Un invento espa?ol: lo liberal
Casi la mitad de los ciudadanos con derecho a voto, que profesa mayoritariamente posiciones centristas, se siente hu¨¦rfano en un universo electoral donde a derecha e izquierda se imposta el catastrofismo
¡°Todo el sentido de la historia de Espa?a, todo el drama de la cultura espa?ola, gira en torno a la conciliaci¨®n de dos opuestos aparentes¡±. Estos dos polos contradictorios de nuestro devenir pol¨ªtico, a los que el eximio l¨ªder socialista Fernando de los R¨ªos se refer¨ªa en su alocuci¨®n al Congreso Internacional de Escritores celebrado en plena Guerra Civil espa?ola, son el ¡°ansia viva de afirmar la idea de una comunidad com¨²n¡± enraizada en la econom¨ªa, en la participaci¨®n y en la cultura, pero sin que en ning¨²n caso pudiera servir ¡°para aplastar a la individualidad¡±, a los derechos de los ciudadanos, sino para potenciarlos. En ese mismo discurso record¨® adem¨¢s que el concepto pol¨ªtico liberal, la palabra misma, fue pronunciada por vez primera en el mundo durante las Cortes de C¨¢diz. Liberales se llamaron los diputados que, enfrent¨¢ndose a la invasi¨®n napole¨®nica, reivindicaban al tiempo, y con firmeza, la ca¨ªda del Antiguo R¨¦gimen. C¨¢diz fue la cuna del liberalismo pol¨ªtico y el fil¨®sofo de moda de la ¨¦poca, Jeremy Bentham, no dud¨® en asegurar por ello que Espa?a era la esperanza de Europa.
Esta reflexi¨®n de uno de los m¨¢s insignes representantes hist¨®ricos del partido socialista espa?ol me vino a la cabeza tras la lectura de dos libros que deber¨ªan leer tambi¨¦n los desnortados protagonistas de nuestra vida pol¨ªtica, responsables de la deriva iliberal de nuestro actual sistema y de la acusada tendencia al extremismo y la descalificaci¨®n mutua entre los principales actores del mismo. Uno es una obra colectiva de un grupo de intelectuales y profesores em¨¦ritos dirigidos por Manuel Arag¨®n que publicaron hace meses un informe sobre la mengua democr¨¢tica de nuestro pa¨ªs con un severo diagn¨®stico al respecto. Otro las memorias de Virgilio Zapatero, ministro y secretario del Gobierno con Felipe Gonz¨¢lez, cuya obra fue presentada en p¨²blico ante el expresidente y elogiada por boca de Alfonso Guerra, autor del pr¨®logo. En ¨¦l, la Constituci¨®n del 78, tan denostada incluso en textos legales promovidos por el actual Gobierno, es descrita como ¡°el m¨¢s importante documento escrito por los dem¨®cratas espa?oles de todos los tiempos¡±. No abundar¨¦ m¨¢s en los testimonios de no pocos l¨ªderes socialistas a los que este pa¨ªs debe en gran medida la prosperidad y el desarrollo de las ¨²ltimas d¨¦cadas, que hoy no ocultan severas cr¨ªticas al llamado gobierno del doctor Frankenstein, presto a someterse al veredicto de las urnas en unas semanas.
Las culpas van m¨¢s all¨¢ del propio Ejecutivo. El Informe sobre la Democracia menguante en Espa?a expone con claridad las debilidades, errores y miserias que amenazan la estabilidad pol¨ªtica en nuestro pa¨ªs, pero tambi¨¦n en otros de Europa. El crecimiento de partidos ultraconservadores y a¨²n de extrema derecha, la desaparici¨®n del socialismo en Francia, Italia o Grecia, su desfiguraci¨®n en Alemania, su debilidad y ausencia en los pa¨ªses n¨®rdicos que fueron un d¨ªa ejemplo y ensue?o para los j¨®venes luchadores antifranquistas que reclamaban libertad y democracia, son el resultado de los errores, corrupciones y rendiciones de pol¨ªticos de toda condici¨®n. El libro define la actual situaci¨®n como el fracaso de la pol¨ªtica y es un compendio de las reformas necesarias, demandadas desde hace largo tiempo, para recuperar la confianza de los electores en un sistema herido de muerte si no se pone remedio a las violaciones flagrantes que la llamada clase pol¨ªtica viene perpetrando contra principios y valores b¨¢sicos del funcionamiento democr¨¢tico. El resultado es un creciente distanciamiento de la sociedad respecto a quienes dicen con superflua arrogancia que la representan. Para quienes vivimos el tardofranquismo, resulta conocido ese divorcio entre la Espa?a oficial y la Espa?a real que hoy padecemos. La diferencia es que entonces un cambio de r¨¦gimen significaba el triunfo liberal y ahora amenaza con encabezar su derrota.
