H¨¦ctor Abad y las razones del coraz¨®n
Se podr¨ªa pensar que la ¨²ltima novela del escritor, tan llena de vida, tan amenazada de muerte, es, en definitiva, la tumba de su padre
El escritor de Medell¨ªn no tiene igual a la hora de abrir una ventana panor¨¢mica sobre su Colombia. Es cierto que, como muchos novelistas, a fortiori latinoamericanos, fue y es tambi¨¦n periodista. Incluso sac¨® un diario, Lo que fue presente (2019), que podr¨ªa traducirse como Le pr¨¦sent du pass¨¦ (por si a alguna editorial francesa le interesa). Nosotros lo conocemos a trav¨¦s de sus dos grandes novelas, El olvido que seremos (2006), un canto de amor a su padre asesinado por sicarios a sueldo de ¡°qui¨¦n sabe qui¨¦n¡±, que era m¨¦dico higienista y... presidente de la Liga de Derechos Humanos de Medell¨ªn, y La Oculta (2014), que esboza un retrato de su tierra natal y su genealog¨ªa presa del inmenso poder destructivo de las milicias armadas de Colombia. Sin olvidar su maravillosa obra Traiciones de la memoria (2009), una investigaci¨®n policial sobre un soneto de Borges y que da la clave de su escritura, porque H¨¦ctor Abad Faciolince es un hombre de memoria y archivo, que no olvida nada, registra y toma nota de todo, para arrojar algo de luz sobre la historia, incluso con H may¨²scula. En este comienzo de oto?o aparece en Espa?a su tercera novela, Salvo mi coraz¨®n, todo est¨¢ bien (360 p¨¢ginas), y con ella el asombro de un lector que oye hablar de ella y comentar todo su valor.
Se trata, por lo tanto, de una historia del coraz¨®n. Y, como dice el autor, ¡°todo lo que se puede escribir sobre el coraz¨®n se convierte en imagen y met¨¢fora¡±. El coraz¨®n con toda su fisiolog¨ªa, y cuyo mecanismo y funcionamiento conoceremos despu¨¦s de leer este libro, pero tambi¨¦n el coraz¨®n con todas ¡°sus razones que la raz¨®n no conoce¡±, como dijo Pascal, y estas razones se llaman Dios y la fe, desde luego, pero tambi¨¦n y, sobre todo, en amplitud, en plenitud, el amor. Con H¨¦ctor Abad Faciolince tenemos siempre, en el sentido m¨¢s noble, m¨¢s amplio, m¨¢s fuerte, el Amor en toda su majestuosidad. Seis personajes encuentran aqu¨ª a su autor. Por un lado, dos sacerdotes ¡ªuno imbuido del amor de Dios y de todos los seres, y el otro del amor (f¨ªsico) del hombre y de Dios en asombrosa simbiosis¡ª y un escritor que se propone escribir la biograf¨ªa del primero. Del otro lado, tres mujeres, una italiana, una india (o nativa, como ¨¦l prefiere decir) y una colombiana jud¨ªa. Todos los personajes estrechamente entrelazados dentro de la misma trama sabiamente tejida.
El centro del libro lo ocupa este sacerdote, Luis C¨®rdoba, llamado El Gordo, un gigante de 1,88 y 135 kilos, un aut¨¦ntico ¨¢rbol claudeliano, hombre de fe y sabidur¨ªa, de voz fuerte, voz de roble ¡ªcomo Alain Cuny en T¨ºte d¡¯or¡ª mamando por todas sus hojas la palabra divina en perfecta verticalidad, sin olvidar jam¨¢s su deber y su gusto secular, en perfecta horizontalidad, como dibujan los dos maderos de la cruz. Este hombre, de cuerpo puro, inmaculado, totalmente empapado de bondad y de amor humano y divino ¡ªpor ¨¦l, exactamente igual¡ª, conocer¨¢ su noche oscura y su v¨ªa crucis. Porque su coraz¨®n est¨¢ cansado de irrigar su gran cuerpo, por lo que crece desmesuradamente, y un buen d¨ªa un joven m¨¦dico amigo suyo, a quien El Gordo trae de un viaje a Alemania (donde se form¨® como sacerdote) un estetoscopio ¨²ltimo modelo, lo ausculta y ve que su coraz¨®n ya no se mantiene en su lugar y que ahora se percibe debajo de la axila.
