Cuando el destino nos alcance
Es obvio, salvo para las mentes conservadoras m¨¢s empecinadas, que hace falta un cambio de rumbo que ponga punto final al delirio emprendido por Reagan y Thatcher hace 40 a?os
Medio siglo desde que se estren¨® en cines Soylent Green, la distop¨ªa malthusiana en la que Charlton Heston interpreta a un polic¨ªa que debe investigar, en un Nueva York caluroso y destartalado, la extra?a procedencia del ¨²nico alimento al alcance de unas masas al borde de la revuelta. La frase promocional con la que se acompa?¨® el lanzamiento de la pel¨ªcula advert¨ªa: ¡°A?o 2022, nada marcha bien, nada funciona, pero la gente sigue siendo la misma y har¨¢ lo que sea para conseguir lo que necesite¡±. Al llegar nuestro tiempo al presente imaginado en aquella historia resulta inquietante que la sentencia, tan contundente como desesperada, refleje la sensaci¨®n que se lleva percibiendo estos ¨²ltimos meses. La pel¨ªcula recibi¨® en castellano el t¨ªtulo de Cuando el destino nos alcance.
Siempre es dif¨ªcil precisar cu¨¢ndo finaliza una ¨¦poca, no as¨ª cu¨¢ndo comienza a finalizar. La nuestra, la del capitalismo neoliberal y la globalizaci¨®n, empez¨® a resquebrajarse en la Gran Recesi¨®n de 2008. A partir de ese punto, una crisis de ciclo largo en el que todas las costuras sociales, muy endebles a causa del fanatismo financiero, se han ido descosiendo. Crisis del trabajo que a duras penas alcanza para dar estabilidad. Crisis territorial, angustia en los territorios pobres y deseos solipsistas en los ricos. Crisis medioambiental que pasa de los datos clim¨¢ticos a las llamas y los fallecimientos. Crisis cultural en el reino del individualismo competitivo. Crisis de legitimidad de la democracia liberal, con una ultraderecha que arrecia, ahora en Italia. Si a esto le sumamos una pandemia y una guerra, que ha destapado la tensi¨®n energ¨¦tica e inflacionaria, 2022 parece ese punto donde el destino nos alcanza.
Un destino que no es m¨¢s que la aceptaci¨®n, ya obvia salvo para las mentes conservadoras m¨¢s empecinadas, de que se precisa un cambio de rumbo que ponga punto final al delirio emprendido por Reagan y Thatcher hace 40 a?os. A¨²n estamos lejos, sin embargo, del consenso de lo que se necesita, pese a que la respuesta ante el virus hizo patente la necesidad de lo p¨²blico y de una intervenci¨®n econ¨®mica estatal en los sectores estrat¨¦gicos. Un 16 de septiembre de 2008, un d¨ªa despu¨¦s de la ca¨ªda de Lehman Brothers, I?aki Gabilondo entendi¨® cu¨¢l iba a ser el escollo principal para este cambio: ¡°Todo se detiene en el plano pol¨ªtico nacional. Cada pa¨ªs dispone, como chivos expiatorios, de sus gobiernos. Denunciamos sus errores pero ni se nos ocurre denunciar los colosales errores de c¨¢lculo de los gigantes mundiales de las finanzas. La democracia es s¨®lo la apariencia del poder, un rompeolas en el que revientan las iras ciudadanas¡±.
Hace una d¨¦cada, aunque la antipol¨ªtica acudi¨® rauda a servir de coartada al sistema financiero, el resultado fue que la indignaci¨®n acab¨® por constituirse en propuesta, probablemente porque venir de una situaci¨®n de bonanza econ¨®mica, por mucho que fuera producto de la especulaci¨®n, otorgaba a sus protagonistas la capacidad de imaginar un horizonte. Hoy, sin embargo, aquella tensi¨®n c¨ªvica no se percibe: venir de un espacio prolongado de interdeterminaci¨®n fulmina la esperanza. En la Gran Recesi¨®n a¨²n estaban claras las l¨ªneas del terreno de juego donde se enfrentaban dos contendientes cl¨¢sicos. Hoy el campo est¨¢ cubierto por una espesa niebla y cada jugador viste una ense?a diferente. Cuando la pluralidad de amenazas provoca que no sepamos siquiera a qu¨¦ nos enfrentamos o d¨®nde nos situamos respondemos mediante la ansiedad.
El gran reto para quien tenga responsabilidad de gobierno en este tiempo que se avecina no ser¨¢ s¨®lo la implementaci¨®n de medidas en los m¨²ltiples frentes abiertos, sino tambi¨¦n gestionar esa ansiedad. M¨¢s all¨¢ de lo acertado de una acci¨®n esta puede devenir en conflicto si se percibe que recae sobre los hombros equivocados: el espacio del error se estrechar¨¢ dram¨¢ticamente. Por otro lado, el gran reto para la izquierda ser¨¢ encontrar una direcci¨®n que reconozca el cambio de ¨¦poca, sus problemas e inc¨®gnitas, pero que sea capaz de superar el catastrofismo. Un espacio pol¨ªtico, educado hist¨®ricamente en la impugnaci¨®n, deber¨¢ saber leer que la denuncia de los problemas, si no se acompa?a de soluciones factibles, suele espolear el miedo. Desde el s¨¢lvese quien pueda nunca se encuentran los espacios comunes.
Las derechas son conocedoras de que la ansiedad social pedir¨¢ antes cuentas a la democracia que al modelo econ¨®mico. Del lado extremo s¨®lo se espera que se emplee primero como bardo del apocalipsis para erigirse despu¨¦s como cirujano de hierro. Por contra, la derecha liberal se ver¨¢ frente a una encrucijada al tener que elegir entre beneficios o derechos, en un contexto donde acrecentar la desigualdad implica poner en riesgo la estabilidad. Los antecedentes, cuando se ha planteado esta elecci¨®n, no han sido brillantes. La cuesti¨®n es que esta vez incluso para ser conservadores se necesita que despu¨¦s exista algo que conservar. Cuando el destino te alcanza, y el nuestro ya lo ha hecho, la decisi¨®n m¨¢s inteligente es la ¨²nica posible.
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