Una ventanilla para el dolor
Frente a la indiferencia general, muchas v¨ªctimas de abusos se han sentido reconfortadas por el mero hecho de ser escuchadas
Uno de los ejercicios period¨ªsticos m¨¢s ejemplares de los ¨²ltimos a?os es el que ha dedicado este diario a la revelaci¨®n y seguimiento de algunos de los miles de casos de pederastia relacionadas con instituciones eclesi¨¢sticas y personajes con autoridad y relevancia. Frente a la indiferencia general, muchas v¨ªctimas se han sentido reconfortadas por el mero hecho de ser escuchadas. La justicia reparadora va a ser, me temo, inalcanzable, pero queda el consuelo de la verdad aflorada. Frente a quienes han hecho su bandera de ese acomodaticio y siempre perverso mantra de que es mejor no remover las heridas del pasado, hay algo que rebosa m¨¢s all¨¢ de los intentos de que todo permanezca en silencio en la olla podrida. Seguramente es la rabia o la pena o, a lo mejor, un rayo tenue de dignidad. Recientemente quisimos poner en marcha un proyecto audiovisual que contaba los abusos en una instituci¨®n escolar de Barcelona, amparados por la direcci¨®n colegial y hasta incluso silenciados por la asociaci¨®n de padres. Las v¨ªctimas y sus familiares lograron investigar, encontrar a los culpables y llevarlos a juicio. Pero en cada estamento decisivo para arrancar el proyecto, al igual que les sucedi¨® a las familias durante el proceso, encuentras la misma respuesta: mejor no remover, esto no interesa a nadie, lo sentimos pero no, al p¨²blico no le va a gustar.
La certeza es bastante s¨®lida. Por m¨¢s que los casos de pederastia conmueven y escandalizan, cuando afectan a instituciones s¨®lidas y bien amparadas en la sociedad provocan una mezcla de sensaciones. La principal es la de autoprotecci¨®n. Los poderes se asocian para lograr el silencio, la inmovilidad y el ocultamiento. ?A qu¨¦ se debe? Muy sencillo, a que existe una sutil imbricaci¨®n de todos con el n¨²cleo escolar o eclesial de ra¨ªz. Una lealtad mal entendida, al estilo mafioso. En las ¨²ltimas semanas, hemos tenido acceso al diario de un jesuita espa?ol en Bolivia que describ¨ªa sus emociones frente a los abusos que comet¨ªa. Por un lado, la percepci¨®n del pecado. Por otro, la culpa. Pero por encima de todo, la angustia por no ser descubierto, el apoyo de los superiores en el encubrimiento y la mezquina coartada de la protecci¨®n corporativa. As¨ª hasta fallecer con honores y en la normalidad absoluta, cuando no ejemplar. El cuento real quedaba callado, la herida oculta, lo podrido a resguardo.
He conocido amigos que sufrieron abusos y violaciones en el entorno escolar, deportivo, familiar. Algunos han llegado a telefonear a sus agresores, preguntarles directamente si eran conscientes del da?o que causaban. Otros incluso han reflejado en novelas o pel¨ªculas sus violaciones hasta darles una p¨¢tina de ficci¨®n. En la mayor¨ªa de los casos incluso han tratado de restarle gravedad o trascendencia por su propia supervivencia. Cada uno ha lidiado con episodios ¨ªntimos de la manera que consideran adecuada. Pero la sociedad en conjunto a¨²n no ha sabido qu¨¦ hacer con todo este material. ?Es una causa general o una an¨¦cdota repetida mil veces? ?Es un exceso puntual o un s¨ªntoma?
Pero m¨¢s all¨¢ de la respuesta, las autoridades correspondientes han sido taca?as, escapistas y malintencionadas en cada uno de sus movimientos de asunci¨®n de responsabilidad. Ah¨ª sigue la cicatriz supurando. Felicitaciones al departamento de este peri¨®dico por mantener la ventanilla abierta.
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