del juego democr¨¢tico.
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