La gran resignaci¨®n
Mientras no consigamos reconstruir nuestra vida p¨²blica con unos niveles de exigencia m¨¢s elevados, la capacidad, como pa¨ªs, para resolver los asuntos socioecon¨®micos y ecol¨®gicos que nos angustian en el presente ser¨¢ limitada
Espa?a ha vivido una crisis pol¨ªtica profunda que, en mi opini¨®n, se ha cerrado en falso. Entre los a?os 2010 y 2018 asistimos a una especie de tormenta perfecta en la que confluyeron unos resultados econ¨®micos p¨¦simos, unas pol¨ªticas dur¨ªsimas de recortes sociales y devaluaci¨®n salarial, as¨ª como un reguero de esc¨¢ndalos de corrupci¨®n. A todo ello se sum¨® la crisis catalana de 2017, que puso el pa¨ªs al l¨ªmite.
Las consecuencias se han dejado sentir en el sistema pol¨ªtico de diversas maneras: (I) ...
Espa?a ha vivido una crisis pol¨ªtica profunda que, en mi opini¨®n, se ha cerrado en falso. Entre los a?os 2010 y 2018 asistimos a una especie de tormenta perfecta en la que confluyeron unos resultados econ¨®micos p¨¦simos, unas pol¨ªticas dur¨ªsimas de recortes sociales y devaluaci¨®n salarial, as¨ª como un reguero de esc¨¢ndalos de corrupci¨®n. A todo ello se sum¨® la crisis catalana de 2017, que puso el pa¨ªs al l¨ªmite.
Las consecuencias se han dejado sentir en el sistema pol¨ªtico de diversas maneras: (I) fuerte erosi¨®n del bipartidismo, (II) surgimiento de nuevos partidos, (III) repetici¨®n de elecciones ante la imposibilidad de investir al presidente del Gobierno (en 2016 y 2019), (IV) abdicaci¨®n del Rey en 2014, (V) suspensi¨®n del debate del Estado de la naci¨®n entre 2016 y 2021, (VI) pr¨®rroga de los Presupuestos Generales del Estado entre 2018 y 2020 y (VII) bloqueo en la renovaci¨®n de los ¨®rganos constitucionales. Algunos de estos problemas se han ido resolviendo, otros est¨¢n todav¨ªa pendientes.
Por su parte, el ¨¢nimo de la sociedad espa?ola cambi¨® dr¨¢sticamente. Antes de la crisis, los espa?oles estaban entre los ciudadanos europeos m¨¢s satisfechos con la democracia: en el a?o 2007, durante el Gobierno de Jos¨¦ Luis Rodr¨ªguez Zapatero, la media espa?ola de satisfacci¨®n con la democracia era igual a la de Suecia, Holanda y Finlandia y superior a la de Alemania, B¨¦lgica, Francia, Grecia, Italia, Portugal y el Reino Unido (datos de Eurobar¨®metro). Solo nos superaban Austria y Dinamarca. Menos de una d¨¦cada despu¨¦s, en 2015, Espa?a era el pa¨ªs con la media m¨¢s baja de Europa occidental, igualado con Grecia. Desde entonces, las cosas han mejorado, pero estamos lejos de recuperar los niveles de satisfacci¨®n democr¨¢tica anteriores a la crisis.
Asimismo, descendi¨® enormemente la confianza en las instituciones, un indicador de la legitimidad del sistema pol¨ªtico. Uno de los problemas m¨¢s graves se detecta en la justicia. La sociedad espa?ola no cree en la independencia de los jueces (tenemos el peor indicador de Europa occidental).
Yendo m¨¢s all¨¢ de los datos de opini¨®n p¨²blica, conviene recordar que en los a?os de la crisis se puso en cuesti¨®n el principal elemento legitimador de nuestro sistema democr¨¢tico, la Transici¨®n, y se instal¨® un discurso muy cr¨ªtico con el funcionamiento de la pol¨ªtica espa?ola, y especialmente con el de los partidos pol¨ªticos. Florecieron propuestas reformistas o rupturistas, tanto por la nueva izquierda como por la nueva derecha. En las p¨¢ginas de los diarios y en las estanter¨ªas de novedades editoriales abundaban propuestas de todo tipo para salir del agujero en el que nos encontr¨¢bamos: seg¨²n unos, la prioridad era cambiar el sistema educativo y el mercado de trabajo; seg¨²n otros, modificar la ley electoral y la regulaci¨®n de los partidos pol¨ªticos; sin olvidar a quienes pensaban que el problema de fondo estribaba en la Constituci¨®n de 1978 y los vicios que arrastraba la clase pol¨ªtica.
Aunque la moci¨®n de censura de 2018 supuso un importante soplo de aire fresco frente a la etapa de Mariano Rajoy, los problemas de fondo siguen sin afrontarse. Durante los ¨²ltimos 15 a?os, a pesar de la acumulaci¨®n de problemas, no solo no ha habido una sola reforma institucional ambiciosa, sino que hemos ido aprendiendo a base de esc¨¢ndalos que el sistema pol¨ªtico estaba m¨¢s descompuesto de lo que pod¨ªamos imaginar. Mencionar¨¦ dos elementos relativamente nuevos que proyectan una sombra siniestra sobre nuestra vida p¨²blica.
