Sin tierra para poner los pies
Ocurre que cuando se han negado constantemente soluciones a un grave problema como el cambio clim¨¢tico, la acci¨®n directa no violenta se vuelve una obligaci¨®n moral, como dec¨ªa Martin Luther King
Cuando el pasado diciembre unas fuertes inundaciones me pillaron en el coche pens¨¦ que iba a morir. Ocurri¨® en la maltrecha nacional que une C¨¢ceres y Badajoz; llov¨ªa tanto que dejamos de distinguir la frontera entre el cielo y la tierra, pues la cascada procedente de las nubes se fusionaba con los r¨ªos reci¨¦n formados que ocultaban el alquitr¨¢n; por miedo a quedarnos atrapados, mi pareja, al volante, dio la vuelta y, s¨®lo despu¨¦s de atravesar una ¨²ltima balsa de agua que amenazaba con engullirnos, a¨²n taquic¨¢rdica pero ya a salvo, avis¨¦ a la polic¨ªa: ?cortad la pu?etera carretera! Minutos m¨¢s tarde, supe que el vigor de la corriente hab¨ªa arrastrado un tramo, provocando el gran socav¨®n que mantendr¨ªa a las dos capitales de provincia incomunicadas durante meses.
La an¨¦cdota podr¨ªa haber sucedido en California, recientemente anegada; m¨¢s grave fue la tragedia de Pakist¨¢n, donde fenecieron aproximadamente 1.700 personas por la misma causa. Antes le toc¨® a Canad¨¢, a Alemania, ya que, como argumentaba el fil¨®sofo Bruno Latour: ¡°La nueva universalidad consiste en sentir que el suelo se est¨¢ desintegrando¡±. El fen¨®meno engendra una angustia tan ubicua que ya no es s¨®lo propia de los pueblos colonizados, hist¨®ricamente saqueados y privados de territorio, sino tambi¨¦n de los ¡°modernizadores¡±, aquellos que in¨²tilmente confiaron en las propiedades soteriol¨®gicas de ese invento llamado ¡°progreso¡±. Lo poscolonial, dice Latour, adquiere as¨ª un sentido imprevisto marcado por unos pies incapaces de pisar terreno firme en distintos puntos del mapa y, como en el peor sue?o de Freud, la superficie que nos sosten¨ªa se desvanece.
Ocurre que la filosof¨ªa, la ciencia, a menudo desde sus torres de marfil, se han encargado de contar esta pesadilla durante las mismas d¨¦cadas que la inacci¨®n gubernamental se ha nutrido de campa?as de desinformaci¨®n, ilusionismo untado de desarrollo sostenible y dem¨¢s piruetas neoliberales, mientras abajo se aniquilaba la vida en forma de ra¨ªz, de microorganismos o de hogar. Ocurre que, cuando una comunidad se ha negado constantemente a negociar soluciones a un problema grave, escrib¨ªa Martin Luther King Jr. desde la c¨¢rcel, la acci¨®n directa no violenta se torna una obligaci¨®n moral. Aqu¨ª, entre la imposibilidad de aterrizar porque no existe suelo seguro y la conciencia que impulsa la desobediencia civil ante leyes que se reconocen como injustas ¡ªlas que permiten seguir perpetuando una sociedad fosilista¡ª es donde deben situarse las vistas judiciales de los acad¨¦micos y activistas clim¨¢ticos que est¨¢n teniendo lugar estos d¨ªas. Quince de ellos, vinculados al colectivo Rebeli¨®n Cient¨ªfica, se enfrentan a posibles penas de prisi¨®n por la protesta que llevaron a cabo el pasado 6 de abril de 2022 en las escalinatas del Congreso, donde arrojaron un l¨ªquido rojo, biodegradable, que simulaba sangre para alertar sobre las consecuencias de continuar la senda destructiva tantas veces examinada por el IPCC, esto es, el panel intergubernamental de expertos contra el cambio clim¨¢tico de la ONU.
El a?o pasado, s¨®lo en Espa?a fallecieron 4.700 personas como consecuencia del calor excesivo, el doble que lo registrado por el r¨¦cord anterior, seg¨²n el Instituto de Salud Carlos III. Miles m¨¢s lo hicieron debido a la contaminaci¨®n y, aun siendo estas muertes pol¨ªticas, por prematuras y evitables, la responsabilidad se diluye en una amalgama institucional inasible y nadie ir¨¢ a juicio por ello. Que se considere motivo de posible privaci¨®n de libertad una manifestaci¨®n pac¨ªfica, es m¨¢s, que el grupo al que est¨¢n asociados sus protagonistas ¡ªla mayor¨ªa cient¨ªficos¡ª lo recoja el ¨²ltimo informe de la Fiscal¨ªa bajo la categor¨ªa de ¡°terrorismo internacional¡±, a sabiendas de que su mensaje viene avalado por a?os de investigaci¨®n, es una injusticia que ninguna sociedad democr¨¢tica se puede permitir. La misma ciencia que goza de credibilidad un¨¢nime en los laboratorios, las cumbres y acuerdos internacionales como el de Par¨ªs, firmado por Espa?a; esa ciencia que se enarbol¨® para poner en marcha campa?as tan exitosas como la de vacunaci¨®n contra la covid, es ahora ninguneada a partir de la disociaci¨®n entre los mandatos que prescribe ¡ªreducir los gases de efecto invernadero a la mitad en una d¨¦cada¡ª y la prolongaci¨®n del da?ino statu quo. A quienes se atreven a desvendar la incoherencia, el delirio, en el espacio p¨²blico mediante las pocas herramientas que van quedando tras el agotamiento de la comunicaci¨®n en informes, estudios, se persigue criminalizarlos frente a la impunidad que gozan los mayores culpables.
En este contexto, se suele omitir el hecho de que quienes roc¨ªan el Congreso con simb¨®lica sangre, o quienes se pegan a los cuadros de alg¨²n museo, preferir¨ªan no hacerlo, pero se ven impelidos por un compromiso ¨¦tico m¨¢s grande que su individualidad, m¨¢s apremiante y poderoso que el miedo a acabar entre rejas, como Martin Luther King. Antes de que la tierra se desmorone tanto que ni cimientos hallemos desde donde reconstruir una vida vivible para todos, la justicia debe reorientar el rumbo si quiere seguir haciendo honor a su nombre.
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