En el s¨®tano
Nuestra resplandeciente sociedad, que entroniza la juventud, esconde el sacrificio y la renuncia de miles de mujeres sin que el problema de los cuidados se convierta en un amplio y necesario debate p¨²blico
En el magn¨ªfico relato de Ursula K. Le Guin Los que se alejan de Omelas, la autora nos presenta una sociedad ut¨®pica en un d¨ªa festivo, cuyos habitantes viven rodeados de paz y de belleza, e invita al lector a completar el cuadro proyectando en ella sus propios requisitos para la felicidad. El relato comienza describiendo una Arcadia feliz, para conducirnos despu¨¦s a los s¨®tanos de ese para¨ªso. All¨ª, desamparado y sucio, escondido en la oscuridad de una mazmorra, llora un ni?o abandonado cuya cruel cautividad es requisito indispensable para el funcionamiento del engranaje de la brillante superficie. Hay quienes nunca quieren verlo, tambi¨¦n quienes bajan al s¨®tano y olvidan, pero unos pocos ciudadanos, una vez que conocen lo que encierra el subsuelo de Omelas, se alejan de la ciudad de ensue?o, nadie sabe hacia qu¨¦ otra parte. El relato es de una perfecci¨®n literaria y una profundidad moral escalofriantes.
Todos conocemos los s¨®tanos de nuestro mundo, poblados cada vez m¨¢s de ni?os abandonados, de j¨®venes precarizados, de inmigrantes maltratados, de cad¨¢veres, de injusticia. Pero hoy solo quisiera bajar a los s¨®tanos del envejecimiento. Lo hago no para insistir en el trato inhumano y letal que recibieron los ancianos en demasiadas residencias durante la pandemia, sino para llamar la atenci¨®n sobre los s¨®tanos secretos, an¨®nimos, individuales, que soportan el edificio de nuestra sociedad de la opulencia.
Hace un tiempo, este mismo diario public¨® un art¨ªculo sobre una mujer, Mercedes Arribas, que rescat¨® a su madre de 78 a?os, enferma de alzh¨¦imer, de la residencia donde la hab¨ªa llevado a?os antes, indignada por el trato que recib¨ªa. Mercedes tiene 50 a?os, est¨¢ divorciada y vive en un piso de 50 metros cuadrados con sus dos hijos adolescentes, que mantiene con su trabajo de patronista de moda. En los art¨ªculos que se le dedicaron se subraya la generosidad de esa hija, que ha modificado la vida de toda su familia para ocuparse de su madre enferma, una decisi¨®n que parece ejemplarizante, pero que oculta sufrimiento. Deteng¨¢monos en lo que significa para ella y para sus hijos la presencia permanente de la abuela, el sacrificio extremo que comporta la convivencia de los cuatro en un espacio tan reducido y, sobre todo, la ausencia de un sistema de cuidados p¨²blico y eficaz, humanizado, que se haga cargo de los mayores cuando su atenci¨®n hace dif¨ªcil, si no imposible, la vida familiar, o cuando los hijos no desean hacerlo. Porque la familia, para muchos, no es un lugar de afectos rec¨ªprocos, sino de angustias y de traumas.
En Espa?a, por el peso de una cultura familiarista y cat¨®lica, hay muchos ejemplos como el de Mercedes. Un amigo periodista est¨¢ dedicando su jubilaci¨®n al cuidado de su madre anciana y con alzh¨¦imer. ?l y todos sus hermanos se ocupan de ella las 24 horas de cada d¨ªa de la semana, sin interrupci¨®n. Otra amiga, reci¨¦n jubilada tambi¨¦n, asiste a su padre dependiente renunciando a los proyectos que hab¨ªa construido con su pareja para los ¨²ltimos a?os de su vida; todos renuncian a los sue?os que hab¨ªan dise?ado para ese tiempo indeterminado que nos separa de la falta de autonom¨ªa que conlleva hacerse viejo.
