Las derrotas en cadena de Vlad¨ªmir Putin
Todo le sale mal a l l¨ªder ruso, debilitado por sus fracasos militares y diplom¨¢ticos y estigmatizado como perdedor
Despu¨¦s de las militares, las diplom¨¢ticas. Tras la reprimenda de Samarcanda, el aislamiento en Naciones Unidas. A nadie le gustan las amenazas, y menos nucleares, ni la anexi¨®n de territorios ajenos. Las rep¨²blicas de Asia Central que pertenecieron a la Uni¨®n Sovi¨¦tica no se toman a Putin a broma. Cuentan con poblaciones rus¨®fonas que podr¨ªan dar pie a su inclusi¨®n en el mundo ruso y con un tratado de seguridad colectiva que permitir¨ªa una invasi¨®n militar. Por eso se acogen a China, celosa defensora de la integridad territorial de los pa¨ªses.
Vlad¨ªmir Putin no acierta ni una. Ni siquiera le ha salido bien el canje de prisioneros, al que se ha visto obligado por dos mandatarios con vocaci¨®n de ¨¢rbitros como Erdogan y Bin Salman. Las desgracias se le han acumulado en la semana crucial en la que la distribuci¨®n del poder mundial se exhibe en Nueva York, en la sesi¨®n anual de la Asamblea General de la ONU. La estrella este a?o ha sido Zelenski, autorizado excepcionalmente a intervenir por videoconferencia en una votaci¨®n que tambi¨¦n lo fue de repulsa para el debilitado Putin, ausente de la conferencia y ya marcado por el estigma del perdedor. Le ha representado el fugaz Sergu¨¦i Lavrov, incapaz de sostener el mal ambiente ante la escalada de la movilizaci¨®n de reservistas, la celebraci¨®n de cuatro refer¨¦ndums ilegales en provincias ucranias y la vergonzosa ostentaci¨®n del arma nuclear.
El Sur Global, el antiguo Tercer Mundo, tiene motivos para desconfiar de las que fueron las potencias coloniales, pero todos ponen las barbas a remojar ante la invasi¨®n de un pa¨ªs soberano y la arrogante y repetida violaci¨®n de la Carta de Naciones que significan la guerra, la amenaza nuclear, las matanzas de civiles y la destrucci¨®n de infraestructuras. Perviven en sus opiniones p¨²blicas profundos sentimientos antiamericanos y antioccidentales, justificados por las guerras de Bush y las provocaciones de Trump, que se suman a los beneficios indirectos procurados por la guerra en el acceso a gas y petr¨®leo a precios de saldo. Todo les induce a buscar la equidistancia entre Mosc¨² y Washington, mientras recuperan los suministros de cereales y frenan las alzas de precios, los datos b¨¢sicos en el origen de las revueltas sociales.
En esta semana tan catastr¨®fica para Putin ha empezado un cambio atmosf¨¦rico. Falta un empuj¨®n para que se sumen al aislamiento de Putin los pa¨ªses m¨¢s reticentes, hasta ahora menos preocupados por la guerra de agresi¨®n que por la presi¨®n occidental sobre los derechos humanos y la democracia, a la que atribuyen el origen de las revueltas y revoluciones de colores. Este paso ser¨¢ m¨¢s f¨¢cil si se les convence de que la solidaridad con Ucrania no significa la defensa de un sistema pol¨ªtico, la democracia, y sus valores liberales, sino que atiende a la sencilla e imprescindible regla de juego com¨²n que permite convivir en paz en el mundo. Los aliados de Kiev ya han empezado a darlo.
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