Gravemente enamorados
Como seres-para-la muerte que somos, nuestra muerte est¨¢ atornillada a la vida y con ello nos da la posibilidad de un amar grave, de peso
El amor se sostiene en apor¨ªas, en paradojas irresolubles: en dar lo que no se tiene, como afirma J. Lacan en uno de sus seminarios, o en la aceptaci¨®n de la vida hasta la muerte, seg¨²n G. Bataille. Lejos de lo que se suele pensar, el amor no es un intercambio sino que, muy al contrario, su esencia consiste en resistirse a ¨¦l. Amando nos ponemos en riesgo, en el de dar la falta, si seguimos la l¨®gica psicoanal¨ªtica, lo que nos sit¨²a en el juego indisoluble que siempre existi¨® entre Eros y Thanatos. Algunos parecen no saberlo, y cantan reproches y despechos, mientras otros, tocados por una extrema sensibilidad, escriben desde ese n¨²cleo.
Witold, en El polaco de Coetzee, tiene la muerte cerca. Huele a hueso. A Beatriz, por eso, le resulta imposible enamorarse. El polaco, concertista, interpreta a Chopin sin romanticismo. Se hablan en ingl¨¦s, lengua extra?a para ambos, lo que agranda su distancia. Coetzee, sin embargo, insiste en un amor entre ellos, el amor actual de un Dante por su Beatrice. Es Beatriz quien escribe la cr¨®nica de su historia de extra?o amor, desangel¨¢ndola, maltrat¨¢ndola, haci¨¦ndose ajena al amor absoluto e insistente del pianista entrando en la vejez. Quiero pasar el resto de mi vida a su lado, le dice a una mujer (dama) a la que acaba de conocer y que no le considera en modo alguno digno de ser su amante. Le incomoda pensar en sus cuerpos juntos en su dormitorio, y, sin embargo, Beatriz le seguir¨¢, en su negaci¨®n entregada, m¨¢s all¨¢ de la muerte. Coetzee narra desafectadamente esta relaci¨®n a lo largo de los ep¨ªgrafes numerados de las breves p¨¢ginas de su ¨²ltimo libro. Como peque?os martillos, austeros y certeros, traza un ins¨®lito discurso amoroso, helado y empecinado. Usted est¨¢ gravemente enamorado, le dice su enamorada al pianista, y no sabemos, no saben ellos siquiera, si grave significa profundo o pesado. Ven conmigo a Brasil, Beatriz. El polaco ama sin posesi¨®n, solo con la gratuidad de darse. Y secamente, con pocas palabras y tomando lo que se le da. Puedes venir a Mallorca, Witold. Siente a la vez cierta repulsi¨®n por su encuentro, pero le cita, irremediablemente, le permite entrar en su dormitorio, el que ¨¦l abandonar¨¢ cuando ella se lo ordene, sin un solo reproche. A su muerte le dejar¨¢ unos poemas, no demasiado buenos, que har¨¢n que su Beatrice contempor¨¢nea, la misma que le repele, cruce Europa para leerlos y encontrarse en ellos, buscando su nombre ¡ªno Beatriz sino Beatrice¡ª en la mara?a de la lengua materna de su grave amante, en la ¨²nica en que se puede escribir poes¨ªa. Beatriz / Beatrice iniciar¨¢ entonces una correspondencia de amor m¨¢s all¨¢ de la muerte.
Paul y Prudence llevan a?os siendo fantasmas en el d¨²plex que comparten cerca del parque de Bercy, evitando tocarse, soportando silencios y acostumbrados a distancias. Houellebecq les conduce por el paseo de amor y muerte de Aniquilaci¨®n. Durante p¨¢ginas se narran peculiaridades de la pol¨ªtica francesa, los quehaceres ministeriales, el terrorismo informatizado mezclados con asuntos familiares. Pero todo se para cuando Paul encuentra una incomodidad en su enc¨ªa. La boca de Paul huele mal, es el c¨¢ncer que hace que la mand¨ªbula se pudra. A la vez y con el mismo ritmo, la boca de Prudence se le acerca m¨¢s que nunca. Primeros besos tras a?os de letargo. Prudence le besa el cuerpo entero. Se hacen el amor m¨¢s que nunca, un amor sacralizado, un sexo sorprendentemente enardecido, lento y hondo, cuidando las posturas para que los huesos de Paul no sufran. No voy a operarme, no quiero que me corten la lengua. La enfermedad grave, de muerte, enamora en su Par¨ªs de siempre, a un matrimonio reencontrado bajo el paraguas de la enfermedad sin salvaci¨®n. La melancol¨ªa y la paz nacen una vez aceptado el terror, mientras la morfina sosiega a Paul con placentera tristeza, los d¨ªas que se acortan con el aroma del oto?o y se espera el acabamiento inyectado de esperanza. En este modo de amor, el infortunio se vuelve redenci¨®n.
La uni¨®n de Paul y Prudence, de Beatriz y Witold, se engrandece al hacerse improductiva y crece cuando la muerte y el amor se reencuentran en el nudo que siempre fueron. La muerte, presente en todas las dem¨¢s, agrava el amar. Este amor no es un eros ag¨®nico, es la superaci¨®n del narcisismo, la resurrecci¨®n del otro como posibilidad de encuentro, es la negatividad que Byung-Chul Han ve desaparecida, el desbordamiento libidinal. Como seres-para-la muerte que somos ¡ªHeidegger dixit¡ª nuestra muerte est¨¢ atornillada a la vida y con ello nos da la posibilidad de un amar grave, de peso. Barthes deb¨ªa haber incluido en sus Fragmentos de un discurso amoroso la entrada ¡°Gravemente enamorados¡±, el amor elevado por la epifan¨ªa de la muerte. Eros y Thanatos siempre de la mano.
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