Por qu¨¦ la Iglesia no ser¨¢ la misma despu¨¦s de Francisco
Nunca un papa romano ha sido tan tajante en recordar que la Iglesia original era la de los pobres arrinconados en la cuneta de la historia
Al cumplirse diez a?os del pontificado de Francisco, la Iglesia ya no es, y probablemente no volver¨¢ a ser, lo que fue a lo largo de los siglos. De ah¨ª el miedo y la prisa de los cardenales para que el primer pont¨ªfice de Am¨¦rica Latina, el argentino Jorge Mario Bergoglio, se vaya lo m¨¢s r¨¢pidamente posible.
La insistencia de una lobby de cardenales conservadores, sobre todo europeos, para que Francisco, a sus 86 a?os, renuncie y se retire del mando de la Iglesia lo revela sin tapujos.
Para mejor entender lo revolucionario que est¨¢ siendo este pontificado ya no europeo sino de la periferia de la Iglesia, es necesario conocer desde dentro lo que la vieja iglesia, la de siempre, est¨¢ sufriendo con Francisco.
No se trata s¨®lo del hecho de que ha comenzado a desbaratar tab¨²es incrustados en la piel de la Iglesia tradicional, como los relativos al sexo y a la importancia dada a las mujeres en el cristianismo. Lo que infunde no miedo, sino pavor en los cardenales m¨¢s tradicionales es que el actual pont¨ªfice hizo la mayor y la m¨¢s temida de las reformas en los 2.000 a?os de historia de la Iglesia: el haber renunciado no s¨®lo al t¨ªtulo de ¡°papa¡± para volver a verse como, en los inicios de la Iglesia, el simple ¡°obispo¡± de Roma que fueron Pedro y sus primeros sucesores.
M¨¢s a¨²n, Francisco no s¨®lo ha renunciado al apelativo de Papa, que entra?aba un poder secular en la Iglesia, sino que ha sido hasta ahora coherente con su decisi¨®n de volver a los or¨ªgenes de la Iglesia, y no s¨®lo no se llama papa sino que decidi¨® en lo cotidiano vivir como un simple obispo de Roma, tras haberse despojado de todos los signos papales y renunciado a vivir enclaustrado en los lujosos palacios pontificios para contentarse con un sencillo cuarto de un hotel.
La gran revoluci¨®n de Francisco no ha sido poner de relieve que la Iglesia no s¨®lo debe tener preferencia por los pobres y desamparados del mundo. Eso no les molesta ni a los cardenales m¨¢s conservadores. Lo que s¨ª asusta de Francisco es que predica con su ejemplo que dicha Iglesia no s¨®lo debe ser de los m¨¢s pobres, sino que ella misma debe dar ejemplo de pobreza y desapego de todo tipo de privilegios para vivir austeramente.
Tanto preocupa a los cardenales y obispos que siguen viviendo en el lujo y colmados de privilegios, emulando a los ricos, que el s¨®lo hecho de que recientemente Francisco haya obligado a los cardenales de la Curia que viven en Roma a que paguen el alquiler de los palacios que est¨¢n usando, ha sido visto como revolucionario y hasta populista. No lo es, pues entra?a una fuerte revoluci¨®n interna a la que la Iglesia tradicional se resiste.
La Iglesia conservadora y de los privilegios desea que pasen las turbulencias provocadas por los diez a?os de pontificado de Francisco. Tiene prisa en que acabe este par¨¦ntesis de papado franciscano ¡°para volver a lo de siempre¡±, en expresi¨®n de un cardenal europeo.
Ello ha llevado a una campa?a oculta de los cardenales m¨¢s tradicionales a azuzar hasta a los periodistas para que le pregunten siempre si piensa renunciar por motivos de salud. No ven la hora de que salga de escena.
Francisco, que adem¨¢s de sentido del humor posee una gran simplicidad, ha sabido reaccionar sabiamente. Ha insistido en que ya ha dejado por escrito que, el d¨ªa en que su capacidad mental le impida cumplir con sus funciones, puede ser retirado del poder.