Este gran coraz¨®n est¨¢ grave, muy grave, irremediablemente grave. Es candidato, como dice nuestro sistema sanitario, a un trasplante de coraz¨®n. Pero, ?d¨®nde encontrar un coraz¨®n a su medida? Adem¨¢s, debe abandonar la casa que comparte con un sacerdote, Lelo, que es su amigo m¨¢s querido y su c¨®mplice, y a quien, por el contrario, le gustan los hombres, gay con una fe atormentada. El Gordo, como le llaman, ya no puede subir a su piso, ni subir escaleras; el esfuerzo ser¨ªa fatal. Es entonces cuando interviene el tercer hombre, Joaqu¨ªn, su c¨®mplice en las sesiones de cine que acoge C¨®rdoba; este sacerdote es un c¨¦lebre cr¨ªtico de cine y animador de un cineclub (al igual que en Rennes, un cura, Jean Sulivan, anim¨® el cineclub de la ciudad durante a?os). Este Joaqu¨ªn, que se ha divorciado de su mujer reci¨¦n llegada de Italia, Teresa, le propone mudarse a su casa familiar, en una planta baja y sin escaleras. Teresa, pues, acoger¨¢ al Gordo en su casa, y lo instalar¨¢ cerca del tel¨¦fono a la espera de un hipot¨¦tico donante. Y all¨ª este sacerdote cincuent¨®n, que nunca ha conocido mujer, descubrir¨¢ la ternura femenina. La de Teresa, toda plat¨®nica, que lo ayuda en su dif¨ªcil dieta, y la de Darlis, la india que, con talento de curandera, masajear¨¢ constantemente el coraz¨®n enfermizo, los drenajes linf¨¢ticos y similares. En cuanto a la tercera mujer, Sara Cohen, es la amiga fiel, la confidente, la que discute de igual a igual con este sacerdote at¨ªpico, ya sea bromeando con un toque de humor jud¨ªo, ligeramente provocador: ¡°Jes¨²s es el jud¨ªo que tuvo la mayor clientela de todos los tiempos¡±. O que, m¨¢s en serio, tiende hacia el destino tr¨¢gico del ¡°pueblo elegido¡±: ¡°Los jud¨ªos est¨¢n pulidos por el sufrimiento y suavizados por el tormento, como guijarros en la playa. Solo se distingue a los jud¨ªos cuando mueren, igual que se distinguen los guijarros de otras piedras; cuando una mano fuerte los lanza, rebotan dos o tres veces en la superficie del agua antes de hundirse¡±.
Cualquier enfermedad grave provoca una verdadera revoluci¨®n de la conciencia, del pensamiento. La proximidad de la muerte impulsa hacia un desesperado regreso a la vida. De modo que un coraz¨®n reci¨¦n estrenado devuelve las ganas de vivir, de sobrevivir, representa la oportunidad de una nueva vida. Y he aqu¨ª que este sacerdote descubre la belleza, la ternura, el cari?o femenino y, sobre todo, con el contacto diario con estos tres ni?os que lo rodean ¡ªdos de Teresa, uno de Darlis¡ª y con los que no deja de jugar, experimenta la inmensa tentaci¨®n de la paternidad, tan contradictoria con su condici¨®n de sacerdote cat¨®lico. Se sincera con su confidente: ¡°Estos meses me han pasado cosas muy bonitas, Sara. He vivido en una familia verdadera, una familia completa con tres hijos y dos esposas¡ No lo tomes a mal, pero durante este tiempo, es como si Teresa y Darlis hubieran sido mis esposas, y estos ni?os, mis hijos¡±.
As¨ª que este sacerdote de inmensa honradez y gran sabidur¨ªa, se promete a s¨ª mismo que, en esta otra vida prometida, se despojar¨¢ del h¨¢bito sacerdotal, se casar¨¢ con una de las dos mujeres, preferiblemente la ind¨ªgena, y tendr¨¢ un hijo con ella. Con infinito tacto, el novelista, que adem¨¢s abre un verdadero proceso contra la Iglesia romana, plantea el problema y nos lo hace accesible: ?no es tambi¨¦n esta la raz¨®n del coraz¨®n de la que hablaba Pascal, esta raz¨®n secreta y soberana? El autor trata esta ambig¨¹edad con algo de humor, que no deja de chirriar, porque une, mediante un juego de palabras, la FE, en lenguaje m¨¦dico la Fracci¨®n de Eyecci¨®n, es decir, el porcentaje de sangre que se expulsa con cada latido, y la fe: ¡°Mi problema es la FE, la fe, yo tengo un problema de fe, y definitivamente, necesito tener m¨¢s fe, m¨¢s FE¡±, bromeaba siempre C¨®rdoba la v¨ªspera de su operaci¨®n.
Este coraz¨®n, grande en todos los sentidos de la palabra, es, por lo tanto, el dramatis personae de la novela. En esta estela, sin duda pensaremos en el bello relato de Maylis de Kerangal Reparar a los vivos (2014), que narra 24 horas de la vida de un joven v¨ªctima de un accidente de tr¨¢fico y cuya muerte cerebral permitir¨¢ extirpar sus preciados ¨®rganos y salvar, mediante un trasplante, alg¨²n coraz¨®n en las ¨²ltimas. De ah¨ª este recuerdo, que es un homenaje a la novelista francesa, que tambi¨¦n aparece en los agradecimientos del autor al final del volumen: ¡°Recordaba a una amiga suya a quien los m¨¦dicos hab¨ªan preguntado, por cada ¨®rgano extra¨ªdo a su hijo, si aceptaba donarlo o no. ?La piel? S¨ª. ?Los ojos? S¨ª. ?El coraz¨®n? ?S¨ª, s¨ª, s¨ª, el coraz¨®n tambi¨¦n, el coraz¨®n tambi¨¦n! Pero esta donaci¨®n de ¨®rganos hab¨ªa terminado por quebrarla para siempre, sin que fuera de mucho consuelo el que ahora otros vivan gracias a los fragmentos supervivientes de su joven hijo¡±.
