Viaje al Norte
El paisaje entre Lima, Chancay y Huacho es uniforme, con olas que parecen tragarse los ralos contrafuertes de la cordillera de los Andes que vienen a morir aqu¨ª, sin morder esos ag¨®nicos pedazos de piedra en que desaparece devorada por el mar
Como la salida de Lima siempre es ca¨®tica, tanto al Sur como al Norte, partimos a las seis de la ma?ana, rumbo a Anc¨®n y Pasamayo. Hay una densa neblina y esa invisible lluvia que los lime?os llaman gar¨²a: cae agua del cielo que moja pero no se ve. Tanto que el autor de Moby Dick, Herman Melville, cuando estuvo aqu¨ª, trabajando en un barco ballenero, crey¨® que Lima era ¡°una ciudad de fantasmas¡± y as¨ª lo consign¨® en una carta.
Ocurre que los espa?oles llegaron a estas tierras a comienzos del verano, y, seg¨²n la tradici¨®n, los indios explicaron a los conquistadores que este lugar era bueno para fundar la capital del Per¨², y ellos, obedientes, lo hicieron as¨ª. Al Sur y al Norte, a s¨®lo 50 kil¨®metros, hab¨ªa un tiempo mil veces mejor, con sol todo el a?o y unas playas de sue?o. Pero Lima est¨¢ en este caj¨®n invernal, que vive bajo nubes espesas y lluvias secretas ocho meses al a?o cuando menos, como ahora, y solo goza de tres meses de verano, en que los turistas pueden disfrutar de sus playas y, sobre todo, de su calor asfixiante. El resto del a?o, se mueren de fr¨ªo y los resfr¨ªos hacen estragos en los fr¨¢giles pulmones que tienen sus habitantes, propensos a los catarros y a veces a las pulmon¨ªas.
Anc¨®n ya no se ve. Ese balneario de gente con dinero ha quedado a la izquierda, envuelto en la neblina, y la carretera sube las peligrosas curvas de Pasamayo, aunque, oh sorpresa, ya no son nada peligrosas, pues ahora la carretera circula por las cumbres, y hay dos filas en ellas, una de ida y otra de venida. Esto es una gran novedad para m¨ª, que vuelvo a estas tierras luego de 20 o 25 a?os, la ¨²ltima vez por lo menos en que viaj¨¦ por aqu¨ª, rumbo a la Piura de entonces, tan golpeada por las inundaciones del Ni?o que parec¨ªan cebarse contra esa tierra querida donde termin¨¦ el colegio, y, mientras estudiaba, trabajaba en La Industria como periodista. All¨ª, en el Teatro Variedades, estren¨¦ mi primera obra de teatro, La huida del Inca, y tambi¨¦n la dirig¨ª, sin saber nada de teatro ( y as¨ª creo que sali¨®).
El paisaje entre Lima, Chancay y Huacho es uniforme, con olas espumosas que parecen tragarse los ralos contrafuertes de la cordillera de los Andes que vienen a morir aqu¨ª, sin morder esos ag¨®nicos pedazos de piedra en que desaparece devorada por el mar. El ruido es el de entonces: feroz e in¨²til, porque las espumosas olas muerden s¨®lo el vac¨ªo. Entre Huacho, Chancay y Huaral hay peque?os sembr¨ªos y viejos pueblecitos, pero pujantes, que se empe?an en crecer, aunque los detengan los cerros que a veces quieren hundirlos en el mar. Aqu¨ª, en Puerto Supe, escribi¨® Blanca Varela sus primeros poemas, cuyo t¨ªtulo, Ese puerto existe, se lo dio Octavio Paz.
En la Lima de entonces, la costumbre era en los a?os nuevos, luego de bailar toda la noche, venir a tomar desayuno en uno de estos pueblos, costumbre que los comandos armados de Sendero Luminoso interrumpieron abruptamente, hasta que la costumbre ces¨®. Estos pueblecitos han crecido y est¨¢n llenos de caf¨¦s, que ofrecen bebidas y toda clase de objetos con muchos colorines. El comercio parece intenso y muy variado. Los arenales que ocultan los cerros de piedra se suceden, mon¨®tonamente. Ellos ir¨¢n a terminar en la ciudad de Chan Chan, en las afueras de Trujillo, cuyas misteriosas paredes y casas de adobes, formaron parte del Gran Chim¨², la primera civilizaci¨®n prehisp¨¢nica que encontramos a nuestro paso. A nuestro alrededor, la Se?ora de Cao contin¨²a ind¨®mita, explorada por los arque¨®logos, y sus cabellos siguen creciendo, luego de cientos de a?os, indiferentes frente al tiempo.
