Nuevas batallas sindicales
Parecen noticias de otra ¨¦poca: trabajadores sosteniendo pancartas y bloqueando el paso a las f¨¢bricas; debates encendidos sobre subidas de sueldos, prestaciones sociales y bajas por enfermedad. Todo lo que sostiene la simple dignidad de la vida
Escribir es un oficio altamente solitario, pero los 11.000 escritores de cine y televisi¨®n de Estados Unidos se unieron en la fraternidad combativa de una huelga que ha durado 147 d¨ªas y que ha forzado a los directivos de los grandes estudios y las plataformas a aceptar un acuerdo, no solo sobre los salarios, sino tambi¨¦n sobre la defensa de la propiedad intelectual frente a las estrategias depredadoras de las compa?¨ªas de inteligencia artificial. Un escritor trabajando a solas no es nadie; 11.000 escritores organizados en un sindicato tienen la fuerza suficiente para paralizar una industria que depende en gran parte de ellos, pero en la que su trabajo es en gran medida invisible. Fue precisamente la visibilidad de los actores que se unieron a la huelga lo que favoreci¨® la difusi¨®n de sus reivindicaciones y agrand¨® su efecto. Desde 1960 no hab¨ªa ocurrido nada semejante. A los actores conocidos y a los desconocidos y a los escritores se unieron los t¨¦cnicos de todos esos oficios que hacen posibles las pel¨ªculas, c¨¢maras, carpinteros, decoradores, iluminadores, especialistas de fotograf¨ªa y de sonido, hasta un total de 170.000 personas, que todav¨ªa contin¨²an en huelga, sufriendo heroicamente privaciones que se hacen m¨¢s graves seg¨²n pasan los d¨ªas y solo tienen el alivio del socorro mutuo.
La afiliaci¨®n a los sindicatos, que fueron tan poderosos en Estados Unidos, est¨¢ en su punto m¨¢s bajo, apenas el 10%, pero en los ¨²ltimos meses se han multiplicado las huelgas, por primera vez en muchos a?os, huelgas de trabajadores de hotel, de conductores de autobuses escolares, de maestros, de empleados de cafeter¨ªas. Las grandes empresas, sobre todo las tecnol¨®gicas, chantajean y manipulan para impedir que sus trabajadores puedan sindicarse, pero muchos lo han logrado ya en las franquicias de Starbucks, y hasta en algunos almacenes de Amazon, donde exigencias cercanas al esclavismo fuerzan a los empleados de cierta edad a llevar pa?ales durante la jornada de trabajo, para evitar que un exceso de visitas al ba?o provoque una sanci¨®n o incluso un despido, determinado as¨¦pticamente por un algoritmo.
El vendaval de la sublevaci¨®n ha llegado hasta las f¨¢bricas de coches de Detroit, donde el sueldo medio de un trabajador es 300 veces inferior a los ingresos anuales de los directivos, y donde en los ¨²ltimos a?os se han deteriorado tanto los salarios como las condiciones laborales, incluidas pensiones y asistencia sanitaria. Nunca se hab¨ªan unido en una misma huelga los trabajadores de los tres mayores fabricantes: General Motors, Ford y Stellantis ¨Dla antigua Chrysler, fusionada con Fiat y PSA¨D. Y en ella los todav¨ªa mejor pagados se solidarizan con los que han llegado en los ¨²ltimos a?os y cumplen exactamente las mismas tareas recibiendo la mitad de sueldo.
Parecen noticias de otra ¨¦poca: trabajadores sosteniendo pancartas y coreando r¨ªtmicamente consignas reivindicativas, bloqueando el paso a la entrada de las f¨¢bricas; debates encendidos no sobre fantas¨ªas ideol¨®gicas, sino sobre subidas de sueldos, prestaciones sociales, bajas por enfermedad, todo lo que sostiene la simple dignidad de la vida. Y nos extra?a m¨¢s a¨²n que estas im¨¢genes de obreros en huelga y de representantes sindicales negociando ¨¢speramente con los patronos de corporaciones que parec¨ªan cercanas a la omnipotencia procedan de Estados Unidos, donde el volumen, el poder, de esas compa?¨ªas es muy superior al de cualquier otra en Europa, y donde la cruda ¨¦tica individualista del capitalismo m¨¢s extremo prevalece sobre los valores menospreciados de la solidaridad. Esa ideolog¨ªa tan del presente, y tan difundida en todas partes, nos lleva a olvidar toda la historia de disidencia pol¨ªtica y de activismo sindical que arranc¨® con el movimiento obrero americano desde las ¨²ltimas d¨¦cadas del siglo XIX, y que tuvo su esplendor cultural y social en los a?os del New Deal; luego fue sometido al acoso y la calumnia en la ¨¦poca del macartismo y la Guerra Fr¨ªa, y desbaratado por fin con las pol¨ªticas neoliberales de Reagan y sus sucesores, incluido Bill Clinton. Justo ahora, de manera inaudita, Joe Biden hace acto de presencia en los escenarios de la huelga en Detroit, con un gesto de abierta simpat¨ªa hacia el movimiento sindical que no ha tenido ning¨²n otro presidente desde Franklin D. Roosevelt.
