Historias viscerales
Bolsonaro probablemente querr¨¢ sacar provecho de la exhibici¨®n del coraz¨®n embalsamado del primer emperador brasile?o
Quienes mor¨ªan en olor de santidad traspasaban la fama de sus poderes milagrosos a sus v¨ªsceras, falanges, miembros y dem¨¢s parte de su cuerpo, y por eso eran descuartizados y repartidos en santuarios e iglesias, un coraz¨®n dentro de una coraza de oro recamado de pedrer¨ªa, un brazo o una pierna dentro de una armadura de plata, un dedo en un dedal de orfebrer¨ªa. Le pasaba hasta al m¨¢s humilde de los siervos de Dios, como san Juan de la Cruz, o a la m¨¢s docta, como santa Teresa.
Pero ocurre tambi¨¦n con las santas laicas embalsamadas, como Eva Per¨®n; o con los presidentes todopoderosos cuando pretenden la eternidad m¨¢s all¨¢ de su muerte; o con los emperadores, cuando sus cuerpos, o sus v¨ªsceras, resultan ¨²tiles, aunque sea siglos despu¨¦s, en t¨¦rminos electorales. Vamos por partes.
La ma?ana del 6 de agosto de 1875, el presidente de Ecuador Gabriel Garc¨ªa Moreno, del bando conservador, quien empezar¨ªa pronto su tercer per¨ªodo en el mando, regresaba a pie al Palacio Nacional, luego de haber comulgado en la iglesia de Santo Domingo, cuando fue asesinado a tiros y a machetazos por una partida de conspiradores del bando liberal.
Al d¨ªa siguiente el cad¨¢ver presidi¨® sus propias exequias. Vestido en uniforme de gala de comandante supremo, el bicornio emplumado en la cabeza y la banda terciada en el pecho, apareci¨® sentado en el sill¨®n presidencial en el altar mayor de la catedral, mientras los deanes cantaban el oficio de difuntos y se cumpl¨ªa el protocolo de funerales de Estado dictado por ¨¦l mismo.
Esa foto anda por all¨ª, en prueba de que el novelista no miente. Maquillado para disimular la palidez de la muerte, las cejas repintadas, los ojos entrecerrados y la boca grotescamente abierta, a sus espaldas posa una guardia de granaderos, con sus altos gorros de piel de oso, la bayoneta calada y extra?amente revestidos con mandiles forenses.
Hubo intentos fallidos de canonizar a Garc¨ªa Granados, cat¨®lico devoto. Enterrado en la catedral de Quito, los vaivenes de la pol¨ªtica hicieron que se temiera una profanaci¨®n, y el cuerpo fue trasladado en secreto de un escondite a otro, hasta recalar en la iglesia de Santa Catalina de Siena, donde fue descubierto, cien a?os despu¨¦s de su muerte, en una cripta al lado derecho del altar mayor.
El coraz¨®n, que le hab¨ªan sacado para conservarlo como reliquia, fue escondido por aparte en una columna del claustro del Buen Pastor, junto con el del arzobispo de Quito, monse?or Jos¨¦ Ignacio Checa y Barba, muerto al beber el vino envenenado del c¨¢liz en el oficio del Viernes Santo de 1877. Materia tambi¨¦n que la realidad obsequia al novelista.
Y he aqu¨ª la otra historia. En la iglesia de la hermandad de Nuestra Se?ora de Lapa, en Oporto, se guarda bajo cinco llaves el coraz¨®n de don Pedro de Alc¨¢ntara, rey de Portugal, y emperador de Brasil tras la proclamaci¨®n en 1822 de la independencia de esta inmensa colonia americana que era por s¨ª misma un continente, caso ¨²nico en la historia de Am¨¦rica Latina el de un monarca venerado como pr¨®cer.
Don Pedro, desterrado de Brasil, muri¨® en 1834 en el Palacio Real de Queluz en Portugal, consumido por la tuberculosis. Pero antes dict¨® su c¨¦lebre carta abierta a los brasile?os: ¡°La esclavitud es un mal, y un ataque contra los derechos y la dignidad de la especie humana, pero sus consecuencias son menos perjudiciales para aquellos que sufren el cautiverio que para la Naci¨®n cuyas leyes la permiten. Es un c¨¢ncer que devora su moralidad¡±.
Y dej¨® dispuesto que su coraz¨®n quedara en la iglesia de Lapa, en tanto su cuerpo fue sepultado en el Pante¨®n Real de la dinast¨ªa de Braganza, de la iglesia de San Vicente de Fora. En 1972, al celebrarse los 150 a?os de la independencia de Brasil, la dictadura militar, evocando su fama de ¡°rey soldado¡±, y no la de enemigo de la esclavitud, consigui¨® que los huesos del emperador fueran trasladados desde Portugal, paseados con gran pompa por todo el pa¨ªs antes de recibir sepultura en el mausoleo imperial en Ipiranga, en S?o Paulo, paraje donde proclam¨® a Brasil libre del yugo de Portugal. Libraba entonces una campa?a en la que se ve¨ªa obligado a bajarse del caballo a cada tramo, aquejado de diarrea.
Si la dictadura logr¨® hacerse con los huesos del ¡°rey soldado¡±, ahora el presidente Jair Bolsonaro, quien para nada disimula su a?oranza por el r¨¦gimen castrense, ha conseguido que el Ayuntamiento de Oporto le d¨¦ en pr¨¦stamo el coraz¨®n de don Pedro con motivo de las celebraciones del segundo centenario de la independencia.
Bolsonaro, quien busca la reelecci¨®n, proclama que se siente inmortal, que del poder s¨®lo Dios lo echa, y amenaza con un golpe de Estado si pierde. Las elecciones presidenciales, en las que lleva desventaja en las encuestas frente a Lula Da Silva, son el 2 de octubre, y la celebraci¨®n de la independencia el 7 de septiembre.
El coraz¨®n ser¨¢ trasladado en un avi¨®n de la Fuerza A¨¦rea Brasile?a, y Bolsonaro lo recibir¨¢ seguramente en el aeropuerto para sacarle provecho electoral, y mostrar triunfalmente la urna en los m¨ªtines.
Estupenda oportunidad para un hombre tan visceral.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.