Inteligencia a secas
Los j¨®venes tienen un reto por delante: salir vivos y felices del experimento social que se ha llevado a cabo con ellos en las ¨²ltimas dos d¨¦cadas
La creencia de que la m¨¢xima forma de inteligencia es la bondad ha dejado de tener seguidores. La buena prensa de la maldad, cuando se la identifica como la suprema brillantez del listo, ha llevado incluso al triunfo pol¨ªtico a los pillos y, por supuesto, a la primera fila de la narrativa social a los s¨¢dicos y los megal¨®manos. Es ah¨ª y no en las formas evolucionadas tecnol¨®gicamente donde estriba el reto del futuro. Result¨® chocante el caso de unos muchachos que hab¨ªan empleado su ingenio para presentar desnudas a sus compa?eras de clase, en una especie de fantasioso collage para bobos. Algunos de ellos, en un paso adelante m¨¢s, incluso las trataron de extorsionar. Los chicos aprenden r¨¢pido de los modelos sociales, esos brutales chantajistas de ¨¦xito, los famosos disruptores que vinieron para saquear un modo de ganarse la vida asentado en formas artesanales de subsistencia. Tuvo gracia que sucediera en una comunidad aut¨®noma que ha virado en las elecciones hacia una coalici¨®n cuya m¨¢s sonora reforma educativa consiste en rechazar la formaci¨®n sexual. Porque la verdadera clave del asunto no es la tecnolog¨ªa disponible ni la pornograf¨ªa de f¨¢cil acceso en la Red, sino la carencia de formaci¨®n emocional de los chicos.
Por m¨¢s que nos indigne que los ni?os tengan al alcance de la mano una paleta digital que ni los forma ni los reta, sino que los convierte en agresivos individualistas, el meollo de la cuesti¨®n apunta hacia otro lado. La educaci¨®n sentimental es un esfuerzo colectivo, pues los j¨®venes resultan salir a imagen y semejanza de lo que se impone como admirable, como mod¨¦lico. Aqu¨ª la tremenda obsesi¨®n generalizada por identificar ¨¦xito con dinero y belleza con el contorno f¨ªsico nos puede estar llevando a un callej¨®n sin salida. La agresividad de los chicos contra sus compa?eras responde a un discurso parcial de algunos adultos, que dicen encontrarse sofocados por las reivindicaciones de igualdad. Habr¨ªa que preguntarles qu¨¦ es lo que los asfixia realmente, si la denuncia de ciertos comportamientos que ya no se asumen por inercia o algo m¨¢s grave, el temor a que queden expuestos sus propios desmanes del pasado.
Los j¨®venes tienen un reto por delante. Salir vivos y felices del experimento social que se ha llevado a cabo con ellos en las ¨²ltimas dos d¨¦cadas. La prueba consist¨ªa en sumirlos en un escaparate perpetuo en el que se premia la ambici¨®n bocazas por encima del esfuerzo callado y la dictadura de la apariencia por encima de la aceptaci¨®n propia y ajena. La sociedad asiste perpleja a criaturas que vuelcan la frustraci¨®n personal en el acoso al otro, pero deber¨ªa quiz¨¢ preguntarse por qu¨¦ lleva 20 a?os entronizando a desafiantes energ¨²menos. Si quiz¨¢ alguien volviera a insistir en las ventajas inmensas que se obtiene al intentar ser buena gente, podr¨ªamos encarar el futuro con un poco menos de sobredosis de individualismo depredador y algo m¨¢s de conciencia colectiva. Pero el atropello comenz¨® cuando se invent¨® eso del buenismo. Ante el miedo a quedar de cursi misionero y moralista almibarado no parec¨ªa elegible otra opci¨®n que echarse al bando de los abusones. Salirse de la manada era esto, ni m¨¢s ni menos que recuperar la inteligencia para servir a algo s¨®lido y compartido.
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