Televisi¨®n y pol¨ªtica en 2023
Las retransmisiones de campa?as y debates de la ¨¦poca dorada del medio se han quedado caducos. Es el momento de idear nuevos formatos que, siendo atractivos, informen y huyan del espect¨¢culo
Una de las herencias inequ¨ªvocas de 2022 en el ¨¢mbito comunicativo se refiere a la caducidad de algunos formatos medi¨¢ticos que, forjados en los a?os dorados de la televisi¨®n, hab¨ªan pasado a formar parte de nuestras vidas. Aunque no es el ¨²nico caso, la retransmisi¨®n de las campanadas ilustra bien la obsolescencia de unos programas (y de unos protagonistas) que est¨¢n, sin duda, anclados en otra ¨¦poca. La noche de fin de a?o vimos que tanto las televisiones generalistas como los intentos de trasladar la celebraci¨®n a la red se aferraban a un modelo de programa obsoleto, cuya validez ¡ªest¨¦tica y comunicativa¡ª evocaba un telespectador cautivo, de una ¨¦poca sin m¨¢s alternativa que la radio. Tal vez se podr¨ªa objetar que quienes escuchan las campanadas desde casa, televisi¨®n mediante, son personas de esa misma ¨¦poca, pero el argumento no sirve: lo mucho cansa, y la repetici¨®n tiende a convertirse en autoparodia.
Pese al auge de las plataformas digitales, las televisiones siguen teniendo poder para marcar agenda, y su relaci¨®n con las publicaciones en redes contin¨²a siendo de mutua retroalimentaci¨®n: en el fen¨®meno conocido como ¡°segunda pantalla¡±, la gente comenta los programas en Twitter y Facebook, y amplifica su importancia de forma normalmente desproporcionada. Por eso podemos afirmar que la evoluci¨®n de la televisi¨®n es relevante en un a?o como 2023, porque el a?o nuevo nos va a enfrentar a otro tipo de programa cuyo formato evoca tambi¨¦n otra ¨¦poca: el debate electoral.
Tal y como lo conocemos, la estructura del debate electoral televisado no solo responde a tiempos de bipartidismo y de liderazgos claros, sino tambi¨¦n a tiempos pre-digitales, relativamente menos confusos y acelerados. Un ejemplo evidente de esta diferencia la hallamos en el reparto de tiempos: el parlamento final de los l¨ªderes, que ahora suele denominarse ¡°minuto de oro¡±, duraba en los primeros debates en torno a tres minutos, pero, ?qu¨¦ televidente de 2023 aguantar¨ªa hasta tres minutos seguidos de cada candidato? As¨ª eran los mensajes de cierre que las audiencias escucharon a Gonz¨¢lez, Aznar, Rajoy, Rodr¨ªguez Zapatero o P¨¦rez Rubalcaba, sin duda pol¨ªticos de otra hechura (y otra ¨¦poca) discursiva.
Los debates electorales se introducen en nuestra esfera p¨²blica con las elecciones de 1993; desde ese a?o hasta 2011 se celebraron en Espa?a cinco debates televisados, en los que se enfrentaban los candidatos del PP y el PSOE (no hubo debate en las elecciones de 1996, 2000 y 2004). Ese bipartidismo se mantuvo incluso cuando no era ya reflejo de la sociedad espa?ola. En 2015 y 2016 la Academia de Televisi¨®n organiz¨® dos debates bipartidistas, aunque pudimos ver otros nueve que respond¨ªan a las llamadas ¡°rondas de elefantes¡±, en los que se daba voz a partidos minoritarios y a los surgidos desde el 15-M. La presencia de estos partidos se oficializ¨® por fin en las dos convocatorias electorales de 2019 (28 de abril y 10 de noviembre), en las que pudimos ver tres debates entre candidatos presidenciales y otros tres a los que asistieron otros representantes de los partidos, uno de ellos integrado exclusivamente por mujeres.
El fant¨¢stico libro de Neil Postman Divertirse hasta morir describe el funcionamiento de los discursos pol¨ªticos estadounidenses de mediados del siglo XIX, en los que la gente asist¨ªa a sesiones de siete horas continuadas de m¨ªtines y adem¨¢s era capaz luego de discutir sobre su contenido; es un tiempo fascinante en t¨¦rminos de comunicaci¨®n p¨²blica, que Postman describe como la Era de la disertaci¨®n. Pero obviamente hace mucho que ese tipo de p¨²blico no existe; en este siglo y medio la vida p¨²blica se ha diversificado y enriquecido lo suficiente como para buscar otro tipo de formatos, que respondan al espectador actual y que evolucionen con ¨¦l.
