Bailar en la cubierta de un barco negrero
El infierno de la esclavitud sigue navegando ¡°por los m¨¢rgenes de la conciencia moderna¡± de Occidente, como observa el historiador Markus Rediker que lo ha estudiado a fondo
Antes de iniciar la larga traves¨ªa que los llevaba desde ?frica hasta Am¨¦rica a los esclavos los encerraban bajo cubierta para que no observaran las maniobras de los marineros, no fueran a aprender el arte de navegar. Los compartimentos estaban ¡°tan atestados que casi no hab¨ªa espacio para darse la vuelta¡±. Las cadenas que llevaban para evitar cualquier tentaci¨®n de fuga les dejaban en carne viva mu?ecas, cuellos y tobillos. Todo estaba empapado de un calor sofocante, no hab¨ªa casi ventilaci¨®n. El hedor era insoportable y cada vez resultaba m¨¢s repugnante conforme aumentaban el sudor, los v¨®mitos, la sangre, las tinas llenas de excrementos.
Poco despu¨¦s empezaban las rutinas propias de un barco negrero. A los esclavos los obligaban a subir a cubierta un par de veces al d¨ªa para que bailaran. Era imprescindible que mantuvieran una buena condici¨®n f¨ªsica, conven¨ªa que los cuerpos lucieran musculosos en el momento de la venta y de nada les iba a servir a los comerciantes que llegaran a los puertos de Am¨¦rica escu¨¢lidos y debiluchos. As¨ª que sonaban los instrumentos y las percusiones y empezaba la danza, siempre bajo la mirada atenta de los marineros, no fuera a pasar nada: una disputa, una pelea, una rebeli¨®n. No resulta f¨¢cil imaginar lo que les ocurr¨ªa por dentro a cada uno de aquellos esclavos mientras se mov¨ªan siguiendo unos ritmos que seguramente les resultaban familiares y les remit¨ªan a las fiestas de sus aldeas. En Barco de esclavos (Capit¨¢n Swing), donde Markus Rediker analiza la trata a trav¨¦s del Atl¨¢ntico, el historiador estadounidense no les dedica a esos bailes mucho espacio. Aparecen como una parte m¨¢s de aquel infierno de humillaciones, palizas, torturas, enfermedades, muertes. Desde finales del siglo XV hasta casi terminar el XIX, durante 400 a?os, ¡°12,4 millones de individuos fueron transportados en barcos de esclavos y desembarcados en cientos de puntos distribuidos a lo largo de miles de kil¨®metros al otro lado del Atl¨¢ntico¡±, escribe. Murieron en la traves¨ªa 1,8 millones de ellos, y tiraron sus cuerpos al mar, para que se los comieran los tiburones. Los 10,6 millones de supervivientes ¡°fueron lanzados a las fauces ensangrentadas de un mort¨ªfero sistema de plantaci¨®n¡±, al que tambi¨¦n se enfrentaron ¡°de todas las formas imaginables¡±.
Esas cifras de v¨¦rtigo no explican gran cosa de lo que fue aquello y, por eso, el libro de Rediker es importante y necesario, porque cuenta las experiencias concretas que vivieron algunos hombres y mujeres durante esa larga pesadilla. Barco de esclavos describe las relaciones entre el capit¨¢n y su tripulaci¨®n, entre los marineros y los esclavos y entre estos entre s¨ª, y las batallas de los abolicionistas. El cuadro completo de una historia de crueldad y horror. Muchos esclavos padec¨ªan una ¡°hosca melancol¨ªa¡±, otros se suicidaban, algunos consegu¨ªan rebelarse. Su historia, dice Rediker, ¡°navega por los m¨¢rgenes de la conciencia moderna¡±. No deber¨ªa olvidarse nunca.
?C¨®mo pudo tolerarse durante tanto tiempo esa infamia? Tal vez porque, en la metr¨®poli, aquello no fue nunca nada m¨¢s que una remota abstracci¨®n de lo que solo se sab¨ªa por los libros de contabilidad, los anuarios, balances, gr¨¢ficos y tablas de c¨¢lculo. Occidente tiene esa rara habilidad parar tomar distancias y borrar con los n¨²meros cualquier abyecci¨®n. Y, claro est¨¢, con los beneficios.
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