La buena conciencia de Europa
Los avances en la lucha contra las brutalidades de los imperios muchas veces se han diluido por la capacidad de estos de reinventarse para seguir benefici¨¢ndose de sus colonias
Los imperios siguen estando ah¨ª, y eso que ha habido por doquier movimientos dispuestos a combatirlos, para acabar con ellos o para frenar sus excesos m¨¢s lacerantes. Hay un momento en que procuran vestirse con ropajes amables para proceder por la puerta de atr¨¢s a realizar sus habituales rapi?as. Es lo que est¨¢ haciendo China en ?frica. El pasado domingo este peri¨®dico informaba sobre las v¨ªas de penetraci¨®n de Pek¨ªn en este continente y arrancaba mostrando c¨®mo su plan los lleva incluso hasta un remoto poblado del este de Kenia donde han instalado una antena parab¨®lica para ir cumpliendo con el objetivo de llegar a 10.000 aldeas. Despliegan periodistas, utilizan los idiomas de distintas ¨¢reas ¡ªsuajili, yoruba, hausa, zul¨²¡ª, colaboran con los medios locales, forman a sus profesionales y, vaya, les cuentan las noticias desde su propia perspectiva e intereses, y los atiborran con telenovelas para venderles su visi¨®n del mundo.
Nada nuevo bajo el sol. Josep M. Fradera dedic¨® hace unos a?os las m¨¢s de 1.300 p¨¢ginas de La naci¨®n imperial (1750-1918) a investigar c¨®mo funcion¨® la empresa colonizadora durante ese periodo en distintos lugares del mundo, y este martes present¨® en Madrid Antes del antiimperialismo, el trabajo con el que gan¨® el Premio Anagrama de Ensayo y en el que estudia algunas de las respuestas que se ensayaron entre 1780 y 1918 para criticar los excesos de los europeos y resistir sus peores desmanes. La esclavitud fue el mayor de ellos y empez¨® por abolirse en Gran Breta?a en 1883 y en Francia en 1848. En otros pa¨ªses se hizo hasta m¨¢s tarde, pero aquel abominable negocio termin¨® al fin por erradicarse.
Cont¨® Fradera que, al hilo de sus investigaciones sobre el imperio, no dej¨® de preguntarse qui¨¦nes eran los buenos y qui¨¦nes eran los malos en esa intrincada red de ambig¨¹edades, contradicciones, violencias e intereses econ¨®micos. Y respondi¨®: ¡°No lo s¨¦¡±. En cuanto se profundiza, cada fen¨®meno empieza a mostrar sus aristas y revela sus inquietantes complejidades. La esclavitud se aboli¨®, pero no mejoraron un ¨¢pice las condiciones de trabajo de quienes produc¨ªan az¨²car bajo el sol inmisericorde de las Antillas (pongamos por caso).
Fue una secta protestante, la de los cu¨¢queros, la que en la d¨¦cada de 1740 inici¨® la batalla contra la esclavitud en Pensilvania y en las 13 colonias brit¨¢nicas de Am¨¦rica del Norte, y fueron m¨¢s tarde grupos cat¨®licos y evang¨¦licos los que se mantuvieron con frecuencia del lado de los colonizados frente a la ferocidad de los imperios. Sus creencias pod¨ªan estar re?idas con el progreso cient¨ªfico, pero se volcaron a la hora de librar esa batalla.
A sus 20 a?os, a Darwin le sulfuraba la sinton¨ªa con el esclavismo que ten¨ªa el capit¨¢n del Beagle. Poco despu¨¦s, sin embargo, se sorprendi¨® de la distancia que hab¨ªa entre los europeos y los habitantes de Tierra de Fuego y Australia, y termin¨® alimentando con sus ideas a quienes defend¨ªan una jerarqu¨ªa natural basada en la capacidad de actuar sobre el medio. Darwin argument¨® sobre la unidad de la especie humana, pero lo que qued¨® claro fue que los civilizados eran m¨¢s fuertes que los b¨¢rbaros.
Los chinos tendr¨¢n su relato para colocarse bien entre los africanos. Los occidentales, dice Fradera, nos movemos entre la decepci¨®n por los reiterados fracasos en los retos humanitarios, y la culpa por un pasado cargado de expolios y de violencia.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.