Un metro cuadrado de texto
Los pa¨ªses de todo el mundo acaban de fallar en su intento de firmar un tratado oce¨¢nico tras dos semanas de negociaciones en la sede de Naciones Unidas en Nueva York
Todos sabemos que el precio del metro cuadrado de suelo es un constructo social, es decir, que no depende de las cualidades del objeto sino del oportunismo del sujeto. El sujeto que lo recalifica, por ejemplo, o el que lo compra una hora antes de que el otro lo recalifique, y otros cuantos sujetos en puestos intermedios. Tal vez nuestra percepci¨®n est¨¦ condicionada por medio siglo de pel¨ªculas de Martin Scorsese, y hasta cegada por el brillo de series como Crematorio, basada en la naturalista novela de Rafael Chirbes, pero el caso es que nos basta o¨ªr las palabras constructor y concejal en el mismo p¨¢rrafo para que nuestra mente empiece a vagar por el jard¨ªn de los senderos que se bifurcan hasta tocar tierra firme en un para¨ªso fiscal.
Pero eso no es nada. El precio del metro cuadrado de mar es un concepto todav¨ªa m¨¢s vaporoso y escurridizo. Un metro cuadrado de mar no est¨¢ en ning¨²n lado, ni tiene un contenido fijo, ni por lo general pertenece a nadie. Es cierto que hay aguas territoriales que se adjudican a un pa¨ªs u otro, pero eso es muy poca cosa en comparaci¨®n con la inmensidad de los oc¨¦anos procelosos, que siguen sin ser de nadie en sus dos terceras partes.
Los pa¨ªses de todo el mundo acaban de fallar en su intento de firmar un tratado oce¨¢nico tras dos semanas de negociaciones en la sede de Naciones Unidas en Nueva York. De salir adelante, el tratado habr¨ªa creado unas enormes ¨¢reas marinas protegidas y habr¨ªa promovido una normativa muy estricta para las industrias que explotan los recursos de esas aguas oce¨¢nicas internacionales. Eran objetivos ambiciosos, sin duda, pero los pa¨ªses miembros saben que ser¨¢n necesarios tarde o temprano, y todos tienen intereses de uno u otro tipo en mantener la salud de esas aguas. El acuerdo pod¨ªa haber salido adelante, y seguramente lo habr¨ªa hecho de no ser por un problema peliagudo: los recursos gen¨¦ticos. El oc¨¦ano est¨¢ repleto de criaturas microsc¨®picas que llevan cientos de millones de a?os evolucionando en sus entornos locales, y, por tanto, tienen genes especializados en mil tareas que pueden cambiar de aqu¨ª a cien metros m¨¢s all¨¢.
La inmensa mayor¨ªa de esta diversidad se debe a las bacterias y, sobre todo, a los virus que las infectan (virus bacteri¨®fagos, o fagos para abreviar). Basta meter un cubo en el mar y secuenciar en masa todos los genes que hay all¨ª para descubrir miles de nuevas especies de microorganismos cada d¨ªa, y el ritmo de esos hallazgos no da signos de saturaci¨®n. El valor de estos recursos biol¨®gicos es literalmente incalculable, o sea, que no hay forma de calcularlo. Pero las invenciones gen¨¦ticas del dios Neptuno ya han generado estrellas farmacol¨®gicas tan fulgurantes como el remdesivir, el primer tratamiento aprobado contra la covid, y el Halaven, un f¨¢rmaco antitumoral derivado de una esponja marina japonesa, y que est¨¢ vendiendo 300 millones de d¨®lares anuales.
As¨ª que los pa¨ªses del mundo se han dejado escapar un tratado oce¨¢nico ambicioso y factible porque no han logrado acordar el precio del metro cuadrado de mar, o quiz¨¢ del metro cuadrado de un texto (gattaca...) escrito en el lenguaje de la evoluci¨®n. ?Hay alg¨²n matem¨¢tico en la sala?
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