Perd¨®n, me resbal¨¦
La diferencia entre una met¨¢fora y la realidad es la misma que el hambre de sexo y el hambre a secas
Es sabido que hay una edad muy divertida en la infancia en la que los ni?os hablan de un modo a sus padres cuando est¨¢n solos, y ya otro cuando est¨¢n delante de sus amigos. Se trata del ni?o que a¨²n es y del adolescente que va a ser, cuyos problemas con su cuerpo se trataron en esta columna hace algunas semanas a prop¨®sito de un amigo m¨ªo, Luca Gistau, que ma?ana est¨¢ de cumplea?os. Pero esto no va por Luca, ya adolescente perdido, sino por mi hijo, que empieza a despojarse m¨¢s despacio de lo que deber¨ªa de la ni?ez cuando est¨¢ conmigo, y m¨¢s r¨¢pido de lo acostumbrado cuando est¨¢ con los dem¨¢s. La lucha que tiene consigo mismo es fascinante y me recuerda a una escena antol¨®gica del cine, aquella en la que Sergio Leone pone a un ni?o a crecer en ?rase una vez en Am¨¦rica. Seguro que no es la comparaci¨®n adecuada (por la ¨¦poca y, desde luego, por los ni?os) pero el arte, y esa pel¨ªcula es bell¨ªsimo arte, nunca es adecuado, por eso es arte.
En la cinta, Patsy, un chico de 13 a?os, se entera de que una vecina suya, tambi¨¦n menor, se prostituye a cambio de una charlotte russe, un pastelito de nata. As¨ª que el chico decide ahorrar y por fin se va a una tienda para comprar la charlotte y perder la virginidad. Con el pastel, se va al edificio en el que vive la chica. Sentado en las escaleras de ese barrio jud¨ªo y pobre de Nueva York de principios del siglo XX, delante de la puerta de la chica, Patsy mira el pastel y, tras pens¨¢rselo mucho, mete el dedo para saborear la nata. Un poco no pasa nada. Luego otro poco. Lo hemos hecho todos y es lo mismo con los pasteles, la olla de pasta y el sexo: un poco es imposible. Ya lo dej¨® dicho Mart¨ªn Caparr¨®s en su podcast ?am¨¦rica de Sonora: es mucho m¨¢s f¨¢cil la abstinencia que la moderaci¨®n. Patsy quita la guinda, vuelve a ponerla, la coge de nuevo, pensativo, y se la come. Descontrolado, agarra el pastel y se lo ventila a bocados. Cuando sale por fin la chica, le pregunta: ¡°Y t¨², ?qu¨¦ quer¨ªas?¡±. Y el ni?o, con la boca manchada de nata: ¡°Los otros chicos me dijeron que... Bueno, nada¡±.
Patsy quiere dejar de ser virgen y la chica le pide algo muy caro: dejar de ser ni?o a cambio de un pastel, que era todo lo que ansiaba un a?o antes. El hombre Patsy concede al ni?o Patsy las ¨²ltimas victorias: que pruebe un poco de nata. Pero basta probarla para que el ni?o le plante cara al hombre: la quiere toda. Es una escena gramsciana (lo nuevo no acaba de nacer, lo viejo no acaba de morir) que Leone resuelve con una lecci¨®n de vida: la diferencia entre una met¨¢fora y la realidad es la misma que el hambre de sexo y el hambre a secas.
Esa obra maestra contiene una escena que resume a¨²n m¨¢s dolorosamente las ganas del ni?o de ser ni?o cuando interfiere de golpe la vida adulta en su m¨¢s cruel ense?anza. Se trata de Dominic, un cr¨ªo de diez a?os al que disparan por la espalda mientras hu¨ªa tras una gamberrada. Todos los amigos hab¨ªan echado a correr, y cuando ¨¦l cae abatido, se disculpa con uno de ellos que lo mira asustado: ¡°Perd¨®n, me resbal¨¦¡±.
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