La ciencia y la gente
Resulta l¨®gico que, junto con el respeto hacia la autonom¨ªa de unos saberes complejos, aumenten tambi¨¦n los controles p¨²blicos hacia una actividad que no puede ser juzgada ¨²nicamente por quienes la hacen
Somos muy conscientes de que el conocimiento cient¨ªfico es de vital importancia para resolver los problemas que tiene la humanidad y, al mismo tiempo, sabemos que la ciencia ya no es lo que era, algo de unos pocos, indiscutible, lejano y seguro. Un conjunto de circunstancias ha convertido a la ciencia, m¨¢s que nunca, en un asunto de todos. La idea de ciudadan¨ªa cient¨ªfica es uno de los elementos incluidos en las recientes leyes de la Ciencia y en la de Universidades. ?A qu¨¦ se debe esta mutaci¨®n del conocimiento cient¨ªfico? Podr¨ªa explicarse esta transformaci¨®n como el resultado de que cuatro distinciones que han guiado el desarrollo de la ciencia han dejado de ser tan n¨ªtidas y rotundas: entre los laboratorios y el mundo, entre el sistema cient¨ªfico y los otros sistemas sociales, entre los expertos y los legos, entre la verdad cient¨ªfica y la opini¨®n p¨²blica.
Comencemos con la primera distinci¨®n. Muchas t¨¦cnicas cient¨ªficas consist¨ªan precisamente en aislarse, como muestra la idea tradicional de laboratorio. El cient¨ªfico tradicional trabajaba con modelos y simulaciones que pod¨ªan ser repetidos y probados de modo seguro. Era posible experimentar previamente con animales, materiales o software. El saber se produc¨ªa en un lugar concreto y determinado, bajo control, y desde all¨ª se expand¨ªa ¡ªpasado el tiempo y los requisitos necesarios¡ª al resto del mundo.
Pero el hecho de que el saber cient¨ªfico y el desarrollo tecnol¨®gico implique riesgos y nuevas inseguridades significa que se ha desbordado la delimitaci¨®n entre los laboratorios y el resto del mundo. Nuestras inquietudes proceden de que el laboratorio actual sea todo el planeta, de que, por as¨ª decirlo, estamos experimentando con nosotros mismos. Cuando hablamos de energ¨ªa nuclear, configuraci¨®n financiera del mundo, organismos gen¨¦ticamente modificados o uso de determinadas sustancias qu¨ªmicas, apenas se pueden trazar los l¨ªmites entre la producci¨®n met¨®dicamente controlada del conocimiento cient¨ªfico y su aplicaci¨®n en contextos sociales y ecol¨®gicos abiertos. Los experimentos se hacen a escala uno igual a uno, en tiempo real, sin que exista la posibilidad de repetir el experimento, reducirlo o acumular conocimientos acerca de las causas y consecuencias de nuestras acciones.
Si no hubiera consecuencias secundarias, con procesos reversibles, la ciencia podr¨ªa contar con la absoluci¨®n para sus experimentos fracasados, y conforme a estos par¨¢metros se configur¨® la autonom¨ªa de la ciencia y la libertad de investigaci¨®n. Pero el sistema cient¨ªfico es cada vez m¨¢s consciente de que ha de anticipar sus efectos sobre un mundo del que ya no est¨¢ c¨®modamente separado por la limitaci¨®n de un ¨¢mbito experimental.
La segunda frontera se refiere a que el ideal de autonom¨ªa de la ciencia ha venido acompa?ado por un proceso de separaci¨®n de la ciencia respecto de la sociedad. Hoy asistimos a una demanda de reintegraci¨®n de la ciencia en la sociedad, fundamentalmente en el seno de las responsabilidades sociales y pol¨ªticas que le corresponden.
El incremento de la relevancia social de la ciencia ha venido acompa?ado por una creciente intervenci¨®n de la sociedad en la ciencia, algo que exige revisar el tradicional ideal de autorregulaci¨®n. La ciencia es una actividad que influye en su contexto social pero que tambi¨¦n depende de ¨¦l. Como organizaci¨®n, necesita que se le asignen recursos, en tanto que instituci¨®n social requiere legitimaci¨®n. Por eso es muy l¨®gico que, junto con el respeto hacia su autonom¨ªa, hayan aumentado tambi¨¦n los controles p¨²blicos hacia una actividad que no puede ser juzgada ¨²nicamente por quienes la hacen. La ¡°ciencia que se regula a s¨ª misma¡± es, junto con el mito de la autorregulaci¨®n del sistema econ¨®mico, el ¨²ltimo esc¨¢ndalo de la sociedad democr¨¢tica (Peter Weingart). De hecho, a partir de los a?os noventa el contrato social por la ciencia ha sido renegociado y se puede afirmar que hemos pasado de una cultura de la autonom¨ªa cient¨ªfica a una cultura de la responsabilidad.