Los problemas vienen de lejos y ya a finales del pasado siglo uno de los padres socialistas de nuestra Constituci¨®n, Gregorio Peces Barba, denunciaba la responsabilidad de la partitocracia, entonces rampante y hoy dominante. Es un escenario en el que no se reconoce ninguna baza del adversario pol¨ªtico y el culto a la personalidad del que manda o aspira a hacerlo, al margen de cu¨¢les sean sus cualidades y defectos, acaba por convertir su tarea no en un acto de servicio a los ciudadanos, sino en una descarnada lucha por el poder. Como dice el manual dirigido por el profesor Arag¨®n, hay un contraste ¡°entre el discurso radical y polarizador que se percibe en el escenario pol¨ªtico y la moderaci¨®n de la ciudadan¨ªa, que se siente olvidada y menospreciada en sus problemas¡±. Entre la Espa?a oficial, poder y oposici¨®n, y la Espa?a real. La decepci¨®n se debe a que mientras la sociedad profesa mayoritariamente posiciones centristas y de consenso, al margen de las inclinaciones hacia uno u otro lado del espectro ideol¨®gico, el catastrofismo de la derecha y la izquierda constituye ¡°una impostaci¨®n de los pol¨ªticos que no existe entre los representados¡±. Casi la mitad de los ciudadanos con derecho a voto, incluido el expresidente Felipe Gonz¨¢lez, piensa que en el universo electoral son hu¨¦rfanos de familia. Las formaciones b¨¢sicas han perdido millones de sufragios, y proliferan las iniciativas identitarias. Mientras tanto, los candidatos, en vez de atender las demandas de quienes han de elegirles, adulan a lametones a los l¨ªderes de turno, no vayan a expulsarles de las listas, cerradas y bloqueadas para que ning¨²n diputado o diputada se desmande y crea que puede pensar y decir nada por s¨ª mismo.
La democracia representativa est¨¢ amenazada tambi¨¦n por cuestiones ex¨®genas al rid¨ªculo y al escarnio que nuestros l¨ªderes protagonizan tantas veces. Es un r¨¦gimen directamente vinculado al desarrollo de la sociedad industrial, el Estado naci¨®n y la autosugesti¨®n de un mundo que decidi¨® apellidarse a s¨ª mismo como el primero, acostumbrado como estaba a progresar sobre la explotaci¨®n de todos los dem¨¢s. En semejantes circunstancias, si queremos defender los valores b¨¢sicos del Estado de derecho, piedra angular del funcionamiento de la democracia, resulta imprescindible recuperar el respeto a las instituciones, especialmente la brillantez de un Parlamento cuyo prestigio y funci¨®n han sido dinamitados por el clientelismo, el aplauso y la sumisi¨®n; defender la independencia del poder judicial y de los poderes medi¨¢ticos; reinventar la democracia en el mundo de la globalidad digital y la diversidad de culturas. Nada de eso se puede hacer si las ambiciones menores de los l¨ªderes de los partidos centrales les impiden dialogar seriamente sobre el futuro de todos nosotros. Para que puedan al menos proclamar sin sonrojo que defienden el inter¨¦s general. Apenas ha habido dos intentos menores de hacer algo parecido en la presente legislatura: el acuerdo entre sindicatos y CEOE sobre la reforma laboral y el apoyo del Partido Popular a la Alcald¨ªa socialista de Barcelona contra los ensue?os impostados del independentismo. Poder y oposici¨®n deber¨ªan mirarse en el espejo del r¨¦gimen del 78 para ayudar a su crecimiento y recomponer sus destrozos. Como hizo Juan Gil-Albert en la presentaci¨®n de los papeles del Congreso Internacional de Escritores mencionado al principio de este env¨ªo: ¡°Nada produjo en mi ¨¢nimo una sacudida m¨¢s esperanzadora que la de ver a Pasionaria, de pie, en el hemiciclo de las Cortes, aplaudiendo al Rey... En Espa?a, se me revel¨®, hab¨ªa aparecido algo nuevo; especie de crecimiento que viene de lo hondo. S¨ª, los a?os han pasado. Hay que abolir el sectarismo¡±. Recuperemos entonces el invento liberal espa?ol. De otro modo, volver¨¢n a ganar los malos.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.