No sentir¨ªamos tanta extra?eza si no hubi¨¦ramos dejado que cuestiones tan perentorias como los derechos laborales y el activismo sindical ¨Dla idea misma de la justicia social¡ª se fueran borrando de nuestra conciencia pol¨ªtica. La ¨²ltima huelga general en Espa?a fue en 2002. Ninguna tuvo una relevancia tan arrolladora como la del 14 de diciembre de 1988, que se organiz¨® contra un Gobierno socialista. La p¨¦rdida gradual de fuerza y de prestigio de los sindicatos se correspond¨ªa con la imposici¨®n de una ideolog¨ªa econ¨®mica que sus valedores presentaban no como una elecci¨®n voluntaria, y por lo tanto discutible, sino como la simple evoluci¨®n natural de las cosas: las privatizaciones de bienes y servicios p¨²blicos; los recortes sociales; la eliminaci¨®n del tejido industrial; el libre movimiento internacional de los capitales y de las empresas, pero no de las personas; la contenci¨®n en los salarios, pero no en los beneficios; la competitividad basada en el trabajo precario y mal pagado.
Los sindicatos parec¨ªan una r¨¦mora de otras ¨¦pocas, burocracias ineficaces y par¨¢sitas, obst¨¢culos para el bienestar com¨²n. La irrelevancia de su presente quedaba confirmada por la eliminaci¨®n de su pasado. En las historias del antifranquismo y del tr¨¢nsito a la democracia hab¨ªa mucho espacio para los dirigentes pol¨ªticos de la izquierda, y hasta para los veteranos del R¨¦gimen que contribuyeron de mejor o peor gana a desmantelarlo, pero muy poco, o ninguno, para los militantes sindicales, hombres y mujeres, que levantaron en condiciones dur¨ªsimas las Comisiones Obreras, sufriendo una represi¨®n m¨¢s cruel que la infligida a los militantes universitarios, al fin y al cabo relativamente protegidos por su pertenencia a la clase media. En el lenguaje de aquella ¨¦poca, se dec¨ªa que los sindicatos no pod¨ªan ser ¡°correas de transmisi¨®n¡± de los partidos de izquierda. Seg¨²n mi propia experiencia, una parte grande de las energ¨ªas intelectuales, y hasta f¨ªsicas, de aquellos grupos pol¨ªticos se desperdiciaban en enconadas diatribas te¨®ricas sin el menor contacto con la realidad. Centrados en la defensa de las condiciones de vida y de trabajo de la clase obrera, los sindicalistas ten¨ªan la responsabilidad, y la ventaja, de no perder nunca de vista el mundo real. No faltaban enterados que desde?aban ese arraigo pr¨¢ctico llam¨¢ndolo ¡°economicismo¡± o ¡°reformismo¡±.
Siente uno remordimiento, incluso verg¨¹enza, al darse cuenta de que tambi¨¦n se dej¨® llevar por esa corriente de conformismo, de moda, que en los ambientes progresistas, tal vez desde los a?os noventa, fue dejando a un lado cuestiones esenciales de justicia social, de desigualdad, de derechos laborales, de protecci¨®n o abandono del territorio de lo p¨²blico. Recuerdo una tribuna en estas mismas p¨¢ginas, escrita por un fil¨®sofo, justo antes de que la crisis que hab¨ªa comenzado en Estados Unidos empezara a estallar en Espa?a, cuando todo el mundo aseguraba que nada de aquello pod¨ªa afectarnos a nosotros, que nuestros bancos eran mucho m¨¢s s¨®lidos que los americanos, etc¨¦tera. El fil¨®sofo dec¨ªa que las identidades grupales ¡ªde g¨¦nero, de condici¨®n sexual, de pertenencia nacional¡ª hab¨ªan vuelto irrelevantes en el mundo contempor¨¢neo las diferencias y las solidaridades de clase. Faltaban apenas unos meses para que se hundiera el espejismo de una prosperidad basada en la especulaci¨®n financiera y la falta de regulaciones y controles sociales, y para que las diferencias de clase se volvieran m¨¢s crudas y m¨¢s visibles que nunca. El sindicalismo es una de esas herramientas anticuadas y resistentes a las modas que mejor pueden defendernos contra las inclemencias del presente, y tal vez del porvenir.
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