En ese contexto, los debates electorales forman parte de la programaci¨®n televisiva y no tanto de la programaci¨®n pol¨ªtica. De ah¨ª que su estructura y contenido se establezcan preferentemente seg¨²n las normas del espect¨¢culo televisivo, en un proceso que algunos te¨®ricos, como Rafael R. Tranche, han descrito como de absorci¨®n progresiva por el infoentretenimiento. Por otra parte, aunque la normativa apenas fija reglas para los debates (referidas a la duraci¨®n del tiempo de habla), sabemos que estos se someten normalmente a un proceso de negociaci¨®n en el que, parad¨®jicamente, los partidos tratan de proteger a sus candidatos de la exposici¨®n p¨²blica. En tanto que productos televisivos, los debates son importantes tambi¨¦n por el eco que dejan, una repercusi¨®n que de nuevo est¨¢ en manos de los medios de comunicaci¨®n y las redes; en consecuencia, las intervenciones que se rescatan el d¨ªa posterior al debate responden a una clave m¨¢s medi¨¢tica que pol¨ªtica. ?Qu¨¦ recordamos de los debates pasados, m¨¢s all¨¢ del ¡°indecente¡± de S¨¢nchez a Rajoy, o el ¡°debatir con una mujer es complicado¡± de Arias Ca?ete a Valenciano?
Si esta situaci¨®n se mantiene, lo previsible es que 2023 vuelva a ofrecernos debates aburridos, de plat¨® inc¨®modo, con frases acartonadas y nulo valor argumentativo-electoral. Por eso es tal vez el momento de que, si no lo est¨¢n haciendo, sus responsables empiecen a pensar c¨®mo podr¨ªa darse la vuelta a este tipo de emisiones para que resulten atractivas y, a la vez, cumplan su funci¨®n informativa referida a los diferentes programas electorales. Existen muchos aspectos que televisiones y partidos podr¨ªan revisar, y existe mucha experiencia en foros de debate ajenos a la pol¨ªtica que podr¨ªan aportar ideas.
Por ejemplo, uno de esos elementos esenciales se refiere al qui¨¦n del debate: ?por qu¨¦ solo debates unipersonales, cuando es totalmente inveros¨ªmil (e innecesario) que un l¨ªder conozca en detalle todos los aspectos del programa que defiende? ?No ser¨ªa enriquecedor que cada partido contara con, al menos, dos representantes, obviamente mujer y hombre? Un segundo aspecto esencial tiene que ver con el cu¨¢ntos del debate: ?qui¨¦n cree que se pueden exponer bien cinco o siete visiones de cada tema simult¨¢neamente? Tal vez se podr¨ªa encontrar un modo para fragmentar el actual encuentro abigarrado de mon¨®logos sucesivos en dos o tres debates; con menos partidos, pero m¨¢s argumentaci¨®n y di¨¢logo. La cuesti¨®n es elegir contrincante, evidentemente, pero si los sorteos sirven para los torneos de f¨²tbol por qu¨¦ no para los debates electorales.
Tambi¨¦n los qu¨¦ del debate deber¨ªan revisarse; es habitual que se pacten bloques tem¨¢ticos seg¨²n la preocupaci¨®n ciudadana reflejada en las encuestas del CIS, pero esto no deber¨ªa conducir a debates tan encorsetados como hemos escuchado los ¨²ltimos a?os, en los que apenas se pod¨ªa dedicar un par de intervenciones a cada tema. Y hay que lograr que todos respondan a ese qu¨¦, sin enmascarar su falta de respuesta hablando de lo que hacen, hicieron o har¨ªan los dem¨¢s partidos; ah¨ª es vital la funci¨®n de los moderadores, obligando a los candidatos a demostrar que tienen respuestas y, en definitiva, que el ruido no esconde la ausencia de programa. Tambi¨¦n importa el d¨®nde: el decorado deber¨ªa permitir que los oradores transmitieran comodidad y concentraci¨®n en lugar de penoso envaramiento.
Sin duda, este tipo de cambios, u otros parecidos, conllevar¨ªa riesgos para los participantes, pero el modelo actual, como en las campanadas, hace tiempo que ya no cumple su funci¨®n. Con una revisi¨®n que conjugue innovaci¨®n televisiva e inquietud democr¨¢tica, todos los implicados podr¨ªan (podr¨ªamos) salir ganando.
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