Aguafiestas
La m¨¢s cruel de las trampas consiste en pretender que procesar datos en un contexto objetivo decide nuestro voto, descuidando el impacto que tiene en este la comunidad social que construimos d¨ªa a d¨ªa
Los de la Espa?a ¡®grande, ¨²nica, sola¡¯ o como se diga (?una, grande, libre!) asesinaron a la que conoc¨ª y ¡ªcomo en cualquier pel¨ªcula¡ª la reemplazaron por un doble¡±. Con semejante pasmo retrataba el escritor republicano Max Aub el viaje que lo hab¨ªa tra¨ªdo de vuelta a la Espa?a gris de Franco en 1969. Ciertas reacciones al resultado de las recientes elecciones municipales y auton¨®micas en nuestro pa¨ªs recuerdan la indignaci¨®n que Aub sinti¨® hacia una sociedad que parec¨ªa haber cambiado de piel en el giro de unas cuantas d¨¦cadas. Un cambio de ciclo pol¨ªtico precisamente cuando la agenda social acumulaba avances ins¨®litos tras una estragadora pandemia y complejos acuerdos entre sindicatos y la patronal.
Ante la paradoja han proliferado las denuncias de inconsistencia l¨®gica, cuando no de irresponsabilidad o incluso felon¨ªa de los votantes que han castigado a los partidos de la izquierda para dar su apoyo al PP o normalizar opciones de extrema derecha. Pero la m¨¢s cruel de las trampas consiste en pretender que procesar datos en un contexto objetivo decide nuestro voto, descuidando el impacto que tiene en este la comunidad social que construimos d¨ªa a d¨ªa. Se presupone as¨ª que los argumentos son los ¨²nicos factores que nos motivan, accionan y conmueven, como si una tupida red de usos, gestos y pr¨¢cticas neoliberales no llevasen demasiado tiempo acu?ando nuestros marcos mentales. Ahora bien, la mayor lucidez conceptual queda inerme ante la coacci¨®n muda ejercida por la dependencia emocional en que nos encontramos con respecto al r¨¦gimen est¨¦tico y discursivo de la racionalidad especuladora.
Esta impotencia del concepto lanza la carga de la prueba sobre quienes pretenden explicar la adhesi¨®n pol¨ªtica ¨²nicamente desde la lectura de programas, el impacto del marketing publicitario o el dise?o de la propaganda, como si encarn¨¢ramos un sujeto cartesiano solo sensible al orden categorial. Dos elementos ofrecen a mi entender claves importantes del llamado cambio de ciclo. Uno de ellos remite a la multiplicaci¨®n actual de sujetos que se ubican de manera contradictoria en las relaciones de clase, se?alada con todo acierto por Olin Wright, cuyo sufrimiento social se drena mediante la idealizaci¨®n perversa de aquellos que parecen haberse salvado del abismo.
Una secuencia conductual habitual en estos casos toma como referente a los ¡°elegidos¡± por el m¨¦rito o la suerte ¡ªen el sistema vienen a ser lo mismo¡ª y sue?a con participar de sus privilegios y expectativas, con ayuda de un pensamiento m¨¢gico que prescinde enteramente de toda l¨®gica pol¨ªtica. Cuando los mecanismos del Estado interpelan especialmente a este sector poblacional, generalmente el menos guarnecido por patrimonio y renta, se produce el efecto clase media que Emmanuel Rodr¨ªguez ha identificado como un dispositivo profundamente corrosivo para la sociedad espa?ola. Sus pilares se remontan a la econom¨ªa moral instituida por los gobiernos de Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar para disciplinar al pueblo con guante de terciopelo de la mano de su integraci¨®n en los derechos financieros. El ilustrativo documental El a?o del descubrimiento de Luis L¨®pez Carrasco enfoca la cara oculta del paso de un pa¨ªs de proletarios a un pa¨ªs de hipotecados, troquelados por la subordinaci¨®n econ¨®mica como promesa de promoci¨®n social.
Otro elemento crucial para evaluar siquiera la naturalizaci¨®n de las pol¨ªticas conservadoras estriba en una suerte de paulatina neutralizaci¨®n t¨¦cnica de logros sociales como el aumento del salario m¨ªnimo, la vivienda como bien b¨¢sico, la progresividad fiscal, una sanidad p¨²blica de calidad, la mejora de la protecci¨®n laboral y la garant¨ªa universal de derechos sexuales y reproductivos. Como si el sentido com¨²n ¡ªy no la voluntad pol¨ªtica¡ª los hubiera alumbrado. Displicente con este contexto cultural, Rafael S¨¢nchez Ferlosio, en la estela de Thorstein Veblen, se?alaba en los noventa en este mismo peri¨®dico que los espa?oles parec¨ªan bregar ya entonces para no ser menos y evitar quedar reducidos a lo abyecto para el cuerpo social. Una tormenta perfecta de h¨¢bitos de consumo, pr¨¢cticas financieras y tecnolog¨ªas de control ha ido metamorfoseando desde entonces las demandas de derechos cl¨¢sicos reclamados por el movimiento obrero en productos susceptibles de gestionarse desde ejes institucionales entendidos como empresas, crecientemente restringidos al ¡°espa?ol de bien¡±.
Ahora bien, ambos procesos surgen de un vac¨ªo dejado por experiencias de interdependencia intergeneracional que hemos ido olvidando en aras de la externalizaci¨®n de las necesidades y un expertismo de los saberes que comportan un empobrecimiento antropol¨®gico inmediato. Aislados en suburbios o en urbanizaciones perdimos la memoria corporal de una articulaci¨®n m¨¢s democr¨¢tica de las capacidades y actividades profesionales de la ciudadan¨ªa. Ese r¨¦gimen vital fragmenta nuestra percepci¨®n social y complica enormemente conformar un movimiento ciudadano s¨®lido, a salvo del liderazgo t¨®xico exhibido por los partidos pol¨ªticos. Una impotencia tanto m¨¢s palpable cuanto m¨¢s se insiste en revertir el da?o realizado por los imperativos de la ¨¦poca desde la mera teor¨ªa, sin mediaci¨®n de ninguna praxis social sostenible, cuyo tejido requiere regeneraci¨®n y paciencia.
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