?Qu¨¦ se siente ser la cuota ind¨ªgena? Wenk
Habr¨ªa que preguntarse si la justicia social que buscamos implica solamente que algunos seamos incluidos en espacios que excluyen el conocimiento generado por nuestros pueblos
Entre los m¨²ltiples comentarios que recib¨ª la primera vez que publiqu¨¦ en este espacio en el que me est¨¢s leyendo no hicieron falta los que explicaron mi presencia virtual aqu¨ª como el resultado de las pol¨ªticas de la inclusi¨®n: yo era la cuota ind¨ªgena necesaria entre los columnistas de este diario. Comentarios aqu¨ª y all¨¢ me explicaron que solo de esa manera pod¨ªa explicarse la invitaci¨®n que recib¨ª de los editores de El Pa¨ªs. No fue la primera vez, claro, que me enfrent¨¦ a ese tipo de comentarios y mi reacci¨®n ha ido cambiando con el paso de los a?os.
En un principio, como sucede con muchas personas que pertenecemos a pueblos ind¨ªgenas, que te digan que te han elegido para presentar tu trabajo en un congreso acad¨¦mico, escribir en alg¨²n medio o participar en un proyecto solo por cubrir una cuota crea un velo de intensa sospecha sobre tu propio trabajo y, digamos, su calidad. ?Me habr¨¢n invitado a esa mesa sobre feminismo solo porque hac¨ªa falta una mujer ind¨ªgena y as¨ª evitar las cr¨ªticas? ?Fue la calidad de mi trabajo o mi pertenencia a un pueblo ind¨ªgena lo que les pareci¨® interesante??Me ofrecen una oportunidad laboral porque la financiadora del proyecto exige cierta diversidad entre las personas involucradas? ?Me habr¨¢n invitado a participar en esta antolog¨ªa para cubrir la cuota ind¨ªgena o la invitaci¨®n surgi¨® debido a un genuino entusiasmo por mis escritos? El ego sufre porque el espejo no le devuelve siempre la certeza de que hemos sido elegidas solo por nuestras caracter¨ªsticas tan valiosas (sarcasmo de por medio), por nuestros rasgos tan extraordinarios que nos posibilitaron fugarnos de las estad¨ªsticas que reportan que las personas que pertenecen a pueblos ind¨ªgenas no ocupan frecuentemente los espacios a los que ahora nos invitan. Mientras que las personas que han tenido un acceso privilegiado a ciertos ambientes, espacios y medios no se angustian sobre si su inclusi¨®n (tan natural nos parece) deriva precisamente de sus privilegios m¨¢s que de sus m¨¦ritos personales, las personas que somos incluidas en los espacios en los que no es com¨²n encontrarnos, vamos arrastrando la eterna sospecha de ser la cuota ind¨ªgena. Como una basurita en el ¨¢nimo, dir¨ªa Mafalda, esta duda nos eclipsa el entusiasmo de haber recibido cierta invitaci¨®n. Pocas veces los hijos de acad¨¦micos de ¨¦lite, por poner un ejemplo, se preguntan si su aceptaci¨®n en un programa de posgrado se debe a los privilegios de su posici¨®n o a su esfuerzo individual. A nosotras, a nosotros, nos repiten una y otra vez: est¨¢s ah¨ª porque eres la cuota ind¨ªgena.
Con el paso del tiempo, me di cuenta de que estas preocupaciones le hac¨ªan el juego a la narrativa de la meritocracia. En el fondo, desde una molestia bastante individualista, me preocupaba m¨¢s que me aseguraran que eran mis caracter¨ªsticas y mi esfuerzo personal, lo que me estaba posibilitando la inclusi¨®n en ciertos espacios que las razones por las cuales la exclusi¨®n de pueblos ind¨ªgenas ha sido estructural. Mi preocupaci¨®n por ser le¨ªda como la ¡°cuota ind¨ªgena¡± representada el triunfo en m¨ª de los ideales de pertenencia a esos espacios, los hab¨ªa fijado como una medida de ¨¦xito, esos espacios en los que esperaba ser incluida eran los valiosos, esos espacios que han sido negados estructuralmente a nuestra gente eran los deseables. Pensar de este modo hace que ser permanentemente la cuota ind¨ªgena entra?e el riesgo de ser cooptados por esos mismos espacios que, ante nuestros ojos hipnotizados, se erigen como los ¨²nicos mecanismos de validaci¨®n, perseguiremos pues la inclusi¨®n individual mientras la exclusi¨®n estructural de nuestros pueblos permanece sin cambios.
Muchas de las personas con las que crec¨ª no pudieron ir a la universidad y luego no pudieron recibir esa invitaci¨®n a cierto congreso no porque no se hayan esforzado tanto como yo (muchas se esforzaron incluso m¨¢s) o porque sus rasgos individuales no fueran suficientes, fueron las razones econ¨®micas y estructurales que hicieron que menos del 3% de los j¨®venes ind¨ªgenas en M¨¦xico ingresaran a educaci¨®n superior en el a?o en el que yo pude hacerlo debido a una serie de coincidencias que muy poco ten¨ªan que ver con mis m¨¦ritos personales.
Yendo un paso m¨¢s all¨¢, habr¨ªa que preguntarse si la justicia social que buscamos implica solamente que algunos seamos incluidos en unas universidades que, generalmente, excluyen el conocimiento generado por nuestros pueblos. Como dijo el pensador y luchador mixe Floriberto D¨ªaz desde la pen¨²ltima d¨¦cada del siglo pasado, nuestra inclusi¨®n en las instituciones de educaci¨®n superior implica ser amamantados con las ideas de una tradici¨®n cultural que hist¨®ricamente nos ha despreciado. La simple inclusi¨®n no basta, las cuotas no son suficientes si los pueblos ind¨ªgenas no podemos participar del dise?o mismo de los contenidos y objetivos del sistema educativo. Las pol¨ªticas de la inclusi¨®n entra?an siempre una trampa, la direccionalidad de la inclusi¨®n evidencia una relaci¨®n asim¨¦trica; quien incluye demuestra que puede hacerlo porque es el due?o del espacio. Ante la exclusi¨®n estructural mi preocupaci¨®n personal acerca de ser solo una cuota ind¨ªgena en los espacios a los que me invitan deja de ser relevante. Lo urgente es pensar en que ya no sean necesarias las cuotas y que se pueda construir espacios diversos en los que no haya cadeneros de una tradici¨®n cultural que se ha reservado el derecho de admisi¨®n para reafirmar su poder. Por fortuna, existen otros sistemas de validaci¨®n. Existe una gran diversidad de mecanismos, pr¨¢cticas culturales y procesos que construyen la idea del prestigio de otra manera. En mi contexto, en la comunidad serrana de Oaxaca, el servicio comunitario es uno de los m¨¢s importantes.
Ahora cada que me asalta la duda sobre la posibilidad de ser la cuota ind¨ªgena en cierto espacio, recuerdo que si bien agradezco que me hayan invitado a esa fiesta (ojal¨¢ inviten a m¨¢s personas) sobre todo me entusiasma el hecho de que estamos organizando nuestras propias fiestas, nuestras propias universidades, nuestros propios congresos, exposiciones y procesos. En muchos casos, no estamos esperando, desesperados y nerviosos, a que el cadenero elija a alguno de nosotros y lo deje entrar; estamos luchando por dar el portazo, aventar al cadenero y a¨²n m¨¢s all¨¢, luchamos por crear o fortalecer nuestros propios espacios, lugares y procesos a los que, por qu¨¦ no, alg¨²n d¨ªa seamos nosotros quienes los invitemos a entrar.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.