Una campa?a an¨®mala
Los d¨ªas previos a la cita electoral est¨¢n revelando un problema de fondo: lo que parece una diferencia entre las preferencias privadas de los ciudadanos y lo que se ve en el ¨¢mbito p¨²blico
La campa?a electoral en la que estamos inmersos est¨¢ resultando un tanto an¨®mala, no tanto por las estrategias de los partidos, sino por un problema m¨¢s de fondo: la aparente divergencia entre las preferencias privadas de los ciudadanos y lo que se observa en el ¨¢mbito p¨²blico, tanto en la calle como en los medios.
Si se analiza el plano de lo p¨²blico, la impresi¨®n que se obtiene es la de una mayor¨ªa abrumadora, incontestable y aplastante de las derechas. El discurso del antisanchismo lo anega todo, desde los v¨ªdeos en redes sociales en los que algunas personas salen gritando improperios contra el Gobierno y su presidente, cuyo ejemplo m¨¢ximo es el ¡°S¨¢nchez, que te vote Txapote¡±, hasta las entrevistas ¡°espont¨¢neas¡± que hacen los periodistas a pie de calle, pasando, por supuesto, por la mayor¨ªa de los medios, descaradamente hostiles al Gobierno de coalici¨®n.
Las personas irritadas dan por supuesto que su irritaci¨®n es universal y, por eso, no tienen reparo alguno en mostrar su cr¨ªtica en p¨²blico. Es m¨¢s, revelan un cierto orgullo en la manera en que se despachan contra el Gobierno. Aunque sea una an¨¦cdota, no deja de ser ilustrativa la repercusi¨®n alcanzada por el v¨ªdeo del discurso primario de una seguidora de Vox que ha resultado ser una directiva de la compa?¨ªa Orange. Su falta de prudencia solo se explica por la rabia subyacente.
Gracias al efecto multiplicador que producen tertulias, columnas y editoriales, el rumor que emerge de la sociedad es ensordecedor. Parece que reine una sorprendente unanimidad en la ciudadan¨ªa. Resulta extremadamente dif¨ªcil encontrar personas que piensen de otro modo y se atrevan a hacerlo p¨²blico de forma tan ruidosa como se percibe entre quienes detestan al Ejecutivo; asimismo, el exabrupto ¡°que te vote Txapote¡± suele quedar impune, en el sentido de que no se censura ni se cuestiona en la calle. Quienes no piensan as¨ª prefieren callarse y dejar pasar la cosa. En estos momentos, en muchos lugares de Espa?a, si se inicia una conversaci¨®n pol¨ªtica entre gente que no se conozca mucho, la opci¨®n m¨¢s segura consiste en suponer que la mayor¨ªa del grupo tendr¨¢ una visi¨®n muy negativa de la coalici¨®n gobernante.
Hasta tal punto es poderosa esta asimetr¨ªa en favor de las derechas que Alberto N¨²?ez Feij¨®o se comporta como si fuera el presidente del Gobierno, mientras que Pedro S¨¢nchez parece el aspirante, algo que ya se ven¨ªa advirtiendo y que result¨® evidente durante el debate del pasado lunes. Un clima tan compacto como este puede tener efectos de m¨²ltiples tipos, el m¨¢s importante de los cuales consiste en desanimar a aquellos que no quieren un Gobierno de las derechas, pero dan la batalla por perdida. Como se ha apuntado a lo largo de las ¨²ltimas semanas, la convocatoria de las elecciones arranc¨® con un problema de desmovilizaci¨®n bastante acusado en las izquierdas (agravado por fugas importantes hacia el bloque opuesto).
Si pasamos al ¨¢mbito de las preferencias privadas, las cosas son un poco distintas. Aunque no tenemos acceso directo a dichas preferencias, podemos guiarnos por las encuestas; lo que estas indican es un mayor equilibrio entre los dos bloques. Las derechas van con ventaja, desde luego, pero no est¨¢ nada claro que vayan a obtener una mayor¨ªa absoluta. Todo depender¨¢, en buena medida, de si la percepci¨®n de que la victoria de la derecha es irreversible se mantiene o se corrige. Si al final cunde la expectativa de que los dos bloques tienen oportunidades, puede que una parte del derrotismo que reina en la izquierda se corrija.
