El oficio m¨¢s ingrato del mundo
Los moderadores de contenido de las redes subcontratados en pa¨ªses pobres pasan horas delante del ordenador consultando publicaciones con escenas atroces en malas condiciones y sin asistencia psicol¨®gica
Acabo de cruzarme con una violaci¨®n en Twitter mientras preparaba esta columna. El usuario @edonor20 ha conseguido m¨¢s 45.900 visualizaciones desde que el 4 de agosto publicara un v¨ªdeo de una escena, presumiblemente simulada, pero rebosante de realismo, en la que un individuo tapa la boca a una joven aterrorizada a la que ha conseguido inmovilizar contra el suelo para abusar sexualmente de ella. La secuencia es violenta, pero supongo que del gusto de Elon Musk y de su concepto absolutista de la libertad de expresi¨®n. El nuevo patr¨®n de lo que conocimos un d¨ªa como Twitter y hoy llaman X pens¨®, al llegar puesto de mando, que ser¨ªa buena cosa para el negocio levantar las restricciones sobre la difusi¨®n de material pornogr¨¢fico de distintas intensidades y variaciones. Y en esas estamos: el algoritmo Musk lo mismo te recomienda el v¨ªdeo de la renuncia de Espinosa de los Monteros, el de una carabela portuguesa flotando en las playas de Donosti o el resumen de una sesi¨®n grupal de sexo protagonizada por una feliz pandilla de copulantes asi¨¢ticos.
Mientras Musk juega con el globo de la regulaci¨®n hasta que le estalle en las manos, el resto de grandes plataformas, como TikTok o Meta, tratan de gestionar como pueden el aluvi¨®n de contenidos violentos, tambi¨¦n de ¨ªndole sexual, que cada d¨ªa alguien trata de subir a una red social. La nueva realidad de la comunicaci¨®n ha hecho emerger el que posiblemente sea uno de los oficios m¨¢s ingratos pero m¨¢s necesarios del mundo. Los moderadores de contenidos act¨²an de muro de contenci¨®n para impedir que lleguen a nuestros m¨®viles v¨ªdeos y fotograf¨ªas que documentan todas las expresiones de la violencia m¨¢s descarnada y cruel de la que es capaz el ser humano: asesinatos, violaciones, decapitaciones, abusos a beb¨¦s, actos de tortura sobre los animales o canibalismo, entre otras. Imaginen que pasan ocho horas delante de un ordenador consultando publicaciones con escenas atroces sobre las que tienen que decidir, en cuesti¨®n de segundos, si deben ser eliminadas o no, en funci¨®n de los criterios que le ha marcado la direcci¨®n de la compa?¨ªa. Trabajar como administrador del ant¨ªdoto contra la viralizaci¨®n, como gendarme de unos contenidos que, si fueran difundidos, desmoronar¨ªan el negocio de las redes sociales en cuesti¨®n de semanas.
TikTok's parent company ByteDance is facing a potential lawsuit in Kenya, over allegations it failed to protect the mental health of workers tasked with preventing disturbing content from appearing on the app https://t.co/N0Zq3lysaW
— TIME (@TIME) July 10, 2023
Decenas de investigaciones period¨ªsticas han denunciado en los ¨²ltimos a?os el colapso mental y emocional que ha provocado en miles de moderadores la exposici¨®n continuada a un material ultraviolento, as¨ª como la opacidad con la que las empresas tecnol¨®gicas gestionan esta parte tan poco vistosa del negocio. El trabajo de moderaci¨®n es, con frecuencia, encomendado a empresas de terceros que organizan los servicios desde pa¨ªses africanos, asi¨¢ticos o latinoamericanos, donde la asistencia psicol¨®gica a los trabajadores es insuficiente, o sencillamente no existe, y las condiciones laborales son, a menudo, bochornosas. El pasado mes de octubre, la revista Time revel¨® que los moderadores de contenidos de TikTok, subcontratados desde Colombia a trav¨¦s de una empresa francesa, recib¨ªan 254 d¨®lares al mes por una jornada de 10 horas durante seis d¨ªas a la semana. Por el mismo cometido, un empleado contratado directamente por TikTok en Estados Unidos ganaba 2.900 d¨®lares mensuales. Tras la publicaci¨®n del reportaje, la empresa investigada cerr¨® su servicio en Colombia. Otro trabajo de Time sirvi¨® para conocer la retribuci¨®n de ChatGPT, v¨ªa una empresa subsidiaria, a los empleados kenianos que etiquetaban para la inteligencia artificial material violento, sexista o racistas: dos d¨®lares a la hora.
Afortunadamente, algo se mueve en ?frica. Los controladores de contenidos han constituido un sindicato propio e impulsado demandas para conseguir que los tribunales los reconozcan como trabajadores de las plataformas tecnol¨®gicas a pesar de ser contratados por empresas de terceros. Poco a poco parece disiparse un silencio tan pesado como injusto.
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