Polaridades, el mundo en blanco y negro
Los ciudadanos, de cualquier ideolog¨ªa, merecen un discurso que recorra el amplio espectro de complejidad y diversidad de la sociedad, y que, en medio de todo eso, les hable m¨¢s de sus vidas
Existe un universal ling¨¹¨ªstico seg¨²n el cual todas las lenguas lexicalizan al menos dos t¨¦rminos para color, traducibles (con matices) como ¡°blanco¡± y ¡°negro¡±, es decir, claro y oscuro. Esa estructura m¨ªnima de dos polos supone la representaci¨®n enormemente reduccionista de una realidad, la crom¨¢tica, en la que los seres humanos estamos capacitados para percibir millones de matices. Obviamente, que solo existan dos t¨¦rminos de color no impide a esas lenguas transmitir diferencias cuando sus hablantes lo necesitan, pero para hacerlo no cuentan con palabras espec¨ªficas y recurren a otras t¨¦cnicas ling¨¹¨ªsticas. En cualquier caso, las lenguas con solo dos t¨¦rminos de color, como el bassa de Liberia, ejemplifican bien c¨®mo una realidad enormemente rica y compleja puede simplificarse al m¨¢ximo en su representaci¨®n verbal.
El discurso p¨²blico actual, el que proporciona escenario a nuestros procesos electorales, ilustra otro tipo de reduccionismo que ya no es l¨¦xico sino discursivo. Los m¨²ltiples factores sociales, tecnol¨®gicos y culturales que alientan ese proceso esquematizador populista son bien conocidos. La digitalizaci¨®n, el individualismo, la gran concentraci¨®n empresarial del sistema de medios, la desinformaci¨®n creciente o la celeridad general de nuestras vidas son algunos de los fen¨®menos que facilitan esta tendencia a lo simplificado y, en suma, a la polarizaci¨®n; proceso, por cierto, en el que tampoco se debe olvidar el papel de los modelos educativos neoliberales, enormemente importantes para desintegrar la conciencia c¨ªvica y la ciudadan¨ªa cr¨ªtica. Con ese contexto, en las ¨²ltimas d¨¦cadas nos hemos acostumbrado a aceptar que la esfera p¨²blica est¨¢ polarizada.
A partir de los ¨¢mbitos ideol¨®gicos manejados por la politolog¨ªa o la filosof¨ªa, situados normalmente entre progresismo y conservadurismo, socialdemocracia y liberalismo (obviamos aqu¨ª los avatares del lexema ¡°liberal¡±), cabr¨ªa pensar que estos sean los mismos polos que articulan el eje discursivo pol¨ªtico, de manera que cada uno tenga una manifestaci¨®n discursiva propia. Pero al observar ambos modelos (¡±izquierdas¡± y ¡°derechas¡±, por utilizar otra simplificaci¨®n l¨¦xica) se dir¨ªa que su ret¨®rica es diferente, quiz¨¢s porque no mantienen una relaci¨®n sim¨¦trica. As¨ª lo indicaba Albert Hirschman al inicio de Ret¨®ricas de la intransigencia (1991), donde se?alaba una desventaja intr¨ªnseca en el pensamiento conservador debida a la visi¨®n generalizada del progreso como algo positivo. Por decirlo brev¨ªsimamente, la era moderna asume que la historia es inevitablemente progresista y, por lo tanto, considera que las objeciones conservadoras a la acci¨®n de los autodeclarados progresistas son, por naturaleza, no simplemente reactivas, sino reaccionarias. Esta asimetr¨ªa se da entre evoluci¨®n e involuci¨®n, pero tambi¨¦n entre afirmaci¨®n y negaci¨®n: puesto que solo puede negarse una afirmaci¨®n previa, la negaci¨®n es siempre reactiva. Ingrato papel, pues, el de los conservadores.
Ante esta desventaja, segu¨ªa Hirschman, las tres grandes olas reaccionarias de los siglos XIX y XX (contra la Revoluci¨®n francesa, contra el sufragio universal, contra el Estado de bienestar) habr¨ªan desarrollado tres estrategias ret¨®ricas para trasladar su oposici¨®n a las propuestas progresistas: los argumentos de perversidad (la ley o las medidas con las que se pretende solucionar cierto problema solo conseguir¨¢n agravarlo), de futilidad (ser¨¢n inoperantes y no lograr¨¢n los objetivos), y de riesgo (suponen un precio demasiado alto). Estos esquemas textuales permiten enmascarar la oposici¨®n a unas medidas o a unas pol¨ªticas, mientras aparentemente, en un alarde de concesi¨®n ciceroniana (¡±s¨ª, pero¡¡±), se defiende lo contrario; no en vano los discursos conservadores se apropiaron en los noventa de la terminolog¨ªa progresista: ?c¨®mo explicitar que no se defiende la igualdad, la justicia, el Estado de derecho o la libertad?