En la precampa?a y en los inicios de la campa?a, las izquierdas han tratado, a toda costa, de romper la apariencia de que pr¨¢cticamente todo el mundo detesta al Gobierno. En esto ha consistido sobre todo la operaci¨®n de pinchar la llamada burbuja del ¡°sanchismo¡±, mostrar, por un lado, que el presidente no es el pol¨ªtico siniestro que pintan, ¨¢vido de poder y dispuesto a romper Espa?a con tal de seguir mandando, y, por otro, que el Gobierno no ha hecho nada que resulte da?ino para las libertades, la democracia o el Estado de derecho.
De ah¨ª la importancia que ten¨ªa el debate del pasado lunes. Era la ocasi¨®n para que se produjera una cierta reconciliaci¨®n entre el ¨¢mbito p¨²blico y el de las preferencias individuales. Se trataba de que los ciudadanos percibieran que el Gobierno de coalici¨®n puede presentar unos resultados razonables y decentes, que hay un proyecto progresista de futuro que pasa por una coalici¨®n con Sumar y que los presuntos argumentos de las derechas sobre ETA, los apoyos parlamentarios y dem¨¢s son, sobre todo, ruido y confusi¨®n.
El debate no sali¨® de la mejor manera posible ni para S¨¢nchez ni para el PSOE. No creo, por lo dem¨¢s, que nadie m¨ªnimamente informado sobre la pol¨ªtica y la econom¨ªa haya podido salir muy satisfecho de las falsedades y marruller¨ªas de N¨²?ez Feij¨®o, pero el objetivo de este ¨²ltimo no era tanto ganar voto nuevo como impedir que se movilizaran los potenciales votantes del PSOE y de Sumar, frenando de este modo la remontada que se empezaba a apreciar en las encuestas. En ese sentido, la estrategia de Feij¨®o estaba bien planteada, respond¨ªa a un plan claro.
En mi opini¨®n, el debate nos retrotrajo a los tiempos del bipartidismo. Todo parec¨ªa antiguo, como en un cap¨ªtulo de Cu¨¦ntame: los dos l¨ªderes de los dos partidos tradicionales, hombres los dos, tir¨¢ndose a la yugular, m¨¢s preocupados por el poder que por sus proyectos pol¨ªticos, en una secuencia inacabable y agotadora de descalificaciones mutuas, sin ning¨²n respeto hacia aquellos que no son forofos y esperan encontrar alguna luz en un di¨¢logo entre pol¨ªticos. El formato, la imagen de los candidatos, todo estaba destinado a crear la impresi¨®n de que la pol¨ªtica espa?ola no hubiese cambiado a lo largo de la ¨²ltima d¨¦cada. Para hacer m¨¢s a?ejo a¨²n el debate, N¨²?ez Feij¨®o no pudo resistir la tentaci¨®n de sacar a ETA, un cl¨¢sico del Partido Popular que nos ha acompa?ado en todos los debates desde que estos comenzaran en 1993.
Por lo dem¨¢s, la pol¨ªtica espa?ola sigue siendo plana y falta de imaginaci¨®n. ?Por qu¨¦ no un debate con ciudadanos en los que estos puedan realizar preguntas en alg¨²n momento? ?Por qu¨¦ esa cosa tan artificial y absurda de los ¡°bloques tem¨¢ticos¡±? ?Por qu¨¦ no incluir periodistas que puedan preguntar y cuestionar los datos y afirmaciones de los candidatos? ?Por qu¨¦ no suprimir el ¡°minuto de oro¡±, una intervenci¨®n preparada que parece un anuncio de publicidad, y dar, en cambio, la oportunidad a los candidatos de dirigirse a los ciudadanos durante cinco-diez minutos al principio para que expongan sus principales propuestas y su proyecto general antes de entrar en el cuerpo a cuerpo?
En los pr¨®ximos d¨ªas veremos si el debate ha tenido alg¨²n efecto y, en caso positivo, si ha sido ef¨ªmero o duradero. Probablemente, el debate no resuelva la cuesti¨®n de fondo que he se?alado al principio, con lo que se mantendr¨¢ hasta el ¨²ltimo momento la incertidumbre de si el electorado progresista se moviliza y pincha la burbuja instalada en la vida p¨²blica o la burbuja acaba envolvi¨¦ndolo todo y se hace realidad el Gobierno de las derechas.
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