V¨®mito
La puerta de los grandes almacenes tragaba y expulsaba gente sin cesar. Me asom¨¦ a la carne como si la viera por primera vez y su misterio me produjo un asombro sin l¨ªmites
Me detuve en medio de la acera de una calle c¨¦ntrica y el mundo, igual que en el tango, sigui¨® andando. Entonces apreci¨¦ la vida en toda su belleza, que era todo su horror. Hab¨ªa a mi izquierda unos grandes almacenes de ropa cuya puerta tragaba y vomitaba gente sin cesar. La tragaba por el lado izquierdo y la vomitaba por el derecho despu¨¦s de haberla digerido en sus entra?as de telas y entretelas y ascensores de acero. Advert¨ª entonces que las personas estaban hechas de carne, quiz¨¢ de la misma o parecida carne de la que est¨¢n hechos nuestros animales dom¨¦sticos, la misma de la que est¨¢n hechos los leones y las ratas y los elefantes marinos y el gorila del zoo, como si hubiera en alg¨²n sitio del universo un gigantesco dep¨®sito de carne, semejante a la arcilla, con el que se modelara indistintamente el muslo de un jilguero y el de un subsecretario. Me asom¨¦, en fin, a la carne como si la viera por primera vez y su misterio me produjo un asombro sin l¨ªmites. Pens¨¦ en los labios de carne y en las orejas de carne y en las manos y en los dedos de carne y en los vientres de carne y en los genitales de carne y en los culos de carne. La ciudad conten¨ªa cantidades incre¨ªbles de carne tan pronta a florecer como a pudrirse.
De s¨²bito, volv¨ª a recuperar el movimiento y entr¨¦ tambi¨¦n en los grandes almacenes para ofrecer mi carne a los dioses del capitalismo textil. Sub¨ª equivocadamente a la planta de caballeros por las escaleras mec¨¢nicas que bajaban, de manera que durante unos instantes fui en la direcci¨®n contraria a la de los consumidores. Cuando logr¨¦ llegar arriba jadeando, alguien me toc¨® el hombro al tiempo de ofrecerme un perfume que ol¨ªa a corona de muertos. T¨² no est¨¢s bien, me dije. Pero luego me compr¨¦ un par de camisas de verano que parec¨ªan hechas a medida y me incorpor¨¦, m¨¢s calmado, al curso de la vida.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.