La explotaci¨®n de sentimientos morales
En la actualidad, en la gran mayor¨ªa de los pa¨ªses avanzados se ha transformado la pulsi¨®n retributiva de las leyes penitenciarias al subrayar la orientaci¨®n de reinserci¨®n social y reeducadora de la pena
Ante conductas criminales suelen emerger intuiciones espont¨¢neas sobre c¨®mo castigarlas. Es f¨¢cil ver intuitivamente la pena como una devoluci¨®n ¡ªpago o ¡°retribuci¨®n¡±¡ª por el da?o infligido a la v¨ªctima o a sus familiares; pago id¨¦ntico al da?o mismo: el ojo por ojo y diente por diente del Antiguo Testamento. Desde el XVIII a.C., el c¨®digo mesopot¨¢mico de Hammurabi recoge esa pulsi¨®n retributiva o ley del Tali¨®n o de exacta ¡°identidad¡± (talio en lat¨ªn) entre crimen y castigo. La pena de muerte no puede ocultar su genealog¨ªa ancestral que en Estados Unidos se evidencia a¨²n al permitir a familiares asistir a la ejecuci¨®n de la pena capital.
En la actualidad en la gran mayor¨ªa de los pa¨ªses avanzados ¡ªy desde luego en los europeos¡ª se ha transformado esa pulsi¨®n talionar al subrayar en primer lugar la orientaci¨®n de reinserci¨®n social y reeducadora de la pena. Pero esas ra¨ªces ancestrales hacen f¨¢cil excitar sentimientos morales intuitivos contra la diversidad de fines presentes hoy en la idea constitucional de la pena. As¨ª ha ocurrido en el pasado y sigue ocurriendo con los condenados por terrorismo etarra excitando sentimientos morales contra la idea constitucional de la pena y, parad¨®jicamente, contra los intereses mismos de Espa?a.
La paradoja consiste en reclamar el cumplimiento ¨ªntegro de las penas y con el mayor rigor posible, incluso en contra de la ley penitenciaria, olvidando que esa reclamaci¨®n coincide sustancialmente con lo que desde el principio quer¨ªa la banda terrorista, aunque por distintas razones. Esta impon¨ªa sin miramientos a todos los condenados de ETA la ¨ªntegra condena, sin beneficiarse de las progresiones de grado de la legislaci¨®n penitenciaria y sin distinci¨®n de su participaci¨®n en los cr¨ªmenes (fuese asesino directo o simpatizante colaborador). Trataba de victimizar a todo el colectivo de presos y a sus familias, a cuyos viajes colectivos ayudaba porque manten¨ªan el v¨ªnculo de unidad contra el Estado opresor.
La c¨¢rcel de Herrera de la Mancha, a la vez que complac¨ªa a los duros de la derecha, por su supuesta imagen de determinaci¨®n y de castillo-fortaleza inexpugnable, ayudaba tambi¨¦n a ETA a trasmitir la idea de victimizaci¨®n de una c¨¢rcel resignificada por la banda como santuario de los luchadores (los terroristas asesinos y su entorno) al que acud¨ªan a visitarlos sus familiares. Lo peor es que aquella c¨¢rcel depar¨® a ETA una aparente ventaja sobre el Estado: le permiti¨® controlar cualquier disidencia o la menor cr¨ªtica a la organizaci¨®n, pues controlaba y vigilaba a todos los que all¨ª estaban y, a trav¨¦s de ellos, a sus familias y a la opini¨®n p¨²blica independentista. La dispersi¨®n de la segunda mitad de los ochenta acab¨® con eso.
Las cosas fueron cambiando por la resistencia de la democracia con su actuaci¨®n judicial y policial y por la deriva de la banda hacia la llamada ¡°socializaci¨®n del sufrimiento¡± ampliando los atentados a electos vascos (los primeros los de Juan de Dios Doval ¡ªde UCD en octubre de 1980¡ª, Enrique Casas ¡ªdel PSE en febrero de 1984¡ª y Miguel ?ngel Blanco ¡ªdel PP en julio de 1997¡ª) y a v¨ªctimas civiles incluso con bombas indiscriminadas contra la poblaci¨®n (atentado de Hipercor, en 1987). Se trataba de cr¨ªmenes tan execrables como los atentados contra polic¨ªas o militares, desde luego; pero el pretendido relato de lucha contra las fuerzas de ocupaci¨®n qued¨® desmentido. La lucha era en realidad contra el pueblo vasco y sus representantes.
Las sucesivas divisiones de la banda desde el comienzo de la democracia, con una apertura del Gobierno de entonces a conversaciones con los grupos de ETA que quer¨ªan abandonar, acabaron dejando sola a ETA militar en los primeros ochenta y progresivamente deslegitimada a ojos, incluso, de una parte de sus partidarios. Nunca, ni el PSOE en la oposici¨®n ni el Partido Comunista emplearon tales conversaciones para excitar las pulsiones talionares de la poblaci¨®n contra el Gobierno de UCD, sino que respetaron su acci¨®n. Lo mismo que sucedi¨® con las conversaciones de Aznar con los terroristas, a diferencia de lo que hizo el principal partido de la oposici¨®n en tiempos de Felipe Gonz¨¢lez y Zapatero. La bomba de la T4, cuyas v¨ªctimas personales duelen profundamente, no prueba el error de las conversaciones: fue la bomba de la impotencia que ETA se puso a s¨ª misma antes de desaparecer.
