Feij¨®o se equivoca
El l¨ªder del PP se pliega a las posiciones m¨¢s radicales. O sea, que no ejerce el liderazgo
La mayor¨ªa de las democracias polarizadas suelen caracterizarse por tres rasgos: uno es que el cuerpo pol¨ªtico se escinde en dos partes, nosotros y ellos; otro, que las posiciones de cada grupo acaban moraliz¨¢ndose; cada cual ve al otro no como errado o de ideas m¨¢s o menos d¨¦biles o rechazables, sino como imbuido del mal. Y con el mal no se negocia; se le combate hasta el final. Y, por ¨²ltimo, que la construcci¨®n del enemigo sirve para definir la propia identidad pol¨ªtica. Solo gracias a la continua delimitaci¨®n negativa del otro podemos cohesionar el nosotros. A¨²n cabe a?adirle otra caracter¨ªstica: que las fronteras entre una y otra parte son minuciosamente vigiladas por toda una constelaci¨®n de medios, tuiteros y otros t¨¢banos de los que pululan en el espacio p¨²blico, encargados de mantener siempre viva la llama del enfrentamiento.
Si nos fijamos, nuestro bibloquismo encaja como un guante en este modelo. Lo hemos visto de nuevo en los intentos por renovar ¨®rganos centrales como son el CGPJ y el Tribunal Constitucional. Un ejemplo m¨¢s, quiz¨¢ l¨ªmite, de que esto no tiene remedio. Lo m¨¢s frustrante es que algunos sinceramente pens¨¢bamos que ahora, con Feij¨®o, la cosa iba a cambiar. Sab¨ªamos que era dif¨ªcil, porque estamos ya en modo electoral y porque los vigilantes de la pureza de su bloque estaban empezando a sacar las u?as. Decepci¨®n. El nuevo l¨ªder del PP se pliega a las posiciones m¨¢s radicales. O sea, que no ejerce el liderazgo. Son otros los que deciden hacia d¨®nde debe inclinarse el l¨ªder, no el dirigente el que dispone ad¨®nde debe dirigirse su grupo.
Dos puntos m¨¢s, ambos bien expresivos de la toxicidad nuestra polarizaci¨®n. El primero tiene que ver con la obviedad de que no es discrecional renovar estas instituciones, ?es una obligaci¨®n constitucional! ?Qu¨¦ es eso de que un partido decida si le viene bien cumplir o no cumplir la Constituci¨®n; o que ha resuelto hacerlo cuando goce de mayor¨ªa? ?No se supone que estamos en un Estado de derecho, que la ley manda? Y esto ¨²ltimo me sirve para traer a colaci¨®n el segundo punto, esa perversi¨®n de mirar a los jueces con anteojos pol¨ªticos, como si su funci¨®n no fuera el ser la boca de la ley, aplicar el derecho. Nuestra clase pol¨ªtica los percibe, por contra, como sectarios, doctrinales, hooligans de un partido u otro ¨D¡±quieren colarnos un juez de ERC¡±, gritaban en el PP¨D, como si la ley fuera un chicle que se puede moldear al gusto pol¨ªtico de quien la aplica. Los habr¨¢ de convicciones pol¨ªticas distintas, bien lo sabemos, pero el que puedan trasladarlas a sus sentencias depende de qu¨¦ tan clara y contundente sea la redacci¨®n de la ley, y eso es responsabilidad del Parlamento, o sea, de los pol¨ªticos. Si quieren evitar hermen¨¦uticas jur¨ªdicas creativas y sesgadas esm¨¦rense en su redacci¨®n.
Esta ¨²ltima semana se ven¨ªan haciendo c¨¢balas en sectores de la derecha sobre las causas del baj¨®n demosc¨®pico del hasta ahora casi intocable Feij¨®o. El resultado al que han debido de llegar es que era demasiado condescendiente con el Gobierno, que hab¨ªa que dar un golpe de autoridad. En nuestro pa¨ªs esto se suele traducir en una acentuaci¨®n del tono de la confrontaci¨®n para mantener prietas las filas. ?Y qu¨¦ mejor que la salida del pacto? Veo que hay ya, adem¨¢s, todo un argumentario justificador para consumo de sus fieles. Lo sorprendente es que parecen ignorar que lo que provoc¨® el efecto Feij¨®o fue precisamente lo contrario, su supuesto talante negociador y sentido de Estado. ?Acaso no era esto lo que lo diferenciaba de Casado?
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