Pero aqu¨ª, cuando el tiempo apremia, ?d¨®nde encontrar al imposible donante? Habr¨¢ que recurrir, entonces, a la innovaci¨®n quir¨²rgica de un m¨¦dico brasile?o llegado a Medell¨ªn para explicar su ¡°procedimiento¡±, que consiste en amputar del ventr¨ªculo izquierdo una parte sobrante, con el fin de reducir el volumen de su gran coraz¨®n, y resulta que podr¨¢¡ Y el sacerdote reflexiona sobre este nuevo hecho que sacude todas sus creencias: ¡°En nuestra ¨¦poca, al no poder demostrarse la existencia del Esp¨ªritu, o del alma, que no puede ser vista ni percibida con ning¨²n aparato, la definici¨®n de vida o muerte ha dejado de ser monopolio de la religi¨®n, de nosotros los curas; la vida y la muerte las definen ahora los que cuidan, es decir, los m¨¦dicos, los nuevos sumos sacerdotes que dicen qui¨¦n sigue viviendo y qui¨¦n muere¡±.
Pero, m¨¢s all¨¢ de la precisi¨®n fisiol¨®gica de la enfermedad card¨ªaca que sufre, en el espejo de C¨®rdoba, el propio Joaqu¨ªn, que es el verdadero autor, digamos el promotor, de la narraci¨®n ¡ªy que, por lo tanto, sabe de lo que habla¡ª, el novelista, que ha le¨ªdo a Balzac y Vargas Llosa, se sumerge en la sociedad colombiana y aborda temas candentes y de gran actualidad, como el celibato de los sacerdotes, la teolog¨ªa de la liberaci¨®n, la corrupci¨®n del poder, empezando por la Iglesia colombiana ¡ªcubriendo de vitriolo a uno de los cardenales m¨¢s destacados del Vaticano¡ª, sin olvidar el narcotr¨¢fico y los asesinatos, incluido el del padre de Sara, m¨¦dico, mira por d¨®nde, como el padre del narrador en El olvido que seremos. Y, sobre todo, una impactante meditaci¨®n sobre la vida y la muerte, el duelo irremediable. H¨¦ctor Abad pasea su espejo stendhaliano sobre todas las capas, a menudo nauseabundas, de la sociedad colombiana. Pero a trav¨¦s de los ojos del sacerdote experimentamos la alegr¨ªa de la evasi¨®n cinematogr¨¢fica y la verdadera armon¨ªa a trav¨¦s de la m¨²sica, sobre todo de Mozart, que ¨¦l sabe saborear y que hace amar al mismo tiempo La flauta m¨¢gica y el R¨¦quiem, el esp¨ªritu m¨¢gico y el religioso.
La oraci¨®n f¨²nebre de Lelo es, sin duda, uno de los puntos culminantes de esta escritura: ¡°Con la muerte de Luis, queridos amigos, lo que ha muerto para nosotros es su manera exquisita de existir. Esa voz sabia que ahora ya no escuchamos y nunca volveremos a escuchar... Lo que se ha detenido, m¨¢s que su coraz¨®n, es su manera de ser un buen amigo, un buen compa?ero y tambi¨¦n un buen sacerdote, capaz de curar lo incurable sin jactarse de ning¨²n milagro. Su coraz¨®n lat¨ªa en todo lo que era vida y alegr¨ªa¡±.
Los cap¨ªtulos est¨¢n significativamente separados por corazones rojos, y la narraci¨®n se construye y se desarrolla al ritmo de las palpitaciones del coraz¨®n. Terminaremos esta lectura sin aliento y con los ojos h¨²medos. H¨¦ctor Abad es hijo de un m¨¦dico ejemplar, de inmensa humanidad y por eso mismo asesinado, y se podr¨ªa pensar que una novela as¨ª, tan llena de vida, tan amenazada de muerte, tan aleg¨®rica de nuestra existencia, del ¡°escrivivir¡± (palabra tomada prestada de Juli¨¢n R¨ªos) que hace de cada vocablo una gota de sangre y de cada t¨¦rmino vital una promesa de muerte, es, en definitiva, la tumba de su padre. Una novela filial, conmovedora, de intensa emoci¨®n entre las mallas de una trama rigurosa y un abordaje cient¨ªfico, y m¨¢s a¨²n metaf¨ªsico, de este cuerpo condenado que nos gustar¨ªa reparar. Ante la culpabilidad de los que quedan, y que, en esta impotencia que llamamos fatalidad, ven partir al ser querido, es, en definitiva, eso: una novela de reparaci¨®n.
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