El intelectual precario
El imperativo de producir sin parar y ser relevante constantemente impone un tipo de creaci¨®n presa del miedo a los posibles ataques, en vez de un pensamiento libre que favorezca el encuentro con los otros
Bajo el modelo social del capitalismo, la posibilidad de una vida intelectual parece hoy irremisiblemente atravesada por elementos como la productividad, la proyecci¨®n p¨²blica y alg¨²n grado de institucionalizaci¨®n. La combinaci¨®n de estos tres componentes somete a los sujetos a demandas que no pueden nunca dar por satisfechas y tiene efectos precarizadores que van m¨¢s all¨¢ de sus aspectos contractuales, que tanto agravan el sufrimiento. De este modo, la sensaci¨®n de no producir nunca lo suficiente (ni en cantidad ni en calidad), de no recibir la atenci¨®n adecuada y de no ocupar el espacio que se merecer¨ªa, acompa?an tambi¨¦n a personas con una posici¨®n objetivamente consolidada en el sistema. O sea, son malestares inherentes al mismo. Tales exigencias de rendimiento podr¨ªan sintetizarse en el imperativo de la presencia, es decir, la necesidad de hacerse y permanecer visibles. No importan las condiciones en que se trabaje, no importan las consecuencias en uno mismo o en los otros. No importa, en suma, qu¨¦ cosa se quiso entender un d¨ªa ni por estudio ni por vocaci¨®n ni por vida. Hay que hacer mucho, pero, sobre todo, hay que hacer que se vea mucho lo mucho que se hace. Porque ¡ªse asume¡ª nada existe en realidad hasta que puede medirse.
Frente a la inseguridad, la b¨²squeda de la influencia apunta cada vez m¨¢s a una suerte de garant¨ªa de continuidad antes que al despliegue de ideas concretas. Seg¨²n este imperativo de la presencia, el proyecto intelectual es uno mismo. Pues bien, cabe plantearse qu¨¦ ocurre con nuestra forma de hablar cuando se impone la percepci¨®n de que la posibilidad de vida intelectual pasa por estar siempre a la vista o por el miedo a desaparecer.
C¨®mo hablar es una pregunta que no se responde sola, pero sobre todo que no se pregunta sola y arrastra consigo al menos otras como por qu¨¦, para qui¨¦n, para qu¨¦, desde d¨®nde, pues se habla siempre en un contexto y, es de suponer, con alguna intenci¨®n. Adem¨¢s, hablar a alguien implica ¡ªsi es que nos importa ese alguien y si es que nos importa aquello que le estamos diciendo y lo que quiera decirnos¡ª una m¨ªnima expectativa acerca de sus capacidades y disposici¨®n a comprendernos, una idea lo suficientemente favorable como para justificarnos la tarea de trasladarle eso que tenemos en mente y romper el silencio.
Concibo el pensar alegre del intelectual plebeyo como un ejercicio de libertad que reclama tambi¨¦n condiciones de interlocuci¨®n: no se dirige a asegurar la posici¨®n individual del que habla, las condiciones del decir propio, sino que entiende que este s¨®lo tiene sentido en la apelaci¨®n a los otros. Dichas condiciones aluden, claro, a componentes materiales, pero afectan tambi¨¦n a otros formales. La posibilidad de una escritura gozosa y de un pensar liberado de la servidumbre de las pasiones tristes se halla en relaci¨®n directa con la respuesta que nos demos acerca de qui¨¦n es el otro, qui¨¦n nos gustar¨ªa que fuese el otro. ?Alguien de quien es mejor precaverse y con quien competir, o alguien en quien confiar? ?Alguien a quien iluminar con el brillo de nuestra opini¨®n o alguien a quien persuadir para buscar en com¨²n la verdad de las cosas? ?Alguien a quien recordarle que no sabe con qui¨¦n est¨¢ hablando y la suerte que tiene de escucharnos, alguien a quien pedirle permiso para hablar o alguien que est¨¢ a ras de nuestra voz?
El miedo y la precariedad son afines a un tipo de escritura que llamo inmunitaria, en la que prima la voluntad de salir indemne de los potenciales ataques que acaso se recibir¨¢n por lo que se dice. En esa reducci¨®n de los riesgos, se ciega tambi¨¦n la posibilidad de un encuentro grato con los otros. Entonces, aunque el discurso pueda ser productivo en lo curricular, dif¨ªcilmente ser¨¢ f¨¦rtil en lo intelectual y la soledad pasar¨¢ a ocupar el horizonte de nuestros afectos.
La cuesti¨®n, cada vez para m¨¢s gente, es si las formas dominantes de producci¨®n cultural que hoy padecemos, sus requisitos y objetivos ¡ªtan afines a la desconfianza¡ª, son las nuestras, si corresponden al tipo de elaboraciones que queremos hacer con aquello que sabemos y podemos. En definitiva, si es posible otra experiencia de vida intelectual y c¨®mo hablar para, en lugar de distinguirnos de los otros para poder ser, llegar a eso com¨²n que se comparte y, bajo ciertas condiciones, tambi¨¦n los otros podr¨ªan decir.
Por supuesto, la defensa del pensar alegre y de la recuperaci¨®n del goce en la escritura no libra del miedo, pero trata de rebelarse contra ¨¦l. Y aunque tampoco salva de la precariedad, s¨ª expresa la negativa a someterse a la idea de que no hay alternativa y se abre a una b¨²squeda no individualista de la libertad. Porque es lo justo y vale para cualquiera.
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