En el espejo del cine
En un pa¨ªs como Espa?a, una pel¨ªcula se hace siempre con presupuesto escaso y con entrega sin recompensa, y a pesar de todo se hacen en los ¨²ltimos tiempos pel¨ªculas imborrables, estremecedoras, veraces, espejo del presente
Nos hac¨ªan una promesa tramposa y nosotros sab¨ªamos cu¨¢l era la trampa y aun as¨ª ¨¦ramos incapaces de no caer en ella. Dec¨ªan: ¡°Esta noche vamos al cine¡¡±, aunque era ya tarde, y a?ad¨ªan, con esa peque?a crueldad que tienen a veces las bromas que los adultos hacen a los ni?os: ¡°¡ al cine de las s¨¢banas blancas¡±. Era desde luego a la cama aburrida y fr¨ªa a donde nos mandaban, pero en el enunciado de nuestro desenga?o hab¨ªa una cierta verdad. Al fin y al cabo, la pantalla de cine era una s¨¢bana blanca sobre la que se proyectaban m¨¢gicamente las im¨¢genes, y el cine mismo ten¨ªa algo del refugio ¨ªntimo de un dormitorio, porque las pel¨ªculas se hac¨ªan visibles en la oscuridad, igual que los sue?os. Cuando Ili¨¢ Ehrenburg invent¨® la expresi¨®n ¡°f¨¢brica de sue?os¡± para referirse a Hollywood, estaba entre celebrando y denunciando el aspecto de cruda cadena de montaje del sistema de producci¨®n de los estudios, pero tambi¨¦n ah¨ª la palabra ¡°sue?o¡± asociada al cine revela un rasgo crucial de esa forma de arte, que es la que m¨¢s se parece a la vida, y al mismo tiempo la que m¨¢s provoca en el espectador una inmersi¨®n semejante a la de los sue?os, una suspensi¨®n y lejan¨ªa de la inmediata realidad que puede ser m¨¢s seductora que la de la literatura. En estos tiempos de pantallas omnipresentes de todos los tama?os es l¨ªcito hasta cierto punto a?orar el h¨¢bito antes cotidiano de las salas de cine, con sus tinieblas tan propicias a la alucinaci¨®n como las cuevas de las pinturas prehist¨®ricas: y tambi¨¦n hay que agradecer una accesibilidad de las pel¨ªculas que habr¨ªa sido quim¨¦rica en nuestra ansiosa juventud de apasionados por el cine, de buscadores de obras maestras desaparecidas, en los tiempos no tan lejanos anteriores al video.
Nunca se ha podido disfrutar tanto del cine del pasado, ahora tan a mano como la m¨²sica y como la literatura. Uno de los peligros de tanta abundancia es la melancol¨ªa arqueol¨®gica: la tentaci¨®n de suponer que todo lo mejor fue hecho hace mucho tiempo; la propensi¨®n de quienes se hacen mayores a confundir su declive personal o el anquilosamiento de sus curiosidades y sus intereses con un deterioro general de la cualidad de las cosas. En Atlantic City, USA de Louis Malle, el viejo pistolero jubilado Burt Lancaster le se?ala el mar a una Susan Sarandon mucho m¨¢s joven y le dice: ¡°Ten¨ªas que haber visto el oc¨¦ano Atl¨¢ntico en los a?os cuarenta¡±. En las pel¨ªculas antiguas, con su fotograf¨ªa en blanco y negro y sus escenarios de mundos perdidos, prevalece la dimensi¨®n de ensue?o del cine, su intemporalidad de cuento y de f¨¢bula. Ese cine es un batiscafo para sumergirse en las profundidades del pasado y en las regiones oscuras de la inconsciencia, que son las que alimentan los cuentos y los sue?os.
Pero igual de necesario es un cine del presente y de los ojos abiertos. El cine es un ensue?o y es un espejo, una ventana, un documento. No es solo, ni mucho menos, una cuesti¨®n est¨¦tica. Escribir novelas, buenas o malas, es una tarea barata y solitaria. Una pel¨ªcula, por modesta que sea, es un empe?o car¨ªsimo y colectivo que requiere el soporte de una industria, la contribuci¨®n de saberes y talentos muy especializados que solo maduran con un largo aprendizaje pr¨¢ctico. La huella del estilo puede ser tan indeleble en una pel¨ªcula como en una novela o un cuadro. Pero la autor¨ªa, en el cine, no est¨¢ exclusivamente en la mirada del director.
