Seguridad por extravagancia
Si la memoria democr¨¢tica no se comparte m¨ªnimamente, ni es memoria, ni es democr¨¢tica
En la cultura pol¨ªtica de la izquierda espa?ola moderna se produce una cesura a comienzos del siglo XXI que deja atr¨¢s el tiempo anterior de la Transici¨®n. Hasta la llegada al poder del socialista Jos¨¦ Luis Rodr¨ªguez Zapatero, en 2004, su partido se hab¨ªa movido en los valores y objetivos materialistas; desde ¨¦l, en consonancia con lo que ocurr¨ªa en otros lugares y con la propia transformaci¨®n de las sociedades postindustriales, cobraron protagonismo los posmaterialistas (identidad, realizaci¨®n personal). Pero m¨¢s all¨¢ de ello, se advierte una mutaci¨®n que afecta a la trascendencia: los antiguos parec¨ªan tener convicciones arraigadas y los modernos parecen tener unas que, si no les gustan, pueden cambiarse por otras. Quiz¨¢s porque los gobiernos de Felipe Gonz¨¢lez tuvieron aseguradas mayor¨ªas pl¨¢cidas no se ve¨ªan obligados a cambiar demasiados cromos, pero desde Zapatero hemos visto c¨®mo, para conservar el poder, cualquier principio puede ser sorteado, cualquier se?a de identidad o inter¨¦s de tu base social canjeada por los apoyos precisos para sacar una ley o un presupuesto. La pol¨ªtica nunca se hab¨ªa hecho tan pr¨¢ctica, a la vez que inconsistente.
La manera de expresarse la inconsistencia y la permanencia en el poder a costa de lo que sea es la extravagancia en los acuerdos y en el signo de las alianzas. La ¨²ltima de ellas ha sido la trabada para sacar adelante el Proyecto de Ley de Memoria Democr¨¢tica. Resulta extra?o hacerlo sin la anuencia de la otra mitad del pa¨ªs, la conservadora. Sabemos que el Partido Popular no est¨¢ para acuerdos por la pol¨ªtica de polarizaci¨®n y crispaci¨®n que comparten todos los agentes pol¨ªticos, sin excepci¨®n, pero no consta un esfuerzo por convencerles. Basta ver el articulado para comprobar que el objetivo es que no participen del mismo. Mal vamos por ah¨ª. Si la memoria democr¨¢tica no se comparte m¨ªnimamente, ni es memoria, ni es democr¨¢tica.
Pero, peor a¨²n, porque la mayor¨ªa parlamentaria se pretende establecer con izquierdistas y nacionalistas varios, y con los votos de EH Bildu. La geometr¨ªa variable de esta legislatura ha forzado a recurrir a ellos, y bendita sea su incorporaci¨®n a la pol¨ªtica democr¨¢tica a todos los efectos, sabiendo de d¨®nde vienen. Pero hacer soporte b¨¢sico de la memoria democr¨¢tica a quienes han sido la mayor amenaza contra la democracia en Espa?a desde antes de sus comienzos parece extravagancia impropia hasta de la realpolitik, casi sarcasmo. Prescindir de Vox en el di¨¢logo previo va de suyo, pero aplicarse sin m¨¢s a quienes tienen 850 demostraciones criminales de su oposici¨®n a la democracia espa?ola realmente existente parece arriesgado. Era, sin duda, el peor compa?ero de cama, por mucho que su presencia se justifique por la negativa de los republicanos catalanes a la coyunda.
Con todo, conociendo la direcci¨®n pol¨ªtica del pa¨ªs, no contemplo la rectificaci¨®n. Entonces, puestos a ser pr¨¢cticos, se me ocurre una idea para que tama?a complicidad no resulte tan bochornosa. Miren, en 2008 el Parlamento Vasco aprob¨® una Ley de Reconocimiento y Reparaci¨®n de las V¨ªctimas del Terrorismo. En su art¨ªculo 8.2 dice que el significado pol¨ªtico de estas ¡°se concreta en la defensa de todo aquello que el terrorismo pretende eliminar ¡ªestaba activa ETA a¨²n¡ª para imponer su proyecto totalitario y excluyente: las libertades encarnadas en el Estado democr¨¢tico de derecho y el derecho de la ciudadan¨ªa a una convivencia integradora¡±.
La marca de conveniencia de la izquierda abertzale entonces no suscribi¨® este acuerdo; no lo ha hecho tampoco despu¨¦s. Cuando se re¨²nen los nacionalistas del PNV y estos de EH Bildu para imaginar un nuevo estatus pol¨ªtico vasco prescinden de aquel compromiso (que s¨ª firmaron los jeltzales y la escisi¨®n abertzale de Aralar). Hoy por hoy, es el gran valladar frente a la tentaci¨®n de estos grupos mayoritarios de configurar una futura sociedad vasca uniforme y homog¨¦nea, exclusivista y excluyente, como la quiso ETA a bombas y como la anhelan algunos sin ellas.
?Y si, como prueba del nueve de su compromiso con la democracia, Pedro S¨¢nchez obligara a estos a expresar su respaldo a aquel acuerdo como pre¨¢mbulo a una Ley de Memoria Democr¨¢tica que de verdad fuera tal? La historia de la Transici¨®n, de Adolfo Su¨¢rez a hoy, de la UCD al PSOE pasando por el PP, es tambi¨¦n la de una pol¨ªtica espa?ola que, para conseguir los necesarios apoyos nacionalistas y mantenerse en el poder ¡°en Madrid¡±, prescindi¨® y ningune¨® sistem¨¢ticamente a sus correligionarios en Catalu?a y en Euskadi, convirti¨¦ndolos en mera sucursal de sus ambiciones; y otro tanto hizo con sus bases sociales de apoyo. La ocasi¨®n la pintan calva para tener por fin una satisfacci¨®n y comulgar con ruedas de molino a cambio de obtener de la extravagancia una cierta seguridad de futuro. ?Qu¨¦ les parece?
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