La tercera distinci¨®n que se desdibuja en la actual constelaci¨®n del conocimiento es la que diferenciaba netamente a las personas expertas frente a los dem¨¢s. En una sociedad del conocimiento la gente posee m¨¢s capacidades cognitivas. Surgen nuevas organizaciones y grupos de intereses que contribuyen a debilitar la autoridad de los expertos. Lo que en alg¨²n momento fue un poder exot¨¦rico del saber, ahora es p¨²blicamente debatido, controlado y regulado. La democratizaci¨®n de la ciencia no significa abolir la diferencia entre el experto y el que no lo es, sino en politizar esa diferencia. El c¨ªrculo de quienes pueden y deben valorar la calidad y oportunidad del saber cient¨ªfico para la resoluci¨®n de determinados problemas es m¨¢s amplio que el de los expertos de la correspondiente disciplina. Con esto no se quiere decir que haya que votar sobre la verdad de las cuestiones cient¨ªficas o que todas las opiniones valgan lo mismo, sino que hacemos bien en escuchar a los no expertos, sobre todo cuando la autoridad de los expertos ya no es siempre y en todo un¨¢nime e incuestionable.
El discurso de la sociedad del conocimiento se focalizaba en la producci¨®n del saber y, por tanto, en los expertos, mientras que el relato de la sociedad del riesgo, al poner el ¨¦nfasis en los que padecen ese riesgo ¡ªconsumidores, electores, ciudadan¨ªa¡ª sit¨²a en un plano secundario la distinci¨®n entre expertos y no expertos. En cualquier caso, y tambi¨¦n por razones epistemol¨®gicas, es importante que la ciencia no desacredite los impulsos o irritaciones ¡°de fuera¡± como ignorancia o histeria. Nuestro gran desaf¨ªo consiste en c¨®mo llevar a cabo la reintegraci¨®n social de la ciencia cuando sabemos que est¨¢n en juego asuntos demasiados importantes como para dejarlos ¨²nicamente en manos de los especialistas.
La ¨²ltima distinci¨®n que es preciso volver a trazar es la que supone que la verdad cient¨ªfica y la opini¨®n p¨²blica son dos cosas absolutamente distintas, lo que modifica tambi¨¦n nuestro modelo de transferencia del conocimiento a la sociedad.
La relaci¨®n entre la ciencia y la sociedad no debe entenderse como la popularizaci¨®n de unas formas de saber entendidas jer¨¢rquicamente. Seg¨²n aquel modelo, el sistema cient¨ªfico produc¨ªa verdades que eran dadas a conocer a la opini¨®n p¨²blica, generalmente como simplificaci¨®n y vulgarizaci¨®n. El p¨²blico era m¨¢s bien pasivo e indiferenciado, incompetente a la hora de juzgar el saber transmitido. El proceso de comunicaci¨®n discurr¨ªa en una ¨²nica direcci¨®n. Posibilitar el retorno de ¡°la gente¡± a la ciencia es algo m¨¢s que proporcionarle una imagen m¨¢s cercana, humana o comunicativa, aun cuando esto sea muy importante.
La democracia exige hoy una cierta recuperaci¨®n de soberan¨ªa popular sobre las cosas y los procesos naturales bajo las condiciones de la actual complejidad. Hace tiempo hablaba Hans Magnus Enzensberger de unos ¡°golpistas en el laboratorio¡± que quieren poderes absolutos y no someter sus decisiones a procesos de deliberaci¨®n p¨²blica. No se trata de cuestionar la validez de la ciencia como hacen los negacionistas sino de corregir esa inexactitud social que muchas veces procede de que una ciencia se impone sobre otras o no somos capaces de interiorizar su impacto en la sociedad. Garantizar el pluralismo en la producci¨®n de la ciencia es un combate muy similar al que se libr¨® en otro tiempo contra las monarqu¨ªas absolutas para dejar de ser s¨²bditos y pasar a codefinir el mundo com¨²n.
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