Los nuevos reaccionarios
Los valores est¨¢n hoy m¨¢s presentes que nunca, pero en disputa. Todo se convierte en objeto de lucha pol¨ªtica e identitaria: c¨®mo vestimos, qu¨¦ comemos, c¨®mo viajamos, c¨®mo nos emparejamos
¡°Quien no quiera hablar de capitalismo debe callar tambi¨¦n sobre el fascismo¡±, escribi¨® Horkheimer. Actualizando ese lema, podr¨ªamos afirmar que quien no quiera hablar de neoliberalismo, debe callar tambi¨¦n sobre los nuevos reaccionarios. Si liberalismo y democracia enlazaron sus destinos en alg¨²n momento, no es hoy. Un capitalismo m¨¢s global que nunca acoge en su seno involuciones pol¨ªticas y retrocesos de derechos que encoger¨ªan el coraz¨®n a Locke y Montesquieu.
El rostro de estos nuevos reaccionarios es enigm¨¢tico. Jueces conservadores derogan el derecho al aborto mientras autodenominados liberales defienden la venta de ¨®rganos. Se acusa a la izquierda de antisistema, pero derechistas disfrazados de bisontes asaltan el Capitolio. En Espa?a, basta con mirar a Ferraz. Moral tradicional y asalto al orden. Comunitaristas y trolls, cristianos y anarcocapitalistas, supremacistas y conspiranoicos en una misma trinchera.
Los estudiosos contextualizan el auge de estos nuevos reaccionarios en el deterioro de las condiciones de la clase media y trabajadora en la crisis de 2008. Desde que Schumpeter, leyendo a Marx, utilizara el t¨¦rmino ¡°destrucci¨®n creativa¡± para referirse a la tendencia intr¨ªnseca del capitalismo a revolucionarse, autodestruirse y reinventarse siempre en nuevas formas, hemos tenido ocasi¨®n de comprobar tambi¨¦n sus efectos pol¨ªticos. Estos desbordan el an¨¢lisis tradicional, pues el neoliberalismo ha mezclado en su coctelera de ¡°destrucci¨®n creativa¡± dos ingredientes aparentemente incompatibles y que se enmascaran mutuamente: lo (neo)conservador y lo nihilista, lo (pseudo)tradicional y lo posmoderno.
Neoliberalismo, nos recuerda el estupendo volumen Neoliberalismo mutante, significa mucho m¨¢s que ¡°libre mercado¡±. Se trata de un proyecto de gobernanza econ¨®mica, intelectual y pol¨ªtica que produce tanto mercanc¨ªas como afectos, sensibilidades y normatividades. ?C¨®mo se enra¨ªzan en ¨¦l las nuevas fuerzas reaccionarias? Ellas, se argumenta en esta obra, no son las sepultureras del neoliberalismo, sino su progenie mutante: nuevas formas de vida adaptadas a nuevas circunstancias, igual que el fascismo se adapt¨® al capitalismo industrial.
Ya en tiempos de Thatcher, las recetas neoliberales de desregulaci¨®n, privatizaci¨®n y libre mercado se aliaron con una exaltaci¨®n de valores morales tradicionales, como analiz¨® Melinda Cooper en Family Values. Hasta aqu¨ª, tenemos una explicaci¨®n de c¨®mo la moral neoconservadora es funcional al neoliberalismo: relega el trabajo de cuidados al ¨¢mbito privado, apuntala la divisi¨®n sexual del trabajo, impone agendas judiciales conservadoras y afianza una identidad masculina en torno a la ¨¦tica extrema de los mercados financieros.
Pero esta moral tradicional se encabalga hoy (quiz¨¢s siempre lo hizo) con su aparente opuesto: un nihilismo desatado. Si queremos comprender a Trump y a Milei, nos sugiere Wendy Brown, debemos leer a Nietzsche y a Weber. Ambos diagnosticaron, con matices diferentes, una ¡°desvalorizaci¨®n de los valores¡±: Dios ha muerto y los valores supremos pierden su valor. Esto, a?ade Brown, no significa que los valores hayan desaparecido; lo que ha desaparecido es su car¨¢cter incuestionable. Hoy, los valores est¨¢n m¨¢s presentes que nunca, pero en disputa. Son armas arrojadizas. Todo se convierte en objeto de lucha pol¨ªtica e identitaria: c¨®mo vestimos, qu¨¦ comemos, c¨®mo viajamos, c¨®mo nos emparejamos. Frente al diagn¨®stico de los reaccionarios, que confunden el efecto con la causa, debemos afirmar que emprender, siquiera verbalizar, una ¡°guerra por los valores¡± significa que los valores estaban ya en crisis. Los nihilistas se disfrazan de conservadores, pero si hay que defender la naci¨®n, la religi¨®n o la masculinidad es porque ni la naci¨®n, ni la religi¨®n ni la masculinidad van ya de suyo. Las ¡°guerras culturales¡±, la polarizaci¨®n, la ausencia de una normatividad compartida, el conflicto social, la hiperpolitizaci¨®n, no son causas, sino efectos del nihilismo.
Solo esta categor¨ªa nos permite comprender el car¨¢cter h¨ªbrido, crepuscular, de estos fen¨®menos que surgen en nuestro ¡°interregno¡±, a decir de Gramsci. Desvalorizaci¨®n de valores significa tambi¨¦n que los que fueron hist¨®ricamente dominantes pierden su privilegio. Ello genera un resentimiento del que se nutre la nueva reacci¨®n. Pues lo propio del poder es creerse con derecho a ejercerlo. Cuando este se cuestiona, lo que se lesiona es la certeza de merecer el poder. Nace as¨ª un particular tipo de agravio por el que los poderosos pueden sentirse m¨¢s v¨ªctimas que los dominados: el agravio del destronado. Es este agravio el que encontramos hoy en los estallidos de rabia mis¨®gina de la masculinidad herida. Pero no nos confundamos: no solo los John Wayne, sino hasta los ¨²ltimos de la fila, los perdedores en la jerarqu¨ªa masculina tradicional, se sienten agraviados. En su sufrimiento bulle el resentimiento narcisista y el rencor. La m¨¢scara es la furia nihilista, pero subyace una fiera creencia en el derecho al privilegio.
La p¨¦rdida y el desarraigo producen, por ¨²ltimo, el espejismo de una m¨ªtica edad dorada en la que se pose¨ªa todo lo que ahora se siente perdido. Nace la tentaci¨®n de volver atr¨¢s, de vivir como viv¨ªan nuestros padres, sin reparar en que no se puede recuperar el tiempo perdido, en el que ¨¦ramos felices precisamente porque lo hemos perdido.
La izquierda habr¨¢ claudicado de antemano si renuncia a comprender este rostro j¨¢nico de la nueva reacci¨®n. Debemos recuperar el talento para descifrar m¨¢scaras.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.