Por un lado, sabemos ahora, con bastante lujo de detalles, que Juan Carlos I tuvo un comportamiento personal m¨¢s propio de una satrap¨ªa que de una monarqu¨ªa parlamentaria europea, y que ello fue posible por una mezcla de colusi¨®n y autocensura entre pol¨ªticos, periodistas y altos funcionarios. Aun reconociendo el papel de Juan Carlos en la democratizaci¨®n del pa¨ªs y en la desactivaci¨®n del golpe de 1981, las revelaciones sobre sus abusos de poder, que se remontan al inicio mismo de su reinado, resultan devastadoras para el relato sobre la construcci¨®n de nuestra democracia, sobre todo para la versi¨®n de dicho relato que exalta la figura del monarca como piloto del cambio.
Por otro lado, los audios del excomisario Jos¨¦ Manuel Villarejo (algunos de los cuales afectan de lleno a la monarqu¨ªa) reflejan unas pr¨¢cticas que son impropias de una democracia avanzada y dejan en muy mal lugar a una parte importante de las ¨¦lites pol¨ªticas, econ¨®micas y period¨ªsticas del pa¨ªs. Espionajes, operaciones de acoso y derribo contra rivales pol¨ªticos y econ¨®micos, manipulaci¨®n de los medios de comunicaci¨®n, chantajes, tr¨¢fico de dosieres comprometedores, presiones sobre jueces, etc., han sido, por desgracia, cosa bastante frecuente. Aunque la pol¨ªtica siempre est¨¦ por medio, estas pr¨¢cticas no son extra?as a grandes empresas espa?olas y grandes medios de comunicaci¨®n.
Da la impresi¨®n de que, como sociedad, nos hemos resignado a que nuestro pa¨ªs funcione de esta manera. No solo no hay un verdadero debate sobre la cuesti¨®n, sino que la acumulaci¨®n de informaciones parece haber producido un cierto efecto de saturaci¨®n. Es como si ya hubi¨¦semos asumido que Espa?a es as¨ª.
No se trata de moralizar: hay una mezcla de razones que explican esta especie de anestesia pol¨ªtica. En primer lugar, se han sucedido crisis sobrevenidas, primero la pandemia y luego la guerra en Ucrania, unido todo ello a un agravamiento de los problemas medioambientales: en consecuencia, la agenda pol¨ªtica se ha alterado decisivamente. Es l¨®gico, pues, que la atenci¨®n se centre ahora en la cuesti¨®n socioecon¨®mica, la inflaci¨®n y la crisis energ¨¦tica. Este no es el momento m¨¢s oportuno para plantearnos por qu¨¦ el sistema pol¨ªtico no ha sido capaz de evitar o rectificar esa podredumbre que amenaza con anegarlo todo.
En segundo lugar, tras la crisis catalana, que supuso una especie de trauma nacional, ha resurgido un nacionalismo espa?ol autosatisfecho que niega de ra¨ªz que Espa?a tenga problemas pol¨ªticos estructurales. Ya se sabe, somos una democracia intachable, estamos entre las mejores del mundo. El pesimismo y la mirada sombr¨ªa de la d¨¦cada pasada han sido reemplazados por un orgullo de pa¨ªs en el que no hay apenas hueco para una visi¨®n cr¨ªtica de nuestro sistema democr¨¢tico. La reacci¨®n social al esc¨¢ndalo del espionaje a los l¨ªderes independentistas catalanes, que se ha cerrado sin que tengamos a¨²n una m¨ªnima explicaci¨®n veros¨ªmil de lo sucedido, es una buena muestra de ello.
Ahora bien, aun teniendo todo esto en cuenta, aun sabiendo que el momento no es el m¨¢s adecuado, no deber¨ªamos enga?arnos suponiendo que el paso del tiempo y la fugacidad de los asuntos p¨²blicos acabar¨¢ con el problema de fondo al que vengo refiri¨¦ndome en este art¨ªculo. Es m¨¢s, mientras no consigamos reconstruir nuestra vida p¨²blica con unos niveles de exigencia m¨¢s elevados, la capacidad, como pa¨ªs, para resolver los asuntos socioecon¨®micos y ecol¨®gicos que nos angustian en el presente ser¨¢ limitada. Resulta muy complicado llevar a cabo pol¨ªticas p¨²blicas ambiciosas y eficaces cuando la pol¨ªtica aparece peri¨®dicamente como un ¨¢mbito dominado por los abusos de poder y el juego sucio y, en consecuencia, se instala en la sociedad la desconfianza y la sospecha de todo lo relativo a la vida p¨²blica. En cualquier caso, la peor actitud posible es la resignaci¨®n. Pero resignados parecemos ante lo que seguimos aprendiendo de la pol¨ªtica espa?ola.