La valiente acci¨®n de Gesto por la Paz desde noviembre de 1985 y la vergonzosa reacci¨®n de los independentistas frente a sus pac¨ªficas concentraciones fueron el espejo que cataliz¨® y puso de relieve a ojos de una poblaci¨®n, hasta entonces mayoritariamente silente, la indignidad moral y pol¨ªtica del terrorismo y del supuesto apoyo civil de una sociedad aterrorizada. Lo puso de relieve a ojos, incluso, de independentistas violentos y de parte de algunos terroristas.
Y es entonces cuando comienzan las ¡°deserciones¡± en la banda. Algo que una organizaci¨®n que quiere denominarse ¡°militar¡± no pudo soportar al considerarlas traici¨®n. Por eso asesinan a Yoyes, antigua dirigente de ETA, en septiembre de 1986, que vuelve del extranjero al Pa¨ªs Vasco para hacer una vida normal, lo que la banda interpret¨®, sin que ella hubiera dicho nada, como un mensaje t¨¢cito diario de que para ella la guerra hab¨ªa terminado.
Es por entonces tambi¨¦n cuando, por unas razones o por otras (cansancio, sensaci¨®n de inutilidad, distanciamiento moral de atentados contra civiles y electos, etc.), los condenados comienzan a aceptar medidas legales de progresi¨®n de grado con los beneficios consiguientes de permisos penitenciarios, que la banda interpreta como una ¡°deserci¨®n¡±, que se ve incapaz de impedir.
Ah¨ª empieza el cap¨ªtulo del oportunismo en la cr¨ªtica a las razones de los gobiernos socialistas de la ¨¦poca en su estricta observancia de la ley en la aplicaci¨®n de los beneficios penitenciarios. Se dio cauce legal a los voluntarios y espont¨¢neos deseos de los condenados de acogerse a la legislaci¨®n penitenciaria y sus beneficios; deseos que enfurec¨ªan a la banda al considerarles ¡°desertores¡± que, en lugar de volver a sus andadas terroristas o huir, transmit¨ªan los domingos por la tarde al final de sus permisos ¡ªcuando dicen que vuelven a la c¨¢rcel¡ª el mensaje demoledor de deserci¨®n que ETA sabe que dan: para ellos aquella guerra hab¨ªa terminado.
Esa ¡°deserci¨®n¡± espont¨¢nea no era una pol¨ªtica del Estado, pues se limitaba a encauzar los espont¨¢neos deseos de los terroristas. Se cuidaba mucho el Estado, eso s¨ª, de no detallar ante la opini¨®n p¨²blica ese efecto pol¨ªtico ¨²ltimo de ¡°deserci¨®n¡± por la aplicaci¨®n de la ley penitenciaria, con la finalidad de evitar que ETA transformase la libre voluntad de sus condenados present¨¢ndolos como traidores y marionetas de una supuesta pol¨ªtica de Estado que se hab¨ªa limitado a encauzar lo que la banda resent¨ªa como una ¡°deserci¨®n¡± desmoralizadora.
Esa reserva del Estado en inter¨¦s de Espa?a no impidi¨® que el ministro socialista de principios de los primeros noventa ¡ªy lo mismo debi¨® de pasar con sus predecesores¡ª explicara con todo detalle al principal partido de la oposici¨®n el sentido de la aplicaci¨®n de la ley penitenciaria y de la reserva necesaria para que tuviera toda su efectividad, lo que cont¨® con la plena conformidad de tal partido.
Esa plena conformidad no impidi¨® nunca que despu¨¦s ¡ªante la opini¨®n p¨²blica en medios de comunicaci¨®n y en preguntas parlamentarias al ministro de Justicia¡ª los mismos representantes que personalmente hab¨ªan dado tal conformidad presentaran los permisos penitenciarios como una especie de connivencia o blandura con el terrorismo al preguntar por los permisos penitenciarios sabiendo de la reserva que en inter¨¦s de Espa?a hab¨ªan acordado.
En la derrota del terrorismo hay que recordar a muchos protagonistas y extraer muchas lecciones y consecuencias.
Una de ellas es que la eficacia del combate contra el terrorismo (o cualquier ataque a la democracia) consiste en medidas aptas para acabar con ¨¦l y no en ¡°ocurrencias¡± simples e irreflexivas que retroalimentan la propia bestia que se quiere combatir, recordando la imagen del toro que embiste cualquier enga?o.
La segunda lecci¨®n todav¨ªa aplicable hoy: el rechazo a la vileza de emplear falsa y sesgadamente el terrorismo o su recuerdo para inflamar sentimientos morales ancestrales y obtener beneficios partidistas en detrimento del inter¨¦s de Espa?a.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.