La reina vista desde Espa?a
En el Reino Unido la autoridad judicial no est¨¢ cuestionada, como sucede en nuestro pa¨ªs, porque sus representantes han sabido entender, y en esto la monarqu¨ªa ha resultado capital, su lugar decisivo

M¨¢s all¨¢ de la cobertura medi¨¢tica desmesurada, que incluye esa cosa tan rara de que Madrid le consagre a la Reina de Inglaterra casi los mismos d¨ªas de luto oficial que Gibraltar, la pregunta que queda en el aire es si la biograf¨ªa de Isabel II dice algo concreto a los espa?oles. Convertirse en un personaje de ficci¨®n gracias a la serializaci¨®n de sus experiencias m¨¢s traum¨¢ticas es algo que la ayud¨® a infiltrarse en la emoci¨®n colectiva. Sucedi¨® al contrario con el rey Juan Carlos, que se carg¨® su ficci¨®n al imponer un personaje demasiado real para ser soportable, en lugar de haber dejado volar a la prensa libre y la ficci¨®n cr¨ªtica, que con el paso del tiempo son siempre beneficios m¨¢s que perjuicios para las instituciones. Pero la clave espa?ola tiene que ver con el papel que jug¨® pol¨ªticamente, a lo largo de siete d¨¦cadas, la monarca brit¨¢nica. Y ah¨ª todo el mundo reconoce el m¨¦rito de domesticar sus v¨ªsceras y acomodarse con generosidad a lo que le ven¨ªa dado desde el poder emanado de las urnas. Por ello, su papel de jefa de Estado neutral le permiti¨® alcanzar la ancianidad sin estridencias. Los ciudadanos entendieron, como escribi¨® Martin Amis recientemente al rese?ar tres biograf¨ªas sobre la reina, que la monarqu¨ªa era una fuga de la realidad, pero quiz¨¢ la menos da?ina que se pod¨ªa practicar en nuestros d¨ªas.
La monarqu¨ªa se identifica con la Union Jack, que ondea en los m¨¢stiles de los buques de guerra, y es combinaci¨®n de las cruces de los santos patronos de Inglaterra, Escocia e Irlanda. Por eso la instituci¨®n prefiere instalarse por encima del conflicto partidista, del personalismo de sus primeros ministros y hasta de las ambiciones separatistas de cada naci¨®n. Sabe que bajar a la arena es perder el sitio. A los espa?oles esa rabiosa ausencia de partidismo les parece un fabuloso beneficio para los brit¨¢nicos. Y aunque tengamos una monarqu¨ªa que aspira a id¨¦ntica posici¨®n no siempre se ha conseguido. Porque en el universo brit¨¢nico no est¨¢ sola y otras instituciones funcionan con ese mismo comp¨¢s de elevaci¨®n y neutralidad bastante bien afinado. La BBC o el Servicio Nacional de Salud fueron capaces de domar el delirio populista que llev¨® al fracasado Boris Johnson a triunfar moment¨¢neamente en las urnas cargando contra ambas. Hay que nombrar tambi¨¦n la representaci¨®n parlamentaria, que es una conflictiva muestra de salud democr¨¢tica, muy distinta a nuestra lista cerrada bajo un liderazgo caudillista en cada partido. Y, por supuesto, los jueces superiores.
En el Reino Unido la autoridad judicial no est¨¢ cuestionada, como sucede en Espa?a, porque sus representantes han sabido entender, y en esto la monarqu¨ªa ha resultado capital, su lugar decisivo. Mientras asistimos al funeral de la reina brit¨¢nica, el mecanismo judicial espa?ol perece por descr¨¦dito al permitir que un partido interrumpiera durante una legislatura completa el relevo natural en los organismos superiores. Un desastre de proporciones gigantescas que se ha llevado por delante la credibilidad de uno de los ¨®rganos de control pol¨ªtico. Jam¨¢s el Reino Unido se hubiera permitido ese bloqueo demencial, entre otras cosas porque la reina estimul¨® con su ejemplo a quienes asum¨ªan altas responsabilidades institucionales a aceptar los vaivenes electorales, tener sentido de Estado y a entender que el servicio al pa¨ªs incluye algunas renuncias.
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