Nuestras mentes ya est¨¢n destrozadas
Aunque no hayamos sido nativos digitales, los adultos tambi¨¦n vamos perdiendo habilidades lectoras, y los ni?os empiezan por no adquirirlas
Recuerdo aquel momento, en D¨ªas de radio de Woody Allen, en el que el ni?o protagonista, trasunto infantil del director, pega su o¨ªdo contra el aparato para sentir a¨²n m¨¢s cerca las voces. Su padre le ri?e por lo que considera un vicio inapropiado y el ni?o se queja con raz¨®n, ¡°?Vosotros tambi¨¦n la escuch¨¢is!¡±. A lo que el padre responde con una r¨¦plica genial, ¡°?Ya, pero nuestras vidas ya est¨¢n destrozadas!¡±. Algo parecido he pensado cuando esta semana le¨ªa que la Fiscal¨ªa de Estados Unidos ha conseguido armar un caso de gran enjundia contra la compa?¨ªa tecnol¨®gica Meta por el da?o que est¨¢ provocando en la salud mental de ni?os y j¨®venes. Mi inmediata reacci¨®n fue pensar que tambi¨¦n est¨¢ teniendo un efecto malsano en adultos de cualquier edad, incluyendo ancianos que, a pesar de no manejarse bien en el universo digital, se sumergen horas en su peque?a pantalla, abandonando h¨¢bitos en los que fueron educados como la ya arcaica costumbre de mirar por la ventanilla o pegar la hebra con desconocidos. A los adultos que andamos tambi¨¦n enganchados a esas redes no se refiere esta demanda conjunta de 41 Estados. Tal vez piensen, como el padre de Woody, que nuestras existencias ya est¨¢n destrozadas. Nos queda, pues, salvar a los inocentes.
En estos d¨ªas anda circulando el texto de un grupo de profesores de varias universidades europeas que ha sido bautizado como el Manifiesto de Liubliana por la lectura atenta en el que se defiende la necesidad imperiosa de la lectura profunda, intensiva, paciente que solo los textos largos, es decir, los libros, pueden aportar. El manifiesto es una llamada desesperada al mundo de la escuela y al universitario por cuanto es all¨ª donde se crean los h¨¢bitos de lectura y el pensamiento cr¨ªtico. Definen estos profesores la lectura que hacemos hoy a trav¨¦s de las pantallas como insuficiente y superficial, consistente en ir picoteando titulares que nos provocan una inmediata reacci¨®n irreflexiva. La lectura que no nos exige atenci¨®n plena, paciencia y desconexi¨®n de otros est¨ªmulos tiene la fatal consecuencia de estar rob¨¢ndonos la posibilidad de crear una opini¨®n genuina que nos arme como ciudadanos y nos impida engullir discursos simples que no exigen el sano ejercicio de la duda. Aunque no hayamos sido nativos digitales, los adultos tambi¨¦n vamos perdiendo habilidades lectoras, y los ni?os empiezan por no adquirirlas. Si la informaci¨®n es a trav¨¦s de canales que priorizan el titular; si lo que recibimos es un picoteo de v¨ªdeos que acortan las entrevistas convirti¨¦ndolas en fragmentos que definen injustamente a los personajes; si el algoritmo nos hace llegar im¨¢genes que reflejan solo el dolor de los nuestros; si nuestra paciencia ya no resiste un reportaje o un art¨ªculo de fondo, ?c¨®mo estamos construyendo nuestras opiniones? ?Nos adherimos sin fisuras a nuestro batall¨®n? ?Asumimos como verdades los discursos simplistas de pol¨ªticos que apelan a lo m¨¢s visceral de nuestro car¨¢cter? Esto es algo particularmente peligroso en momentos como el que vivimos, en el que deber¨ªamos leer antes de hablar, o de escribir.
Si no proporcionamos las armas de la cultura escrita a quienes estamos educando, no podr¨¢n defenderse de un mundo a punto de dar un giro todav¨ªa m¨¢s dram¨¢tico hacia posiciones primitivas e irreconciliables. Entre esos elementos educativos est¨¢, desde luego, la literatura, que a menudo se ofrece a los alumnos simplificada y resumida, como si fuera un tormento que hubiera que evitarles. La consecuencia es que les estamos privando de lo que constituye el mayor tesoro de la invenci¨®n literaria: una demostraci¨®n de la complejidad del alma humana, que no responde en la peripecia de una vida a respuestas f¨¢ciles. El manifiesto de Liubliana se cierra con una c¨¦lebre cita de Margaret Atwood: ¡°Si no hay lectores y escritores j¨®venes, dentro de poco no los habr¨¢ viejos. La cultura de la palabra escrita habr¨¢ muerto, y con ella, la democracia¡±. En un mundo tan belicista no podemos dejar a nuestros ni?os desarmados ¡ªde palabras¡ª.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.