Por otra parte, muchos de mis amigos, personas en torno a la edad de jubilaci¨®n, piensan en el suicidio asistido cuando dejen de ser aut¨®nomos, pues no quieren cargar sobre sus hijos el cuidado de su vejez. Pertenecemos a una generaci¨®n donde la autonom¨ªa y la independencia han estado en el centro de nuestras vidas y no concebimos que estas sean una carga para quienes amamos.
El cuidado de los ancianos y los ni?os reca¨ªa exclusivamente en las mujeres antes de que estas se incorporaran al mundo laboral; ahora, si la familia tiene medios, emplea a mujeres inmigrantes que se ocupan de ellos. En los pa¨ªses del sur de Europa, el Estado ha relegado a una cuesti¨®n privada los cuidados, haciendo una grave dejaci¨®n de funciones. De modo que los cuidadores informales (los no remunerados) soportan grandes niveles de estr¨¦s y depresi¨®n, sufren ¨ªndices de ansiedad m¨¢s altos que el resto de la poblaci¨®n y su calidad de vida ¡ªen t¨¦rminos de tiempo de ocio, amistad, actividades educativas, proyectos personales¡ª, se reduce hasta en un 40%. La mayor¨ªa de ellos disminuye tambi¨¦n su tiempo de trabajo para dedicarse a cuidar, un esfuerzo que se hace m¨¢s duro si se realiza con personas que sufren trastornos mentales o demencias. En 2018, hab¨ªa en Espa?a 465.000 personas con m¨¢s de 90 a?os; ?qui¨¦nes las cuidaban? Seg¨²n el Informe 2020 de Envejecimiento en Red, las hijas en edades intermedias son mayoritariamente quienes cuidan a sus padres ancianos, sufriendo las consecuencias que hemos descrito arriba. En Espa?a solo hay 4,1 plazas de residencia por cada 100 personas mayores, y la pandemia ha puesto en evidencia, adem¨¢s, que falta control p¨²blico para exigirles el cumplimiento de los indispensables indicadores de calidad.
Como en Omelas, nuestra resplandeciente sociedad, que entroniza la juventud, esconde en sus s¨®tanos el sacrificio y la renuncia de miles de mujeres, a las que se suman tambi¨¦n algunos hombres, sin que el problema se convierta en un amplio debate p¨²blico. Sin embargo, un Estado social de derecho debe incluir entre sus funciones la atenci¨®n de sus ciudadanos m¨¢s vulnerables.
El considerable aumento de la esperanza de vida no ha venido acompa?ado de los necesarios servicios y sistemas de cuidados que promet¨ªa el Estado de bienestar, hoy amenazado. Somos una sociedad negacionista, ciega a la miseria y el dolor que se esconde en sus s¨®tanos.
Los cuidados han estado siempre en el centro del debate feminista. Fueron las mujeres quienes reivindicaron y exigieron que el Estado se hiciese cargo de la tarea de velar por los m¨¢s vulnerables, tarea que corresponde a todos realizar. Pero decir que corresponde a todos no solo significa repartirlos entre hombres y mujeres en el ¨¢mbito dom¨¦stico, sino sacar los cuidados del interior de los hogares; no significa apelar a la voluntad de cuidar de las personas singulares, sino que se convierta en un problema pol¨ªtico y se implementen los recursos para resolverlo, desarrollando centros suficientes, con personal especializado y bien remunerado.
En 2020, en Espa?a, el 21% de la poblaci¨®n ten¨ªa m¨¢s de 65 a?os. La poblaci¨®n de mayores de 80 a?os casi se duplic¨® entre 2001 y 2020, mientras que la poblaci¨®n de menores de 20 a?os sigue disminuyendo en la Uni¨®n Europea. Un problema que no solo afecta a las pensiones, sino a todos los soportes de la sociedad.
Urge, pues, abrir un debate sobre el tema, ampliar las ayudas a los cuidadores, pero, sobre todo, que el sistema p¨²blico de salud y de servicios sociales se haga cargo de las crecientes necesidades que el envejecimiento de la poblaci¨®n trae consigo. Urge airear y limpiar los oscuros s¨®tanos de nuestra hip¨®crita Omelas.
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