Chica mazahua
En M¨¦xico hay 18 millones de personas ind¨ªgenas, casi el 80% en condiciones de pobreza o pobreza extrema. Fui cruel: le pregunt¨¦ a la activista c¨®mo hac¨ªa para no desalentarse, para no sentir que su aporte era muy chiquito
Estoy en M¨¦xico desde hace semanas. Me invitaron a una residencia literaria en la Casa Estudio Cien a?os de soledad, que funciona en el sitio donde Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez se encerr¨® a escribir esa novela. Escribo, miro, camino. Hace unos d¨ªas estuve en Toluca. All¨ª, a un hotel que parec¨ªa salido de la pel¨ªcula Barton Fink, un d¨ªa de lluvia torrencial, fueron a verme Isabel Flota Ayala, una activista ind¨ªgena del Foro Internacional de Mujeres Ind¨ªgenas (FIMI), y Carolina Santos Segundo, una chica de la comunidad ind¨ªgena mazahua, las dos muy j¨®venes. Nos sentamos en el bar, completamente vac¨ªo. Carolina cont¨®, de manera entusiasta pero con frases institucionales, su trabajo como coordinadora de MeChala, un proyecto dirigido por mujeres mazahua en el que rescatan t¨¦cnicas de bordado de su cultura y reciben informaci¨®n sobre sus derechos (a no ser discriminadas, a estudiar). Me mostr¨® con orgullo fotos suyas vistiendo el traje tradicional mazahua, fotos del trabajo de las mujeres. En M¨¦xico hay 18 millones de personas ind¨ªgenas, casi el 80% en condiciones de pobreza o pobreza extrema. Fui cruel: le pregunt¨¦ c¨®mo hac¨ªa para no desalentarse, para no sentir que su aporte era muy chiquito. Yo no sab¨ªa, en ese momento, que sus padres, agricultores, no ten¨ªan dinero para pagar su educaci¨®n y privilegiaron la de sus hermanos varones, ni que ella se las arregl¨® para cursar la licenciatura en Comunicaci¨®n en la Universidad Intercultural del Estado de M¨¦xico, ni que muchos de sus compa?eros la despreciaban por ¡°mazag¨¹era¡±. Pero, aun sabi¨¦ndolo, hubiera hecho la misma pregunta. Ella empez¨® a llorar. Dijo: ¡°Es dif¨ªcil. Pero lo que pas¨® no nos pertenece, lo que viene es incierto. El presente es el que nos toca vivir¡±. Podr¨ªa parecer un eslogan. Es lo que le permite hacer su trabajo. El m¨ªo, a veces, requiere de ciertas dosis de impiedad.
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