La paz fr¨ªa
El Supremo y las s¨®rdidas sesiones del Congreso muestran con claridad c¨®mo una franja muy importante de uno de los partidos que se turnan en el poder en Estados Unidos no es democr¨¢tica ni por asomo
Las heridas escuecen si les echamos sal, y se agravan. Cuando el racismo y otros abusos salidos del mismo patr¨®n de desprecio supremacista se entrelazan con un ecosistema medi¨¢tico e institucional programado para azuzar el odio y la polarizaci¨®n, el resultado es un c¨®ctel explosivo, el perfecto aderezo de una cultura nacional enferma y en serio declive democr¨¢tico. Hablo, claro, de the land of the free en una semana movidita. Cassidy Hutchinson, exasesora de la Casa Blanca, es la cara de una nueva sacudida. Con valent¨ªa, tras recibir mensajes intimidatorios para hacer ¡°lo correcto¡±, en sus declaraciones ante el Congreso dej¨® de nuevo en evidencia (y van¡) a los principales l¨ªderes del Partido Republicano, que siguen guardando silencio y, es de suponer, contando monedas. No hay muchas dudas: el exinquilino de la Casa Blanca fue el conductor de un intento de golpe de Estado sin precedentes en EE UU, en un asalto al Capitolio que fue una operaci¨®n orquestada para impedir la certificaci¨®n de la victoria de Biden. A la vez, tras dos fallos hist¨®ricos sobre aborto y armas, la Corte Suprema se pronunciaba esta semana sobre la regulaci¨®n clim¨¢tica ungida en la cruz y la bandera, insistiendo en su particular suicidio institucional.
Y es que mientras Biden pasea los ideales del mundo libre por El Prado, la democracia estadounidense corre acelerada hacia el colapso. El Supremo y las s¨®rdidas sesiones del Congreso muestran con claridad c¨®mo una franja muy importante de uno de los partidos que se turnan en el poder en EE UU no es democr¨¢tica ni por asomo, y eso implica que la primera potencia mundial podr¨ªa ver morir su democracia. Antony Beevor advierte hoy en EL PA?S sobre los riesgos de la insistencia en la polarizaci¨®n, no solo entre izquierda y derecha, sino entre autocracia y democracia. A su juicio, es la din¨¢mica que se desat¨® con la Primera Guerra Mundial, y por eso es dif¨ªcil entender por qu¨¦ Biden, que vive esa radical divisi¨®n en su propio pa¨ªs, insistiese en la cumbre de la OTAN en una visi¨®n que adoptamos acr¨ªticamente muchos analistas y columnistas al hablar de Ucrania y narrar el duelo ¨¦pico entre democracias y autocracias. La realidad es peor, y gris: Erdogan, con su sociedad amordazada y un poder judicial a sus ¨®rdenes, es un aliado.
El esfuerzo de Biden para incluir a China como un desaf¨ªo estrat¨¦gico es evidente, y plantea dudas sobre si es o no un incremento innecesario de la escalada polarizadora, un empuje hacia la fragmentaci¨®n del orden internacional, precipitando otros conflictos que, a priori, se dice querer evitar. Pero el mundo es mucho m¨¢s complejo que cualquier divisi¨®n maniquea, y son las democracias, precisamente, las que han de trabajar para lograr al menos lo que Michael Doyle llama una ¡°paz fr¨ªa¡±: fomentar espacios de cooperaci¨®n y compromisos que, aunque dif¨ªciles, busquen un mundo m¨¢s estable y seguro. La alternativa ya la conocemos.
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