Lo que no podemos perder
Vivimos en un momento hist¨®rico en el que hay que repensar la idea de progreso. Ahora debe pasar por fijarnos en c¨®mo evitar los grandes males
Este verano de fuego me tiene conmocionado. Imagino que como a cualquier otro. Ver c¨®mo en pocos d¨ªas pueden arder bosques enteros que han tardado siglos o d¨¦cadas en desarrollarse no puede dejarnos indiferentes. Ocurre, sin embargo, que solo nos ocupamos de ello durante las semanas de la temporada de incendios; luego pasamos ya a otra cosa. La actualidad manda. Con todo, la novedad de este a?o ha sido el giro cuasi-apocal¨ªptico del fen¨®meno. No solo por la cantidad de superficie quemada, tambi¨¦n por su extensi¨®n a pa¨ªses que hasta ahora apenas se ve¨ªan afectados por ellos. Hay quien dice que hemos entrado ya en el Piroceno, la edad del fuego, una deriva colateral del calentamiento global. La parte mala de este enfoque es que podemos acabar abrumados por el fatalismo, por la convicci¨®n de que igual hemos de renunciar a tener los bosques a los que est¨¢bamos acostumbrados, que en pa¨ªses como el nuestro son un lujo que no nos podemos permitir.
La parte buena es que, ?por fin!, estamos despertando a la nueva realidad y habremos de actuar en consecuencia. Con un a?adido que no es balad¨ª, la necesidad de reajustar algunos aspectos de la mentalidad dominante, de cambiar nuestra perspectiva vital. Hasta ahora ¨¦ramos una civilizaci¨®n permanentemente insatisfecha, obsesionada en pensar c¨®mo seguir gratific¨¢ndose. Una civilizaci¨®n orgi¨¢stica: aunque ya tuviera bastante todav¨ªa quer¨ªa m¨¢s. El enfoque ahora debe de ser otro, atender menos a lo banal que nos falta por conseguir y tomar conciencia plena de lo fundamental que no podemos perder.
Vivimos en un momento hist¨®rico en el que hay que repensar la idea de progreso. Ahora debe pasar por fijarnos en c¨®mo evitar los grandes males. Curiosa ¨¦poca esta en la que ser progresista consiste en ser ¡°conservador¡±, en no perder lo que d¨¢bamos por supuesto: la seguridad (sanitaria, de prestaciones sociales b¨¢sicas, incluso militar), la democracia y los derechos; y desde luego, lo que da origen a estas reflexiones, el medio ambiente. Si se fijan, la mayor¨ªa de las manifestaciones en la calle ya no son para conseguir nuevos derechos, sino para no perder los que ten¨ªamos, los que d¨¢bamos por asegurados. Estamos obligados a ser ¡°conservacionistas¡±, y esto ahora significa lo contrario de no hacer nada; para no dilapidar lo alcanzado no podemos dejar de actuar. Definamos, pues, con urgencia lo que no podemos perder y organicemos en torno a ello todo un programa de acci¨®n pol¨ªtica ¡°preservacionista¡±.
En este contexto, y por volver a la cuesti¨®n medioambiental, es necesario invocar de nuevo el concepto de ¡°injusticia pasiva¡± que teoriz¨® Judith Shklar, lo que se produce cuando no hacemos todo lo que est¨¦ en nuestra mano para evitar las injusticias. Desastres naturales como la erupci¨®n volc¨¢nica de La Palma son un infortunio, no est¨¢ bajo nuestro control poder evitarlo; pero deviene en injusticia si no acudimos prestos en ayuda de los afectados. Lo caracter¨ªstico del cambio clim¨¢tico es que es algo parecido a un infortunio programado, detr¨¢s hay una acci¨®n antropog¨¦nica y, por tanto, somos moralmente responsables tanto de sus causas como de sus efectos. Shklar dir¨ªa que la ¡°justicia activa¡± consiste en eso, en la acci¨®n p¨²blica dirigida decididamente a prevenir da?os; o, por parte de los ciudadanos, en movilizarse contra las injusticias all¨ª donde pudieran producirse, fueran de la naturaleza que fueren. Estamos sujetos a este principio de responsabilidad. Todos. Ya no sirve de mucho lamentarse por las culpas pasadas; el proyecto es de futuro, el m¨¢s importante que hemos de afrontar. Que no nos distraigan, la urgencia est¨¢ a la vista.
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