Inocular el mal para vencer
Cierto sector de la poblaci¨®n est¨¢ convencido de que Espa?a se derrumba y que solo se salvar¨¢ si acude en su auxilio la derecha que patrimonializa el manual del buen espa?ol
Espa?a es ese pa¨ªs al que los de fuera quieren volver. Fui de fuera casi una d¨¦cada y lo que observaba es que los expatriados deseaban regresar a este pa¨ªs suyo. No s¨¦ si era la nostalgia la responsable de la idealizaci¨®n de las ventajas de la patria, pero desde la lejan¨ªa se dibujaba como un pa¨ªs en el que con un sueldo razonable se pod¨ªa disfrutar de la vida. Creo que esa era la clave moral: un lugar del mapa en donde el verbo disfrutar estaba a la misma altura que el verbo trabajar. Estar cerca de los tuyos, no entender el trabajo como algo sagrado que articula la vida y tener tiempo para perderlo en lo que uno quiere, era lo que nos distingu¨ªa de los pa¨ªses anglosajones y hac¨ªa que nuestros sue?os fueran diferentes. Aunque azotada por las crisis, Espa?a sigue sin ser un pa¨ªs convulso, invivible, porque de lejos, bajado el volumen del griter¨ªo de la vida p¨²blica, uno tiende a concentrarse en las virtudes de la privada. Se suspira por un pa¨ªs que ofrece seguridad para moverse por ¨¦l, habitado por gente sociable, en donde se mantienen a lo largo de la vida fuertes lazos de cari?o que nos hacen sentirnos protegidos de la intemperie.
El caso es que cuando regresa el expatriado a casa pasa uno un tiempo contento de veras, gozando de esas peculiaridades que nos hacen hedonistas, t¨¦rmino que soporta connotaciones negativas si se pronuncia en ingl¨¦s. Qu¨¦ sucede entonces para que al cabo de un tiempo la agresividad que se vierte en la arena pol¨ªtica nos amargue la boca y se nos imponga la impresi¨®n de que en la peque?a patria estamos envenenados, vivimos siempre al borde de un abismo. Es extra?o porque tampoco es la idea que proyectamos hacia fuera, en donde se nos observa como un pa¨ªs en el que los lazos familiares tienden a arroparnos en momentos de apuro, y donde a pesar del azote de las crisis los servicios a¨²n funcionan. Esto, dejando a un lado que nuestra manera de entender la vida, en otros tiempos objeto de chanza, se identifica con esa nueva corriente de pensamiento que abomina del trabajo extenuante y considera el tiempo un valor tan esencial como el dinero. Las sucesivas crisis socavaron los valores mediterr¨¢neos, por as¨ª llamarlos, pero solo hay que darse una vuelta por los pa¨ªses que nos rodean para observar que a¨²n conservamos esa capacidad de mantener el disfrute a flote.
Lo que nos amarga, lo que nos hace creer que somos seres autodestructivos, abocados al fracaso, sin rumbo ni proyecto, lo que rebaja nuestra autoestima proviene sin duda de la toxicidad de las palabras que pronuncian la clase pol¨ªtica y ciertos altavoces medi¨¢ticos. Convalecientes de una semana donde ha primado el verbo violento en el Congreso a¨²n resuenan en nuestra mente los insultos all¨ª proferidos, algunos familiares, otros, in¨¦ditos. Lo de Gobierno okupa, filoetarra, ileg¨ªtimo, desmembrador de Espa?a, lo conoc¨ªamos, pero a esto se ha sumado la acusaci¨®n de golpistas que irrumpi¨® en el debate y la idea de que caminamos hacia una dictadura, si es que no vivimos ya en ella, que tendr¨ªa por objetivo entregar la patria a los enemigos de la misma. El discurso es tan agresivo que a los que somos cr¨ªticos con ciertos atajos discutibles del Gobierno nos deja boquiabiertos. Pensaba, ingenua de m¨ª, que esto no afectar¨ªa a nuestra convivencia, hoy ya no lo creo: cierto sector de la poblaci¨®n est¨¢ convencido de que Espa?a se derrumba y que solo se salvar¨¢ si acude en su auxilio la derecha que patrimonializa el manual del buen espa?ol. En esta estrategia de inocular el mal para vencer se echa mano, sin ¨¦tica ni mala conciencia, de mentiras y locas fantas¨ªas que se difunden sin miedo a que el ciudadano las repita como ciertas y las escupa contra el vecino o el hermano. Juegan con fuego. Mientras, desde Europa nos ven como un pa¨ªs s¨®lido y resiliente. Ninguno de los pir¨®manos pagar¨¢ por el fuego que alimentan.
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