El Gobierno no tiene quien le quiera
Frente a liderar un cambio en la forma de entender Espa?a, S¨¢nchez prefiere disimular o contemporizar con un nacionalismo espa?ol que ha ido ganando una influencia decisiva en las actitudes pol¨ªticas de muchos ciudadanos
Desde las elecciones generales de noviembre de 2019, se han celebrado seis elecciones auton¨®micas (en Galicia, Pa¨ªs Vasco, Catalu?a, Madrid, Castilla y Le¨®n y Andaluc¨ªa). En todas ellas, salvo en las catalanas, el bloque de izquierdas PSOE-Unidas Podemos (UP) ha retrocedido significativamente. Por poner el ejemplo m¨¢s reciente, en las elecciones andaluzas del pasado 19 de junio, dicho bloque cay¨® del 44,1% del voto en 2018 al 31,8%.
Por supuesto, resulta arriesgado trasladar los resultados auton¨®micos al conjunto de Espa?a. Pero, a nivel nacional, los sondeos apuntan un estancamiento del PSOE en torno al 25% y una ca¨ªda importante de UP, que se quedar¨ªa en torno al 10%. Si nada cambiara de aqu¨ª a las elecciones, estos resultados har¨ªan muy dif¨ªcil el mantenimiento del actual Ejecutivo.
Parece que ninguno de los dos partidos de la coalici¨®n es capaz de capitalizar la gesti¨®n del Gobierno, a pesar de que este presenta una hoja de servicios bastante impresionante (reforma laboral, ingreso m¨ªnimo vital, ley de eutanasia, subidas del salario m¨ªnimo, revalorizaci¨®n de las pensiones, una agenda medioambiental ambiciosa, etc¨¦tera).
?Por qu¨¦, pese a todos estos logros, no se detecta mayor entusiasmo ciudadano? Las razones, probablemente, sean m¨²ltiples. El proyecto pol¨ªtico del Gobierno qued¨® truncado por la pandemia primero y por la guerra de Ucrania despu¨¦s. El Ejecutivo ha tenido que dedicarse a resolver crisis no previstas de gran envergadura cuyos or¨ªgenes son externos (un virus, la invasi¨®n rusa de Ucrania). Se ha apuntado tambi¨¦n que las divergencias internas en el Gobierno, en muchas ocasiones aireadas en p¨²blico, han generado una imagen de barullo y descontrol permanentes. Y, como siempre, hay quien dice que se trata de un problema de comunicaci¨®n¡
Salvo lo de la comunicaci¨®n, todo un cl¨¢sico, lo dem¨¢s parece cierto. No obstante, creo que hay algo m¨¢s, algo que fluye por debajo de todos estos factores y que, en cierto modo, define nuestro tiempo pol¨ªtico: me refiero a la cuesti¨®n nacional y el influjo de la crisis catalana en la pol¨ªtica espa?ola.
Tras las elecciones de noviembre de 2019, desaparecido pr¨¢cticamente Ciudadanos y con Vox en pleno ascenso, el PSOE ten¨ªa dos opciones para formar Gobierno: o bien entrar en una gran coalici¨®n con el PP, al estilo de lo que se ha hecho en Alemania o Austria, o bien forjar una coalici¨®n con UP y obtener el apoyo de los partidos nacionalistas de ¨¢mbito regional.
La primera opci¨®n presentaba muchos inconvenientes. El PSOE hab¨ªa desalojado al PP del poder en 2018 por los graves problemas de corrupci¨®n que arrastraba el partido conservador. La ciudadan¨ªa progresista no habr¨ªa entendido ni la necesidad ni el sentido pol¨ªtico de una gran coalici¨®n entre socialdem¨®cratas y conservadores. De hecho, en las encuestas se registraba un apoyo popular muy bajo a esta combinaci¨®n de partidos.
La segunda opci¨®n era compleja, se trataba de encontrar un entendimiento entre fuerzas de izquierda que tradicionalmente se han despreciado y, adem¨¢s, obtener el apoyo de partidos nacionalistas muy variados, algunos de ellos abiertamente independentistas. En los t¨¦rminos del bipartidismo m¨¢s rancio, ¡°un l¨ªo¡± (Rajoy) o ¡°un Gobierno Frankenstein¡± (Rubalcaba).
