As¨ª son las campa?as
Hemos alcanzado el punto en que la mentira ya no se cuestiona, sino que se aprecia si es entonada con fe y vehemencia
A la reciente muerte de Alberto Anaut, agitador cultural a trav¨¦s de PHotoEspa?a y La F¨¢brica, tengo que a?adir un apunte personal de agradecimiento. A comienzos de 1997, cuando Anaut dirig¨ªa un magazine dominical en prensa, contact¨® conmigo sin conocerme y me propuso escribir una columna semanal en su suplemento. Fue el primer impulso para colaborar en prensa de manera regular, pues hasta entonces s¨®lo azuzaba mi vocaci¨®n de periodista para que no quedara sepultada por la carrera en el cine y la literatura. Con los a?os, los art¨ªculos de prensa me permitieron liberarme de ataduras. Combinar tres profesiones distintas te permit¨ªa un alto grado de libertad en cada una de ellas, pues de ninguna de las tres eras del todo dependiente. Pero sobre todo, me permit¨ªa acotar mis opiniones al ejercicio del articulismo, despejando las pel¨ªculas y las novelas de toda tentaci¨®n de intervenir en los debates p¨²blicos con ellas. Es decir, esquivar las pel¨ªculas coyunturales y las novelas de tesis en favor de la desenga?ada mirada de quien sigue a pies juntillas la m¨¢xima de Groucho de jam¨¢s pertenecer a un club que le admita como miembro.
Pese a todo, uno de los grandes absurdos de los escritores es la frecuente identificaci¨®n de nuestra persona con nuestros personajes. Como si existiera una incapacidad para proyectar la ficci¨®n m¨¢s all¨¢ de la ramplona etiqueta del basado en hechos reales. Todo est¨¢ basado en mayor o menor medida en hechos reales, incluso los sue?os, y por supuesto la ficci¨®n. Pero es precisamente romper los l¨ªmites de lo real en lo que consiste la libertad creativa. Una columna, como su propio nombre indica, es un sustento arquitect¨®nico del edificio cotidiano. Una novela, por el contrario, es un r¨ªo sin otra obligaci¨®n que su cauce imaginario. Por suerte nunca he escrito novelas de cr¨ªmenes, as¨ª que nadie me ha imaginado con las manos manchadas de sangre en mi vida real, pero en otra suerte de personajes han tendido a identificar el sujeto ficticio con el propio escritor. El momento m¨¢s feliz es cuando en mi ¨²ltima novela, Queridos ni?os, me recre¨¦ en un nocivo y abrasivo asesor pol¨ªtico sin escr¨²pulos y gozaba del desconcierto de quienes trataban de adivinar qui¨¦n era yo en todo eso.
Precisamente esa novela retrataba una campa?a electoral en el a?o 2023, cuando la pandemia ya no se mencionar¨ªa, el proc¨¦s catal¨¢n ser¨ªa una nota al pie y el terrorismo un recurso rentable pese a su inexistencia. Y lo que se reconoc¨ªa es esa capacidad de los partidos conservadores, tras un rosario de esc¨¢ndalos judiciales y tramas de corrupci¨®n, para presentarse renovados y limpios con apenas cambiar dos caras de los cromos. La incomodidad de la novela radicaba en reflejar esa verdad sin poner el grito en el cielo. La pureza, la bondad, lo ang¨¦lico han perdido el sitio en la pol¨ªtica profesional tan teatralizada. Hemos alcanzado el punto en que la mentira ya no se cuestiona, sino que se aprecia si es entonada con fe y vehemencia. A eso le llaman debate. En los art¨ªculos lidias con la realidad agreste. Pero es en la ficci¨®n cuando la fiesta de la complejidad humana se puede servir para derribar certezas, sin duda la mayor de las rebeld¨ªas posibles. Gracias de nuevo, Alberto.
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