?Y ahora, ya que la Iglesia que sue?a con verlo salir del poder desea que se vaya cuanto antes? Francisco, socarr¨®n, acaba de responder que es verdad que sufre de fuertes dolores de una rodilla, algo que a veces le obliga a andar en silla de ruedas, pero que ¨¦l ¡°gobierna la Iglesia con la cabeza y el cerebro, no con la rodilla¡±. Y, con ese mismo humor que nunca lo abandona, a?adi¨®: ¡°La verdad es que a veces me da un poquito de verg¨¹enza presentarme en silla de ruedas¡±.
Puede parecer una ni?ez que un papa diga que tiene una cierta verg¨¹enza de aparecer en silla de ruedas. Es un sentimiento profundamente humano y que lo despoja de los ribetes de divinidad. Recuerdo cuando el intelectual Eugenio Montini, el papa Pablo VI, tuvo que ser operado. Para que nadie pudiera ver a un papa en un hospital ¨Dlo que podr¨ªa arrancarle su aureola de poderoso¨D, le montaron todo un quir¨®fano dentro del Vaticano. En toda la historia de la Iglesia un papa quiso aparecer como un ser humano m¨¢s, no divino, que s¨®lo por un cierto tiempo gobierna a la Iglesia universal.
Francisco es veces acusado tambi¨¦n por la parte m¨¢s progresista de la Iglesia de no haber tenido a¨²n el coraje de romper con algunos tab¨²es at¨¢vicos de la vieja Iglesia como los del sexo y el de la plena participaci¨®n de la mujer en el gobierno de la Iglesia. La verdad es que est¨¢ dejando ya abiertas las puertas, lo que no es poco, para que su sucesor, si es alguien con su apertura, concluya la revoluci¨®n por ¨¦l iniciada, que es sin duda la mayor que la Iglesia ha conocido.
Lo que da miedo tambi¨¦n de Francisco a los que no ven la hora de que acabe o renuncie es que por primera vez un jefe supremo de la Iglesia ha estado abiertamente en contra de todos los dictadores pol¨ªticos, al contrario que en el pasado, cuando Roma los colmaba de privilegios. ?Se acuerdan del dictador espa?ol, Francisco Franco, a quien el Vaticano hab¨ªa concedido privilegios que hoy hasta a los m¨¢s moderados causar¨ªan espanto?
Nunca un papa romano ha sido tan tajante en recordar que la Iglesia original era la de los pobres y dejados arrinconados en la cuneta de la historia y no la que va del brazo de poderosos y tiranos. Por eso Francisco ha insistido todos estos a?os de pontificado en que la Iglesia debe estar al lado de las v¨ªctimas del capitalismo sin alma.
Francisco ha insistido desde el inicio en que el mercado, el nuevo dios de hoy, que concentra la riqueza del mundo en manos de un pu?ado de personas, no es capaz por s¨ª s¨®lo, con su dogma neoliberal, de acabar con la pobreza y hasta con la miseria que aflige a millones de personas.
?Ser¨¢ un papa comunista como lo ven ciertos fieles conservadores, y hasta obispos y cardenales? No, por Dios. Es s¨®lo un papa que al dejar de serlo y de llamarse como tal y tras haber renunciado a todos los privilegios que le otorgaba el cargo, ha vuelto a resucitar la fuerza del cristianismo primitivo, donde los que profesaban fe en el crucificado profeta jud¨ªo Jes¨²s eran vistos como peligrosos porque anunciaban un nuevo reino de paz y de di¨¢logo entre todos los diferentes.
?Pura utop¨ªa? No, m¨¢s bien miedo de la vieja iglesia romana a que el nuevo y fr¨¢gil Sans¨®n pueda a¨²n sacudir las empolvadas estructuras de una cierta Iglesia que ya no comulga con el nuevo mundo que est¨¢ naciendo y que, quer¨¢moslo o no, es el nuestro. El papa Francisco lo sabe y hasta se r¨ªe. Y sigue llamando por tel¨¦fono, pura herej¨ªa hasta ayer, para hablar con gente com¨²n, para felicitarla o consolarla o simplemente para no olvidarse de que tambi¨¦n ¨¦l sigue siendo un humano y no un dios encarcelado en rejas de oro.
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