De la nueva pol¨ªtica a los estadistas s¨¦nior
Quiz¨¢ debi¨¦ramos tener una cautela por principio ante la juventud como valor en pol¨ªtica; hay que pensar si como sociedad no nos hacemos da?o al dejar escapar inteligencias que han sabido cuajar en experiencia
A punto de cumplir los 80 a?os, Paco de la Torre lleva siendo alcalde de M¨¢laga desde los tiempos en que Amazon era una pyme y el efecto 2000 iba a convertir el mundo en un apocalipsis. Es una iron¨ªa que, lejos de acusar las erosiones del tiempo, su candidatura ¡ªcon la ritirata de Ciudadanos¡ª pueda ganar m¨¢s votos que cuatro a?os atr¨¢s: De la Torre ya ha ingresado en ese pante¨®n de alcaldes estelares en el que, m¨¢s valorados por su personalidad que por sus siglas, han podido convivir el peneuvista Azkuna, un Abel Caballero del PSOE o el Almeida del primer zarpazo de la covid. Recordemos que el PP no reba?aba un voto en Catalu?a y todav¨ªa reg¨ªa ¡ªAlbiol y Badalona¡ª en su segunda ciudad. Es llamativo: los acad¨¦micos minusvaloran una pol¨ªtica de cercan¨ªa que tienden a ver municipal y espesa. Y los ide¨®logos y zelotes de partido desconf¨ªan de unos alcaldes que contrastan la pol¨ªtica con la experiencia m¨¢s que con el argumentario. Todo el mundo parece dar por hecho, en definitiva, que el cami¨®n de la basura pasa porque s¨ª: todo el mundo salvo los propios electores, que con un raro sensus fidei votan a esos perfiles que podr¨ªamos espigar lo mismo en un PSOE templadito que en una IU cl¨¢sica, en el PP que cabecea hacia la democracia cristiana o ¡ªde cumplir con sus exigencias en materia de fotogenia¡ª el Ciudadanos de sus buenos a?os. Por supuesto, har¨ªamos mal en desatender esta pol¨ªtica, siquiera sea porque las municipales sirven para ir preparando el laurel o las pompas f¨²nebres en las elecciones generales. Y por otra raz¨®n m¨¢s noble: si contra el franc¨¦s nos salv¨® el bando ¡°de m¨ª, el alcalde ordinario de la villa de M¨®stoles¡±, en la ¨²ltima crisis tambi¨¦n nos ayud¨® mucho la responsabilidad de las entidades locales. Incluidas esas diputaciones que ¡°la nueva pol¨ªtica¡± ¡ªsic transit!¡ª quiso borrar de la faz de la tierra.
Espa?a es pa¨ªs geront¨®filo y nada nos gusta m¨¢s que un buen abuelo. Hace solo unos a?os vimos un triunfo del branding pol¨ªtico tan rotundo como injusto: para mercar la candidatura de Manuela Carmena a la alcald¨ªa, se pod¨ªa haber acudido a d¨¦cadas de militancia progresista, pero se prefiri¨® subrayar la bondad natural de una abuela que horneaba magdalenas. En literatura, la canonizaci¨®n civil ha sido un proceso bien conocido, de Miguel Delibes a una Ana Mar¨ªa Matute que, al final de su vida, fue sometida a ese fen¨®meno que Aloma Rodr¨ªguez ha llamado la ¡°abuelizaci¨®n¡± de las escritoras del pasado. A Paco de la Torre, sin embargo, se le ha criticado por presentarse a alcalde ya octogenario. No es una cruzada solo espa?ola: en The Atlantic, Derek Thompson hablaba del ¡°riesgo¡± de poner nuestro bienestar en manos de ¡°septuagenarios¡± que ¡°apuntan a un predecible deterioro cognitivo¡±. Todo ello ¡ªmenos mal¡ª ¡°sin animar a los votantes al edadismo¡±.
Quiz¨¢ debi¨¦ramos tener una cautela por principio ante la juventud como valor en pol¨ªtica, toda vez que muchos de los que hoy juzgamos sabios de mozos andaban pidiendo mao¨ªsmo, falangismo o comunismo a la albanesa. Fue Albert Rivera quien afirm¨® que en Espa?a la regeneraci¨®n pol¨ªtica pasaba ¡°por gente que haya nacido en democracia¡±, lo que, por cierto, exclu¨ªa a las generaciones que hab¨ªan tra¨ªdo esa democracia. Durante un tiempo nos tent¨® pensar que el combate en las juventudes de los partidos ¡ªSusana D¨ªaz, Pablo Casado¡ª era tan darwiniano que pod¨ªa cribar un buen l¨ªder, pero el balance de los estadistas yogurines en la pol¨ªtica espa?ola ha sido muy melanc¨®lico. Ir¨®nicamente, algunos ven¨ªan bien promocionados por la gerontocracia empresarial. Otros han preferido la televisi¨®n a la revoluci¨®n. De la nueva pol¨ªtica al viejo enga?o, hemos aprendido que nuestra vida p¨²blica ten¨ªa problemas peores que los debates fantasma sobre el bipartidismo, las primarias, o el hecho de que Rajoy pareciera un primer ministro victoriano en los debates. Hoy, ¨¦l y Gonz¨¢lez ¡ªde aniversario¡ª posan como los estadistas s¨¦nior que nunca hemos tenido.
No hacen falta muchos argumentos para defender que la juventud est¨¢ primada: basta con pensar que todos preferimos ¡ªseg¨²n y c¨®mo¡ª ser j¨®venes a ser viejos. Aun as¨ª, quiz¨¢ la juventud s¨®lo deba jugar como factor a favor si la inexperiencia opera como factor en contra. Ejemplos cl¨¢sicos hay muchos. Churchill gan¨® una guerra con 70 a?os, Reagan aspiraba a octogenario al caer el muro. A los 35, Cervantes ni siquiera hab¨ªa escrito La Galatea, e iba a tener que esperar ¡ªque aprender¡ª mucho m¨¢s para escribir el Quijote. Vel¨¢zquez solo se va tras tocar techo: Las meninas. Igual que Tiziano o Miguel ?ngel. Que la juventud haya pasado de mal transitorio a canon absoluto es algo que tenemos ahora en casa cada d¨ªa, con el ni?o que tiraniza la televisi¨®n y se postula para la cabecera de la mesa. A los mayores, mientras, les obligamos a veces a una hiperactividad de clases de pintura o de taich¨ª: todos entendemos las ventajas sin n¨²mero de una buena prejubilaci¨®n, pero cuesta pensar si como sociedad no nos hacemos da?o al dejar escapar esas inteligencias que han sabido cuajar en experiencia. Uno tiende a pensar que somos m¨¢s sabios cuanto m¨¢s pertenecemos al tiempo. Otros lo dijeron con m¨¢s l¨ªrica: el sol ¡°demora su esplendor cercano del ocaso¡±.
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