Un plan simple
Ah¨ª est¨¢bamos. Dos desconocidos girando sobre un trozo de roca y fuego sin m¨¢s objetivo que el de respirar un rato o existir mejor
El s¨¢bado fuimos con N. a comprar vinos hasta una bodega cerca de Palafrugell, Costa Brava. Quer¨ªamos una cepa a la que, durante la cena del viernes en la casa en donde vivimos y trabajamos, le hice mucha propaganda: cabernet franc. Cuando llegamos estaba cerrada. Abr¨ªan a las cuatro. Para pasar el tiempo fuimos a una librer¨ªa, pero no abr¨ªan hasta las cinco. As¨ª que buscamos un bar. Entramos. N. es joven, quiere cosas y a veces, como a todos, le cuesta lograrlas. Hablamos. Yo, m¨¢s bien, hice preguntas. Fue como entrar en un bosque cerrado entendiendo por d¨®nde era el camino, c¨®mo hab¨ªa que hacer para llegar a ¨¦l. Al rato, cuando nos fuimos, algo hab¨ªa quedado en esa mesa, una carga que uno de nosotros hab¨ªa llevado durante demasiado tiempo. Ya en la calle, N. me pas¨® una mano sobre el hombro y dijo: ¡°Oye: gracias¡±. El cielo brillaba como una perla blanca. Buscamos el auto, fuimos a la bodega, compramos. Al terminar, N. pregunt¨®: ¡°?Quieres ir a ver libros?¡±. Yo pregunt¨¦: ¡°?Y vos?¡±. N. dijo: ¡°Yo siempre quiero ir a ver libros¡±. Regresamos a la librer¨ªa con el entusiasmo de dos cr¨ªos que se disponen a jugar. Husmeamos ¡ª¡±?Le¨ªste esto, y esto otro?¡±¡ª, nos regalamos libros mutuamente. Volvimos a la casa, bajamos los paquetes. Cenamos temprano, con la alegr¨ªa cansada de los cosecheros. Si hubiera habido sol, lo hubiera opacado nuestro resplandor. Al terminar, salimos al jard¨ªn. El mar sonaba cerca, no hab¨ªa viento. Todo parec¨ªa liviano. No hab¨ªa ninguna pena que adorar. Y ah¨ª est¨¢bamos. Dos desconocidos girando sobre un trozo de roca y fuego sin m¨¢s objetivo que el de respirar un rato o existir mejor, dilapidando el tiempo sin intensidad. A las once dije: ¡°A dormir, que ma?ana se trabaja¡±. Se march¨® a su casa en el otro extremo del camino de entrada, yo a mi cuarto. Podr¨ªa parecer que no, pero fue un d¨ªa excepcional.
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