Triunfar a costa de destruir
Esta estrategia de acabamiento del adversario en la que todo vale, tanto la mentira como la siembra de la sospecha, no sale del todo gratis a quien se acoge a ella
Los dichos, paradojas, refranes suelen definir lo m¨¢s mezquino del ser humano. Cuando me siento optimista los detesto porque pienso que nacieron de una mente cruel, cuando estoy pesimista me deprimen porque percibo que nos sientan como un guante. Hay uno en ingl¨¦s que en justicia deber¨ªa haberse inventado en Espa?a, por lo rigurosamente que enmarca un comportamiento pol¨ªtico machac¨®n: cutting off one¡¯s nose to spite one¡¯s face, reza a modo de advertencia. Cortarte la nariz para da?arte la cara. Aunque no nos falta nuestra versi¨®n espa?ola, que en este caso ser¨ªa, tirar piedras contra tu propio tejado. La cuesti¨®n es que en la pol¨ªtica espa?ola hay casi un nulo sentido de las proporciones, de tal forma que cualquier resbal¨®n del adversario se considera una oportunidad golosa para hacer sangre. Lo que ocurre con esos ataques hiperb¨®licos al partido de en frente es que en ocasiones no da?an solo al enemigo, por nombrarlo as¨ª, sino que acaban por ser devastadores para la convivencia y promueven la desconfianza de los ciudadanos hacia el sistema pol¨ªtico que los ampara. Estas elecciones han estado repletas de ejemplos que ilustran el viejo dicho, desde el uso insensible y demag¨®gico de las v¨ªctimas del terrorismo para cargar contra el Gobierno, hasta la utilizaci¨®n de los casos de compra de votos en algunos municipios con el objetivo de sembrar la sospecha de que la mano negra de la ilegalidad infecta cualquier acto del contrincante. No importa que el sistema de detecci¨®n de irregularidades en el proceso electoral funcione bastante bien, ni que en estas elecciones y en anteriores se haya apartado y detenido al delincuente. Da igual que se retire de inmediato del frutero la manzana podrida; el dichoso asunto ser¨¢ paladeado en los m¨ªtines con tono airado y patriotero para que la multitud, ya de hecho enardecida y entregada a la causa, vea reforzada su idea de que hay una parte de la poblaci¨®n, la mitad en concreto, a la que no hay que dejar gobernar para que no hunda Espa?a.
Pero esta estrategia de acabamiento del adversario en la que todo vale, tanto la mentira como la siembra de la sospecha, no sale del todo gratis a quien se acoge a ella. Y ah¨ª est¨¢ la consecuencia latiendo siempre: los ciudadanos espa?oles tenemos un juicio sobre nuestro pa¨ªs pesimista y distorsionado. Tendemos a creer, antes de que lo se?ale The Economist, que no somos una democracia plena, pero en vez de atribuir nuestras carencias a cuestiones esenciales y concretas, como la politizaci¨®n del sistema judicial, por ejemplo, nos dejamos arrastrar por el convencimiento de que las elecciones no se ejercen con limpieza, y por tanto necesitamos a alguien de fiar, de los de siempre, para poner orden en el caos. Sembrada queda la idea de desastre, de ineficacia, de democracia fallida, de personas que no defienden la naci¨®n, que se dejan querer por delincuentes para mantenerse en el poder. Este abono con el que se cultiva un amor a la patria equivocado y excluyente, que campa hoy a sus anchas por el mundo, tiene su peligrosa base ideol¨®gica en la desconfianza a las democracias.
Recuerdo un cuento viejo, de los narrados a la luz de la lumbre, que me dejaba triste y pensativa. Trata de un matrimonio al que se le aparece un genio que promete concederles tres deseos. La pareja comienza a discutir y al calor de los insultos va gastando los deseos en venganzas miserables: ¨¦l desea que la nariz de ella se convierta en una morcilla, ella lo deja con la sart¨¦n pegada a la cabeza. Al final, castigados por su propia codicia, han de pedirle al genio como ¨²ltimo deseo que los deje como estaban. Mi mente infantil no pod¨ªa entender esa incapacidad para ponerse de acuerdo. As¨ª nos deja la campa?a, con la sensaci¨®n de que, desperdiciado tanto tiempo desprestigiando al adversario, se ha evitado la molestia de seducir a trav¨¦s de las propuestas pol¨ªticas. Pero ese af¨¢n destructivo nos da?a a todos.
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