La epidemia silenciosa de la soledad
Los planes de salud p¨²blica deben incluir la prevenci¨®n de los peores efectos del aislamiento no deseado
Una de las paradojas de nuestro tiempo es que cada vez hay m¨¢s personas que se sienten solas y aisladas pese a que viven rodeadas de gente y tienen m¨¢s facilidades que nunca para comunicarse con los dem¨¢s. La soledad elegida no es lo mismo que la soledad no deseada: el aislamiento social genera un dolor que afecta a la calidad de vida y a la salud, especialmente en las personas mayores. Se la ha denominado la epidemia silenciosa porque suele vivirse en la intimidad del hogar, pero numerosos estudios han demostrado que es un importante factor de riesgo de enfermedad y muerte prematura. Su riesgo es equiparable al sedentarismo, al tabaquismo o la obesidad, seg¨²n un informe publicado por la OMS en 2021 que recoge la evidencia cient¨ªfica disponible.
Los cambios en la estructura familiar, la mayor capacidad de autonom¨ªa personal y la evoluci¨®n de la vida urbana est¨¢n provocando un aumento de los hogares unipersonales. El estudio de la OMS estima que en Europa la soledad indeseada afecta al 25% de las personas mayores, pero la tendencia es global. Una revisi¨®n de 25 estudios en China observ¨® un gran aumento de la soledad percibida entre 1995 y 2011, coincidiendo con la migraci¨®n masiva del campo a la ciudad y tasas crecientes de urbanizaci¨®n, divorcios, desempleo y desigualdad social.
En Espa?a, seg¨²n datos del INE publicados en 2021, hay 4,8 millones de personas que viven solas, de las cuales el 43,6% tienen m¨¢s de 65 a?os. Pero el dato m¨¢s significativo es que hab¨ªa aumentado un 6,1% respecto de 2019 el n¨²mero de personas mayores de 65 a?os que viv¨ªan solas, mientras que en los menores de esa edad hab¨ªa disminuido un 0,9%. Eso indica que el factor que m¨¢s influye es la edad y que, en la mayor¨ªa de los casos, la soledad no es el resultado de una elecci¨®n.
Vivimos m¨¢s a?os y muchos de los a?os ganados son con mejor calidad de vida. Este es un gran logro social, pero la mayor longevidad hace que la soledad sea especialmente penosa a partir del momento en que se manifiestan las tres crisis del envejecimiento: la de identidad, en que la persona siente que ya no es quien era; la de autonom¨ªa, cuando pierde capacidad f¨ªsica y mental, y la de pertenencia, cuando sus coet¨¢neos se van muriendo y deja de tener relaciones sociales. Las personas que se sienten solas tienen menos ganas de cuidarse, se alimentan peor, las defensas de su organismo se reducen y tienen m¨¢s probabilidades de enfermar. Dada su repercusi¨®n en el estado de salud de la poblaci¨®n mayor, la soledad debe abordarse como un problema de salud p¨²blica, y as¨ª lo entendi¨® Reino Unido cuando en 2018 decidi¨® crear un ministerio de la soledad, o Jap¨®n, que lo puso en marcha en 2021. Hay ejemplos de intervenci¨®n social eficaz, como Finlandia, que en 2010 lanz¨® un ambicioso programa, el proyecto Pitk?l?, con el que logr¨® mejorar el estado de la salud y reducir la mortalidad de la poblaci¨®n mayor y m¨¢s vulnerable a la soledad.
En Espa?a, la administraci¨®n mejor preparada para intervenir es la municipal, a trav¨¦s de los servicios sociales y sanitarios. Algunas ciudades ya lo han hecho. Es el caso del Ayuntamiento de Barcelona, con los programas Radars y Vincles. Pero se necesita un marco m¨¢s amplio como la estrategia nacional contra el aislamiento involuntario que prepara el Imserso. Es una promesa de legislatura que no debe demorarse.
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