A 200 o 240 kil¨®metros de Lima el paisaje cambia bruscamente. Las dunas son m¨¢s grandes y tambi¨¦n, se dir¨ªa, las ruidosas olas que se avientan contra las playas como si quisieran destrozar los autos que avanzan a Huarmey y Casma por sus orillas. Estos son los t¨¦rminos de una civilizaci¨®n guerrera, el Gran Chim¨², cuya capital estaba en la sierra, y cuyas virtudes milagrosamente se extend¨ªan hasta Arequipa, Bolivia e incluso el Brasil. Yo estuve all¨ª arriba y vi los laberintos de esas monta?as, donde la gente se hac¨ªa azotar, para alcanzar ciertas gracias del cielo, que les permit¨ªan vivir unos a?os m¨¢s. El Gran Chim¨² floreci¨® muchos a?os antes que el imperio de los incas, y fue muy influyente desde el punto de vista religioso, pues sus milagros ¡ªllam¨¦moslos as¨ª¡ª, de los que se hablaba en toda Am¨¦rica, atra¨ªan esas columnas de visitantes que ven¨ªan para hacerse azotar en los laberintos del Gran Chim¨², adem¨¢s de inmunizarse contra los diablos. Y parece que la medicina era eficaz, pues, incluso durante la conquista, los peregrinos segu¨ªan viniendo y trepando la cordillera para hacerse desangrar.
Paramos en Casma, a unos 350 kil¨®metros de Lima. En el restaurante La Balsa nos anuncian que el pulpo ha desaparecido de las aguas peruanas, por la pertinacia de los pescadores en atraparlo, sin respetar las vedas. En adelante, y hasta que ¨¦stas se respeten, los peruanos dejar¨¢n de comer el pulpo, que las cocineras y cocineros preparaban deliciosamente con aj¨ª, papas y arroz. Nos debemos contentar con un pescado hervido y renegrido, muy picante, con lentejas y arroz.
Pasamos Trujillo a toda velocidad, pues esta ciudad, antiguamente se?orial y orgullosa de sus familias de abolengo, ahora est¨¢ bajo una lluvia que, a todas luces, la desordena y caotiza. Con sus enormes lagunas en las esquinas, alcanzamos a ver la catedral y dos iglesias m¨¢s, todas muy modernas y con pinturas m¨¢s bien execrables en sus paredes, acabadas de pintar. All¨ª dormimos, y a la ma?ana siguiente partimos a primera hora, rumbo a las huacas del Se?or de Sip¨¢n.
Toda esta maravilla seguir¨ªa oculta bajo las arenas, o mejor dicho saqueada por los ladrones, si no fuera por el arque¨®logo peruano Walter Alva, un viejo amigo, que ahora por motivos personales no pudo acompa?arnos. Pero Emma Eyzaguirre, su mujer, que es tambi¨¦n arque¨®loga, est¨¢ all¨¢ para recibirnos, en el Museo de las Tumbas Reales de Sip¨¢n, donde un turista se siente en Nueva York o en los museos de la vieja Europa. Es dif¨ªcil describir la elegancia y pulcritud de este museo, donde la antigua cultura de los mochica floreci¨®, m¨¢s o menos en una extensi¨®n que arrancaba en las fronteras con el Ecuador, a unos 600 kil¨®metros de aqu¨ª, y en Casma mor¨ªa. El dise?o de este museo, que, recorri¨¦ndolo, guiado por la se?ora Eyzaguirre, hace sentir a los turistas que est¨¢ en una de las viejas ciudades, por la eficacia y calidad de sus muestrarios, en una media sombra que enriquece sus existencias y simula unas tumbas. Ellas nos dan una muy completa visi¨®n de sus piezas, que parecen cubrir todas las manifestaciones de esta cultura antiqu¨ªsima. La se?ora Eyzaguirre es tambi¨¦n una experta, y ayud¨® a Walter, su marido, a espantar a los ladrones que saqueaban estas huacas a lo largo de los a?os. Pero es una l¨¢stima que mi amigo Walter Alva no est¨¦ aqu¨ª. Me gustar¨ªa felicitarlo una vez m¨¢s, pues, durmiendo en este sitio, trabajando igual que sus empleados, salv¨® la cultura del Se?or de Sip¨¢n. Y construy¨® este maravilloso museo, que ¨¦l solo valdr¨ªa el viaje al Per¨², con sus pasadizos en sombras, sus vitrinas que reconstruyen la vida y la muerte de este pueblo hist¨®rico, con precisi¨®n y delicadeza, y ahora resucitan su pasado, gracias a estos monumentos circundantes. Esta maravilla parece compensarnos de todo el largo viaje.
Otro milagro es la ciudad de Chiclayo. Ten¨ªa fama de ser pobre y desordenada. Ha cambiado mucho, para mejor. Ahora, pintadas de blanco sus casas y sus tiendas abiertas hasta las diez de la noche, parece una ciudad muy moderna. La espesa muchedumbre que circula por sus calles es la imagen de una ciudad empe?osa, que se dispone a conquistar el futuro.
Aunque muchas cosas andan mal en el Per¨² ¡ªsu Gobierno y su Parlamento parecen hundirse¡ª tiene un pasado que est¨¢ esperando que este pa¨ªs se levante, y el presente se le parezca, en juventud y en significaci¨®n, aunque ahora sea peque?ito en comparaci¨®n con el que fue, y pobre en vez de riqu¨ªsimo, y tenga unos de los paisajes m¨¢s bellos del mundo, aunque muchos peruanos no lo sepan todav¨ªa.
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