S¨¢nchez apost¨® por esta segunda opci¨®n para ser investido presidente del Gobierno. Pero, una vez tomada esta decisi¨®n, no ha dado muestras de creer en el proyecto. El objetivo, se supon¨ªa, consist¨ªa en buscar una salida a la Espa?a que dej¨® Rajoy, caracterizada por unos niveles de corrupci¨®n insoportables, unas pol¨ªticas econ¨®micas insolidarias y regresivas, as¨ª como un conflicto territorial exacerbado. Para cohesionar Espa?a y prepararla para un futuro mejor, era necesario contar con el concurso no s¨®lo de Unidas Podemos, sino tambi¨¦n de las fuerzas nacionalistas.
En lugar de tratar de persuadir a la ciudadan¨ªa sobre la conveniencia de integrar a los nacionalistas en dicho proyecto de cambio, a fin de conseguir una Espa?a m¨¢s s¨®lida y plural, el PSOE de S¨¢nchez parece avergonzarse de buscar los votos de estos partidos e intenta compensarlo con gestos en la direcci¨®n opuesta. S¨ª, este Gobierno indult¨® a los l¨ªderes independentistas, una medida valiente y necesaria, pero no ha avanzado un mil¨ªmetro en la construcci¨®n de una Espa?a plurinacional o federal, no ha elaborado oferta alguna para resolver la cuesti¨®n catalana, se ha olvidado de promover una reforma de la Constituci¨®n y, en los temas que afectan al coraz¨®n del Estado, no es infrecuente que sus votos se sumen en el Congreso a los de los partidos de derechas (PP, Ciudadanos y Vox): as¨ª ha ocurrido con la corrupci¨®n de Juan Carlos I, el espionaje a los pol¨ªticos independentistas o el uso de lenguas auton¨®micas en el Parlamento.
De esta manera, el PSOE cede terreno ante el pujante nacionalismo espa?ol excluyente. La alternativa no es ceder a su vez ante las demandas independentistas, sino desactivarlas gracias a una idea alternativa de Espa?a, m¨¢s integradora, m¨¢s en consonancia con lo que fue el esp¨ªritu de la Constituci¨®n de 1978.
El Gobierno transmite que aprueba las leyes con el bloque de investidura no porque crea que es bueno para el pa¨ªs, sino porque no tiene otro remedio. Es una posici¨®n perdedora, basada en el miedo a la reacci¨®n de una parte de la sociedad que tiene actitudes cada vez m¨¢s intransigentes sobre lo que significa la convivencia de varias nacionalidades dentro de un mismo Estado. Frente a liderar un cambio en la forma de entender Espa?a, el presidente prefiere disimular o contemporizar con un nacionalismo espa?ol que ha ido ganando una influencia decisiva en las actitudes pol¨ªticas de muchos ciudadanos. Es como si el PSOE hubiera asumido que nada puede hacerse para combatir ese nuevo orgullo espa?olista que resucita la ret¨®rica de la anti-Espa?a, formada por UP, los nacionalistas vascos y catalanes y, en los momentos de mayor exaltaci¨®n, los propios socialistas.
Para una parte considerable del electorado potencial del PSOE, sobre todo el m¨¢s moderado, los apoyos puntuales de ERC o Bildu y la ret¨®rica integradora hacia Catalu?a se viven como una ofensa permanente. Aunque aprueben las pol¨ªticas sociales del Gobierno, no perdonan lo que perciben como cesiones a los enemigos de Espa?a. A mi juicio, esto es decisivo para entender la debilidad de la izquierda en las recientes elecciones andaluzas y, m¨¢s en general, la hostilidad brutal que provoca el Gobierno en colectivos que, en principio, podr¨ªan simpatizar con sus pol¨ªticas sociales y econ¨®micas.
La soluci¨®n no llegar¨¢ por pisar el acelerador de las medidas sociales (bienvenidas sean, por lo dem¨¢s). Quien crea en esa v¨ªa no estar¨¢ haci¨¦ndose cargo de la profunda transformaci¨®n que ha operado la crisis catalana de 2017 en la cultura pol¨ªtica espa?ola. El mayor problema del PSOE es que no tiene la fuerza necesaria para afrontar esta cuesti¨®n, sobre la que est¨¢ profundamente dividido. En su seno conviven desde centralistas que en la cuesti¨®n nacional no se distinguen de las derechas hasta partidarios de la plurinacionalidad. Eso es probablemente lo que impide al partido adoptar una posici¨®n clara y tirar del bloque de las izquierdas y los nacionalistas para romper de una vez con el legado t¨®xico que dej¨® el Partido Popular en sus ¨²ltimos a?os de gobierno. Enfrente tiene al PP de Feij¨®o, que quiere construir una mayor¨ªa a lomos de ese espa?olismo y de un programa econ¨®mico moderado que no despierte recelos entre los votantes centristas.
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