Hirschman, hay que decirlo, es cuidadoso en se?alar que el discurso progresista tiene tambi¨¦n su manera de recurrir a estas estrategias, aunque con otros matices ret¨®ricos. En cualquier caso, se dir¨ªa que para 2023 su an¨¢lisis de grandes t¨®picos argumentativos en el discurso conservador ya no es v¨¢lido. El tipo de sutilezas que describe no ha estado presente en la campa?a, tal vez porque nuestra sociedad ¡ªesa que, en un formidable arrebato negacionista, Margaret Thatcher afirm¨® que ¡°no existe¡±¡ª es incapaz de gestionarlas.
Gran parte del discurso pol¨ªtico actual ha sido fagocitado por historias en clave personalista y temas casi anecd¨®ticos, mientras el ecosistema comunicativo, especialmente en televisi¨®n y redes, facilita el protagonismo de discursos simples, m¨¢s aptos para el manique¨ªsmo moralista que para el debate democr¨¢tico. Estos discursos enfatizan una polaridad axiol¨®gica, de buenos y malos, que permite caracterizarlos como ¡°ret¨®ricas negativas¡±. Derogar, anular, suspender, revocar, abolir son sus promesas electorales preferidas. Por supuesto, se trata de acciones inherentes al rol de oposici¨®n, pero no van acompa?adas de propuestas alternativas, de discurso en positivo. Se vio en la moci¨®n de censura, presentando un posible candidato sin programa; lo hemos visto en la reciente campa?a basada en acusaciones. La intransigencia, resumida en el dicho espa?ol ¡°de entrada, no¡±, es su posici¨®n enunciativa m¨¢s caracter¨ªstica.
Las ret¨®ricas negativas de los populismos ¡ªconservadores o no¡ª no se entretienen en dar empaquetado argumentativo a sus tesis, sino que apuntan directamente a las presuntas consecuencias (catastr¨®ficas, huelga decirlo) de las pol¨ªticas ajenas: te ocupar¨¢n el apartamento, implantar¨¢n una dictadura, excarcelar¨¢n terroristas, no habr¨¢ pisos de alquiler, Europa retirar¨¢ sus fondos¡ te quitar¨¢n las chuches. La acci¨®n pol¨ªtica prometida no se refiere a la sociedad o sus valores, al bien com¨²n, sino al oponente pol¨ªtico; hablan (vehementemente) de lo que deshar¨¢n m¨¢s que de lo que har¨¢n; el personalismo condensa la ideolog¨ªa (¡±sanchismo¡±); el mensaje focaliza filias y fobias, banaliza el dolor; en su forma extrema, muestra una desinhibici¨®n que ya no se azora por reivindicar la injusticia o el fin del Estado de derecho. Es, en definitiva, un discurso que se mueve entre el s¨ª y el no, siendo casi irrelevante aquello que se afirma o se niega. El resto es hojarasca discursiva que rellena turnos de habla y que tanto medios como ciudadanos amplifican mejor ¡ªsobre todo en redes y mensajer¨ªa¡ª cuanto m¨¢s exc¨¦ntricos y pasionales resultan. Este discurso, por lo dem¨¢s, no act¨²a en el vac¨ªo ni es exclusivo de la clase pol¨ªtica; conecta y moviliza a un tipo espec¨ªfico de ciudadano destinatario que tiene ese mismo concepto de la polis y la res publica. La cuesti¨®n es c¨®mo debe hablar quien pretende interpelar y movilizar a los otros ciudadanos, muchos de ellos claramente refractarios a la simplificaci¨®n, sabiendo que su discurso apenas tendr¨¢ eco en esa esfera discursiva en blanco y negro.
Dec¨ªa al comienzo que existe un universal ling¨¹¨ªstico seg¨²n el cual todas las lenguas tienen al menos dos t¨¦rminos para color, traducibles como ¡°blanco¡± y ¡°negro¡±. Pero es importante saber que la distancia entre ambos no solo incluye todos los matices del gris, sino tambi¨¦n toda la escala crom¨¢tica. De hecho, un segundo universal afirma que, si las lenguas tienen un tercer t¨¦rmino de color, este es el ¡°rojo¡±, o sea, el color(e)ado. Y algo parecido ocurre con la realidad del discurso pol¨ªtico: sus temas, sus argumentos, sus conceptos y sus tonos exigen un discurso amplio y elaborado que no puede reducirse al eje lineal y egoc¨¦ntrico construido entre ¡°nosotros, los buenos¡± y ¡°ellos, los malos¡±, entre blanco y negro. Los ciudadanos, de cualquier ideolog¨ªa, merecen un discurso que recorra el amplio espectro de complejidad y diversidad de la sociedad, y que, en medio de todo eso, les hable m¨¢s de sus vidas.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.