En los ¨²ltimos tiempos he tenido la oportunidad de observar de cerca el proceso completo de la creaci¨®n de una pel¨ªcula, desde los primeros borradores del guion hasta los m¨ªnimos toques finales que se parecen tanto a los de la revisi¨®n meticulosa de una novela. Uno admira m¨¢s a¨²n una obra de arte cuando aprende c¨®mo se ha hecho: cuando descubre la dificultad que se esconde debajo de lo que parece f¨¢cil, o natural.
Lo que yo he admirado, por encima de todo, es la complejidad de rompecabezas y collage que hay tras el efecto unitario de una pel¨ªcula, y la variedad extraordinaria de artesan¨ªas y saberes que intervienen en ella, y el juego de interacciones personales que lo determinan todo, desde la interpretaci¨®n de un actor hasta el fluir de las im¨¢genes en el montaje. Una pel¨ªcula son muchas jornadas de trabajo muy largas de muchas personas que saben hacer muy bien lo que hacen y ponen adem¨¢s mucho tes¨®n y entusiasmo. En nuestro pa¨ªs existe la idea de que la cultura es un lujo m¨¢s o menos superfluo, un gasto al que la izquierda se resigna con desgana y contra el que la derecha levanta su tradici¨®n de oscurantismo y demagogia. Pero una pel¨ªcula, igual que un libro, implica un proceso industrial creador de riqueza sostenible y de puestos de trabajo de alta calidad.
Una pel¨ªcula en un pa¨ªs como Espa?a, se hace casi siempre contra viento y marea, con presupuestos escasos, con una entrega que rara vez encontrar¨¢ una parte de la recompensa que merece, en lucha continua contra el des¨¢nimo de las salas que cierran y de la indiferencia de un p¨²blico que prefiere volcarse en el infantilismo de las superproducciones americanas de superh¨¦roes acrob¨¢ticos y efectos especiales, o en series de cap¨ªtulos innumerables sobre asesinos m¨²ltiples de refinada crueldad.
Y a pesar de todo, asombrosamente, el cine sobrevive en Espa?a, como sobreviven la literatura y la lectura en medio del dominio desp¨®tico del entretenimiento y el chisme digital. No solo sobrevive: a pesar de todos los pesares, y de la tentaci¨®n insidiosa de la pesadumbre y de las profec¨ªas que se confirman a s¨ª mismas, se est¨¢n haciendo en Espa?a, en estos ¨²ltimos tiempos, pel¨ªculas imborrables, estremecedoras, veraces, pel¨ªculas espejo del presente y a la vez tocadas por el hipnotismo de la ficci¨®n, interpretadas por actores profesionales que han aprendido el artificio supremo de la naturalidad o por personas comunes que fingen sus propias vidas como si no estuvieran delante de una c¨¢mara, fotografiadas y ambientadas por especialistas de solvencia intachable, escritas y filmadas en muchas ocasiones por directores j¨®venes, por directoras que ya no son excepciones a la regla de lo masculino. Hablo, por ejemplo, de Alcarr¨¤s, de Carla Sim¨®n, de As bestas, de Rodrigo Sorogoyen, de Modelo 77, de Alberto Rodr¨ªguez, de Cinco lobitos, de Alauda Ruiz de Az¨²a, de La Maternal, de Pilar Palomero. Son pel¨ªculas que se parecen poderosamente a la vida y a la vez logran una s¨ªntesis narrativa y po¨¦tica que es exclusiva del cine. No hace falta la prolongaci¨®n interminable de una serie que explora agotadoramente todos los hilos de una historia. En la hora y media de una pel¨ªcula puede estar contenido el mundo, toda la trama de las vidas que se cruzan, lo ¨ªntimo y lo p¨²blico. Los debates colectivos cobran forma concreta y envergadura dram¨¢tica en las ficciones visuales del cine: el abandono y la desolaci¨®n del mundo rural en As bestas y Alcarr¨¤s, la maternidad joven en Cinco lobitos y La Maternal, la memoria de las zonas oscuras del tr¨¢nsito a la democracia en Modelo 77. Pero el arte nunca es una ilustraci¨®n de los problemas sociales, aunque se inspire en ellos y sepa retratarlos. Lo que nos dan las pel¨ªculas es un espejo de la vida real y un ensue?o que nos permite resguardarnos de ella, regresar durante dos horas a nuestro cine de las s¨¢banas blancas.
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